jueves, 31 de mayo de 2018

2. Frómista o Una falsa sensación


Ayer, mientras almorzaba en la terraza de un restaurante de Hontanas, conversé un rato con los empleados de una empresa que se dedica a llevar peregrinos a caballo desde Roncesvalles a Santiago de Compostela, y uno de ellos, cuya edad no debía de ser pequeña, había ido alguna vez a la feria de Pozoblanco como “tratante” (con esa palabra definió su oficio), cuando las bestias se compraban y se vendían en el paseo de los Llanos.

También ayer, junto a nosotros, estaban comiendo dos peregrinos vascos, con los que hoy me topado en la terraza de un albergue, tomando un bocadillo, de uno de los cuales me han hecho partícipe mientras hablábamos de la hora tan temprana en la que cierran los establecimientos.

Ha hecho calor, no una calor exagerada, pero si una calor de ser prudente, de tener cuidado, de estar un ratito al sol y luego irse a la sombra, que es justamente lo que no puede hacer un peregrino. Yo soy de un lugar de secano y calor y le tengo al sol un respeto que raya en la desconfianza. Voy con pantalón largo, con manga larga y un sombrero de ala ancha, me pongo crema solar y siempre llevo a mano una cantimplora grande.

El sol nos ha pegado desde que salimos, hemos debido subir alguna cuesta, como una que hay a la salida de Castrojeriz, y no nos hemos encontrado con árbol alguno que nos dé sombra. En esas circunstancias, me llamó la atención que un peregrino llevara pantalón corto, manga corta y fuera descubierto y, tal vez por eso, me quedé con su cara.

Cuando salía de la pensión de Frómista donde me alojo, lo vi entrar y lo saludé. Y luego lo vi en una botica, donde fue con unas necesidades parecidas a las mías sobre las que conversamos allí mismo. Hemos salido juntos y hemos visitado la iglesia de San Martin. Aunque hemos salido cada uno por su lado, nos hemos visto luego y nos hemos tomado juntos un refrigerio al amparo de un toldo, mientras a unos centímetros de nosotros caía el agua de una tormenta.

Casualmente, este peregrino trabajaba en la misma empresa que mi padre. Casualmente, también, es originario de la provincia de Córdoba, como yo, aunque ahora vive en Barcelona.

El Camino está lleno de casualidades parecidas a esas, de pequeños encuentros que tal vez nunca se repitan o tal vez sí. En ese sentido no es como el camino de la vida que llevamos, donde las caras suelen ser las mismas y uno tiene la falsa sensación de que se repetirá la oportunidad, como se repite casi todo.


* Ruta.
* Aquí, información de la ruta desde Hontanas y, aquí´, del resto.

miércoles, 30 de mayo de 2018

1. Hontanas o Ese destino compartido



¡Ea, parece que esto va en serio!

Es la sensación que tengo cuando pongo los pies en el suelo después de dar muchas vueltas en la cama. No he dormido bien, me he despertado mucho antes de la hora, pero no tengo sueño y estoy bien de ánimo. Me preparo a conciencia, especialmente los pies, me visto con la parsimonia de los toreros y voy varias veces al cuarto de baño que comparto con unos extranjeros y que ha tenido la luz encendida toda la noche, porque se le ha roto el interruptor.

Al amanecer, salgo a la calle. Hace fresco, pero está despejado. Es domingo y Burgos tiene ese aire postapocalíptico de las ciudades desiertas. Debo andar un buen trecho para encontrarme con una cafetería abierta, en la que tomo a solas con el camarero un desayuno potente, de casi todo. Luego, cojo la ribera del Arlanzón y la sigo hasta el puente de los Malatos, que me pone en el Camino oficial, donde empiezo a ver a gente como yo.

Esa gente como yo se hace más numerosa conforme vamos saliendo de Burgos y forma una fila discontinua, de pequeños grupos y algunas personas solas. Aunque me limito a saludarlos (buenos días, buen camino), no me son ajenos, no son como los españoles que me rodeaban ayer en los bares del centro, pues hay algo importante que me une a ellos: el destino.

Lo pienso mientras ando. Lo pienso otra vez, otras veces, mientras camino por una llanura verde e inabarcable.

Mucho tiempo después, el cansancio empieza a afectarme, dejo de pensar y me concentro en respirar cadenciosamente.

Llego a Hornillos del Camino, la parada normal, y sigo. Hontanas aparece al superar una cuesta, allá abajo, a treinta y tantos kilómetros de mi punto de partida.



* Ruta
* Aquí  información sobre la ruta hasta Hornillos y, aquí, del resto.


martes, 29 de mayo de 2018

0. Burgos o La soledad del viajante


La Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Burgos está en el albergue Municipal. Poco después de llegar a la ciudad, me dirijo hasta allí para retirar mi credencial de peregrino, que debo sellar en cada pueblo que visite si quiero conseguir luego la “Compostella”, el documento emitido por la Archidiócesis de Santiago de Compostela que acredita la peregrinación. Sobre la mesa de recepción, en la que dos personas atienden en inglés a un grupo de huéspedes de origen asiático, hay un cartel que indica “completo”.

Es un sábado por la tarde, hace buen tiempo y las calles céntricas de la ciudad son un hervidero de gente. Burgos tiene ese aire culto y elegante de las ciudades castellanas, en las que la vida debe llevarse con indulgencia y comedimiento, como corresponde a toda madurez que se precie.

Ando un poco por el casco histórico, paseo por la ribera del río Arlanzón buscando el camino que debo seguir a la mañana siguiente y vuelvo, ya de noche, a las calles más céntricas. En un bar de la calle San Lorenzo, entro y me tomo un par de cañas y unas tapas. Me las tomo en la barra, de pie, entre una multitud de hombres y mujeres que se saludan, que conversan entre sí, que ríen, que llaman por su nombre a los camareros.

Yo no saludo a nadie, no converso con nadie, no me río, no sé cómo se llaman los camareros. En medio de tanta gente, estoy solo.

Estoy solo y me acuerdo de los viajantes de comercio.



sábado, 5 de mayo de 2018

La Justicia*


En general, los jueces tienen sobre el hecho y las personas que juzgan un conocimiento minucioso, en tanto que la opinión pública tiene sobre esos mismos hechos y esas mismas personas un conocimiento somero, o incluso tergiversado por los medios de comunicación y los contenidos que se vierten en las redes sociales. La opinión de los jueces y la sociedad puede diferir en cuanto a la asociación de los hechos a las personas, de manera que los jueces pueden declarar inocentes a los procesados y la sociedad culpable, o al revés, porque hay una diferente calificación de la prueba, esto es, porque para los jueces todo procesado es inocente mientras no se demuestre lo contrario, en tanto que para la opinión pública el procesado puede ser culpable desde el mismo momento en que es detenido, o incluso antes.

En un Estado de Derecho como el nuestro, los jueces comparan el hecho punible con lo que expresa el Código Penal y actúan en consecuencia. La opinión pública, en cambio, no compara el hecho punible con lo que expresa el Código Penal, sino con la Justicia y actúan en consecuencia. La Ley no es lo mismo que la Justicia: la Ley es más o menos concreta, y se concreta más aún con la interpretación que van haciendo los tribunales en sus diferentes sentencias, en tanto que la Justicia es dinámica, y se acomoda a los sentimientos cambiantes que va teniendo la sociedad.

En el caso del juicio a “La Manada”, el tribunal (excluido el voto particular de uno de los magistrados), que tiene un conocimiento minucioso de los hechos, y la opinión pública, que tiene un conocimiento somero o incluso tergiversado, han estado de acuerdo a la hora de considerar probados los hechos. En esta ocasión, pues, no es que el tribunal haya declarado inocentes a los procesados y la opinión pública los haya declarado culpables, sino que ambos, tribunal y opinión pública, no han estado de acuerdo en la valoración de los hechos.

Teniendo en cuenta el distinto papel de la Ley y la Justicia, los magistrados han comparado los hechos con lo establecido en el Código Penal y no han considerado la existencia de una violación, en tanto que la opinión pública ha comparado los hechos con lo dispuesto por la Justicia y ha considerado que tal violación existió. Es decir, que si suponemos que los jueces han asumido correctamente su papel y aplicado como deben el Código Penal, dicho Código Penal y la Justicia, tal y como la entiende la opinión pública, no van de la mano.

Aunque la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento (como dice el artículo 6 del Código civil y está comúnmente admitido), lo cierto es que la gente no entiende de leyes más que de una forma intuitiva, y ello porque las leyes se asocian a lo que en cada momento esa gente entiende por Justicia. Cuando la gente protesta contra la sentencia de la Sala Segunda de la Audiencia de Navarra está haciéndolo contra la injusticia que esa sentencia supone (contra la injusticia, en abstracto), no contra el trabajo de los magistrados que formaban la Sala, y mucho menos contra la Administración de Justicia o quienes la forman. No protestan, en fin, contra la sensibilidad de los jueces, sino contra las leyes o, mejor, contra quienes hacen las leyes, que no han tenido la suficiente sensibilidad como para adaptar a la Justicia el Código Penal, ese texto en el que debe quedar recogida la sensibilidad del pueblo.

Cuando la Ley es, verdaderamente, la expresión de la voluntad popular, el pueblo se siente seguro dentro de la Ley, y entiende que ha hecho lo correcto entregando al Estado el monopolio de la fuerza. Cuando no es la expresión de la voluntad popular, las tensiones entre el pueblo y el Estado crecen, y, en cuestiones penales, el pueblo puede llegar a pensar que no hizo bien entregando al Estado la Administración de la Justicia. En situaciones extremas, eso es lo que ocurre cuando el pueblo deviene en populacho y lincha a los sospechosos o cuando muchos individuos creen que es bueno tomarse la justicia por su mano.

* Publicado en el semanario La Comarca