viernes, 21 de diciembre de 2018

Ser y estar*


Cuando me preguntan sobre el particular, yo suelo decir que soy republicano, pero estoy monárquico, como la inmensa mayoría de los españoles. Es una afirmación que necesita una posterior aclaración, lo entiendo. Por eso, cuando la doy, suelo añadir que no soy “segundarrepublicano”, pues no me parece que el régimen de esa época sea un modelo al que deba imitarse, sino republicano a secas, aunque por el momento prefiero que sigan las cosas como están, ya que ni está comprobado que un Presidente de la República al estilo de los políticos que tenemos ahora lo hiciera mejor que este rey ni que las repúblicas en general sean más democráticas que las monarquías, como lo prueba el hecho de que entre los diez países con más desarrollo humano del mundo seis sean monárquicos, con Noruega y Australia a la cabeza.

En Australia, por cierto, se celebró un referéndum en 1999, y más del 54,7% de los votantes decidió rechazar la república, porque, entre otras cosas, reconoció el papel de la soberana (la del Reino Unido) como nexo de unión con la antigua metrópoli, con la que los ciudadanos de aquel inmenso país se siguen sintiendo muy cercanos. Los australianos, como los noruegos o los holandeses, por poner solo algunos ejemplos de ciudadanos sometidos a regímenes monárquicos, parecen entender que es mejor no hacer experimentos con las cosas de comer ni tratar de mejorar lo que viene funcionando con regularidad. Son republicanos, seguramente, pero se encuentran cómodos en un régimen monárquico y no sienten ninguna necesidad de cambiar. Como yo.

Entre el ser y el estar existen esas importantes diferencias, que a mi modo de ver están íntimamente relacionadas con la cultura democrática de la población. En política, cuando uno es y quiere estar a toda costa como es, lo que quiere de verdad es que los demás estén como él quiere estar. Y me explico: cuando uno es republicano y quiere a toda costa estar en una república, lo que quiere de verdad es que todos estén en una república, aunque no sean republicanos. Es un tipo de maximalismo que se lleva mucho ahora. Por citar otro ejemplo: Cuando uno es independentista pero no está en una república independiente, lo que quiere de verdad es que todos estén en una república independiente, aunque no sean independentistas.


De algún modo, los que quieren que la situación de todos coincida a toda costa con la idea que ellos tienen de cómo deben ser las cosas son gente poco sutil y escasamente dada a empatizar con los otros, a los que quieren liberar a toda costa, como si ellos fueran sacerdotes de la fe verdadera y el resto de ciudadanos pecadores descarriados a los que hay que salvar de cualquier manera, aunque sea a la fuerza.

Como los australianos, los españoles también fuimos a votar en referéndum, hace ahora 40 años. La mayoría entendió entonces que era mejor ESTAR en un régimen democrático y votó a favor de la Constitución que se propuso. Lo hizo porque consideró que esa Constitución sería la casa común de la inmensa mayoría. Casi todos renunciaron a lo que “eran” para “estar” dentro. Los que eran republicanos quisieron estar en una monarquía. Los que eran franquistas quisieron estar en una democracia. Los que eran centralistas quisieron estar en un sistema de autonomías. Los que eran nacionalistas quisieron estar en un Estado único. Los que eran confesionales quisieron estar en un Estado laico. Los que eran laicos quisieron estar en un Estado con una mención especial a la Iglesia. Y así sucesivamente. O lo quisieron o lo consintieron, que para el caso es lo mismo, porque al consentir ellos también consentía el otro, y, sin dejar de ser lo que eran, estaban embarcados en un proyecto común.

Ahora hay nacionalistas que repudian la Constitución de 1978 porque no consiente el derecho a la autodeterminación. Hay centralistas que la repudian porque hay autonomías. Los republicanos, porque existe la monarquía. Y así sucesivamente. De manera que muchos de los líderes de opinión de ahora quieren que todos seamos como son ellos, que, en lugar de en un espacio ancho donde todos quepamos con holgura, vivamos en su redil, constreñidos por sus normas rigurosas y por sus estrechez de miras.

Ahora que tanto se habla de memoria histórica, convendría no olvidar que hubo un tiempo con líderes de verdad, que le dieron al olvido (que es tan natural como la memoria y tan necesario) esa función de limpieza que tiene en las mentes y en las sociedades y, renunciando a muchos de sus principios ideológicos, construyeron una casa grande para todos, una casa para el futuro que ahora tiembla porque hay quien se empeña en hacer coincidir su ser con su estar, esto es, en hacernos comulgar a todos con sus ruedas de molino.

* Publicado en el semanario La Comarca.

domingo, 16 de diciembre de 2018

Escribir por escribir (10). Al paso


           Hay dos motivos para hacer un camino: porque se quiere ir a algún sitio o por el gusto de andar. Yo soy de estos últimos: yo no tengo en la mente un destino, yo no quiero ver más territorios que los que descubra cuando pase por ellos.

                Hay dos motivos por los que se escribe: porque tienes algo que contar y porque quieres contar algo. No es lo mismo. Si tienes algo que contar, lo primero es ese algo interior, o esa historia que te ronda, y, luego, la escritura. Si quieres contar algo, en cambio, lo primero es el ejercicio de narrar, aunque no tengas sobre qué, y narrar luego sobre lo que te encuentres. Yo soy de estos últimos.

                Cuando quieres contar algo aunque no tengas nada que contar, como me pasa a mí, simplemente quieres escribir, ahondando, inventando, imaginando, como el que anda por el gusto de andar y disfruta con lo que le sale al paso.

                A veces me cuesta hacer entender que yo me siento a escribir y escribo, a la misma hora, casi todos los días, me encuentre bien o mal. La gente tiende a pensar que a los escritores les ronda la necesidad de lo que cuentan. Será así en algunos casos, pero no en otros. En el mío, no: a mí me ronda la necesidad de contar.

                Mi necesidad de escribir no es muy distinta de la del niño que quiere oír un cuento poco antes de dormirse de labios de su madre, un cuento que la madre inventa cada día sobre la marcha, continuando donde lo dejó la noche anterior.

                De hecho, yo escribo como esa madre, sin guion, hasta que apago el ordenador y me voy. Como ahora, por ejemplo.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Escribir por escribir (9). La reflexión


                Hay mucho ruido por ahí, mucho chiste fácil, mucho archivo reenviado que enseguida hacemos nuestro y reenviamos. Vivimos en medio de un montón de gente que se cree con opinión, que opina como si de verdad enjuiciase lo que dice, que opina sin darse cuenta de que en realidad están hablando otros por él.

                Conversar es poco menos que imposible porque la gente no está pendiente del otro, sino de lo que va a decir cuando el otro se calle.

                No se tiene a la conversación como un método para experimentar lo que han experimentado los otros, sino para enseñar, o, mejor, para convencer.

                No se lee para aprender, sino para reforzar lo que se ya se ha aprendido. No se escucha sino lo que nos gusta. No se ve sino lo que nos reafirma en nuestras convicciones.

                Como el dogma, la fe, es lo único, las conversaciones son monólogos de dos personas que hablan en distintos idiomas, o incluso de dos altavoces.

                No hay intercambio de razones.

                En ese medio ambiente, tan hostil al verdadero enriquecimiento personal, siempre puedes contar con la reflexión. Pregúntate por qué. Cuándo. Cómo. Quién. Qué consecuencias tendrá. Qué alternativas había. Hazlo por ti mismo, ahondando en lo que no sabes (en lo que no sabes, insisto), en lo que no tienes aprendido, y yendo más allá de lo dirías en la barra de un bar o en una conversación con los amigos.

Algo te habrá pasado hoy. Algo habrás visto u oído. Mira una fotografía y busca un detalle, o busca el detalle en un recuerdo. Oblígate, reflexiona. Si no sabes de lo que escribir, ya tienes de lo que escribir. Reflexiona y, luego, duda de lo que has aprendido.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Escribir por escribir (8). Los otros


                Como no tienes que escribir para vivir, no debes pensar en lo que le gusta a los otros, sino en lo que te gusta a ti. Los que viven de escribir tienen que publicar y vender, y cobrar derechos. Tú, no, así que no pienses nunca en lo que le gustaría a los otros, porque te estarás traicionando y no sacarás lo mejor de ti.

                Ningún buen padre quiere que su hijo juegue al fútbol para que le salga un Messi que lo quite de trabajar. Los buenos padres se limitan a querer que sus hijos practiquen un deporte, como el fútbol, para que ganen en sicomotricidad y adquieran los valores que se asocian a esa actividad física, especialmente cuando es de grupo, como el trabajo en equipo, el respeto a las normas y el espíritu de sacrificio. Que salga un buen jugador, o incluso un jugador profesional, puede o no ser una consecuencia del fin primero, que debe ser jugar por jugar.

                Tu fin primero es escribir por escribir, porque te gusta, porque quieres expresar algo que llevas dentro. Los otros deben limitarse a ser una referencia para la comprensión de lo que escribes. Quiero decir que cuando escribas no debes pensar en lo que entiendes tú, sino en lo que entenderías si fueras un lector ajeno. Uno se encuentra a menudo con textos incomprensibles, especialmente de poesía, que no dicen nada porque sus autores se olvidan de que la escritura no es un arte como la pintura, donde lo abstracto está permitido.

                No pienses nunca en lo que le gustará a los otros, sino en lo que los otros entenderían si lo leyeran. Lo que escribas será lo que quede finalmente, no lo que pienses que has escrito. Es una diferencia sutil pero muy importante. Piensa en ella. Relee al día siguiente y observa si lo que dijiste es lo que quisiste decir.

                Muy probablemente, notarás entonces una diferencia mayor entre lo que querías expresar y lo que expresaste. No te preocupes: nadie hace lo que quiere, sino lo que puede. Nadie escribe lo que quiere, sino lo que puede. Y tú, que estás empezando, menos.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

¿Te acuerdas?


         ¿Te acuerdas cuando me decías que no me peleara con mis hermanos, que obedeciera a los profesores, que fuera educado con los vecinos, que le hablara de usted a las personas mayores?


         ¿Te acuerdas cuando me contabas un cuento, cuando me dabas un beso de buenas noches, cuando rezabas conmigo esas oraciones sencillas que hablaban de los ángeles y la belleza?

         ¿Te acuerdas cuando me lavabas en un barreño con el agua tibia que traías en un cazo, porque no teníamos cuarto de baño, y me ponías la ropa limpia, y me hablabas con dulzura y me sonreías?

         ¿Te acuerdas cuando me empujabas a que fuera generoso con los necesitados, a que le diera valor a lo importante, a que fuera bueno, así, a que fuera sencillo y bueno?

         ¿Te acuerdas cuando tantas veces estuve enfermo y me mimaste, cuando traje malas notas y no pusiste el grito en el cielo, cuando te mentí y lo descubriste y esperaste, y luego no me dijiste nada, como si no hubiera pasado nada?

         ¿Te acuerdas que nunca me has hablado mal de nadie, ni me has transmitido rencor, ni me has obligado a ser de esto o de lo otro?

         ¿Te acuerdas, mamá?

         Hoy que ya no te acuerdas de todo eso, que ya no te acuerdas de mí y has olvidado mi nombre y me miras con esa interrogación infinita con que miras el rostro de cualquiera, hoy, madre, me he acordado de todo eso, y no sabes lo feliz que me he sentido, y no sabes cómo te lo agradezco. 


sábado, 1 de diciembre de 2018

Escribir por escribir (7). La técnica


            “Sucedió en Pozoblanco”, de Basilio García, es un libro que cuenta la historia del Caraquemá, un maquis que anduvo por las sierras de Los Pedroches entre 1947 y 1949. Si traigo a colación ese libro es porque su lectura resulta impactante y sumamente recomendable, y eso aunque está muy mal redactado y contiene faltas graves de distinto tipo. Es más, pienso que el libro no sería el mismo si alguien hubiera pulido las formas hasta dejado conforme a las reglas de la sintaxis y la ortografía, porque en ese caso habría perdido buena parte de su fuerza.

                No digo que cometáis faltas adrede o que hagáis público un escrito sin haberos asegurado antes de que tiene una redacción correcta. Si llamo la atención sobre ese caso extremo es para que veáis que para expresarse no hace falta gozar de una técnica excelente.

                La escritura tiene mucho de introspección, de ahondar en nuestros pensamientos y sentimientos para conocernos mejor, y a eso no se puede renunciar porque no se sepa dónde se ponen las comas o si “yendo” se escribe con “y” o con “ll”. Dejar ese ejercicio conveniente y placentero solo porque no escribimos con corrección sería tanto como dejar de ir al psicólogo porque nos embarullamos al hablar.

                A mí no me enseñaron a redactar, ni a nadie de mi generación, aunque por aquel entonces el sistema educativo ponía mucho énfasis en la eliminación de las faltas de ortografía, ejercicio que no sé si se hace ahora. Yo he aprendido a redactar redactando. Y mientras aprendía escribía cosas como esta, aunque nadie las leyera.

                Hay gente que no escribe porque se avergüenza de cómo lo hace. Se avergüenza incluso aunque nadie vaya a leer lo que ha escrito, se avergüenza de su propia incapacidad, de sí mismo, y de esa manera se autolimita y se empequeñece.  

                Muchas de las novelas que son auténticos éxitos de ventas han sido intensamente corregidas por personas distintas de sus autores, algunos de los cuales no saben escribir correctamente. Vosotros no aspiráis a ser autores de éxito, y no vais a publicar nada por ahora. No aspiráis más que a dar rienda suelta a una afición. ¿De verdad vais a dejar de escribir porque pongáis “yendo” con “ll”?

jueves, 29 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (6). Más observador


Ahora que quieres escribir, leerás de otra manera. Imagínate al aprendiz de botánica o al de geología saliendo al campo, imagínate al de astronomía mirando al cielo. ¿A que no se comportan como los que no lo son, por mucho que les guste el campo o el cielo?

Desde que me gusta la fotografía soy mucho más observador, aprecio mucho más la distribución de las formas, los tonos de los colores, el movimiento cuando debe haber movimiento y la quietud cuando las cosas deben estar quietas. De hecho, siempre voy encuadrando lo que me rodea, aunque no lleve la cámara, y muchas veces le comento a quien me acompaña: “Eso tiene una foto”.

Ahora que quieres escribir, te pasará igual cuando leas: mirarás el texto con otros ojos y te llamarán la atención detalles que antes te pasaban inadvertidos: un comentario, un diálogo, una descripción o un simple adjetivo. Y poco a poco verás por qué están puestas esas palabras y no otras y hasta la distribución de las comas y los puntos, y en todo eso hallarás belleza o, también, encontrarás desproporción y fealdad.

Porque el riesgo de leer cuando te has aficionado a la escritura es ese, que ya no todo el monte es orégano. Poco a poco, al tiempo que aprendes, serás más exigente con lo que lees y disfrutarás más de lo bueno, pero también te provocará rechazo mucho de lo que antes te gustaba.

Cuando te pase eso, deja el libro y coge otro. Nadie está obligado a leer lo que no le gusta o le parece malo. Especialmente, porque la vida es corta y hay muchos libros buenos, más de los que podrías leer en varias vidas.

martes, 27 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (5). Escribiendo


          Has leído mucho. Has oído que para escribir lo importante es haber leído mucho y tú, que eres un lector empedernido, te agarrotas cuando escribes, no sabes ni cómo empezar. Bien, pues ahora vas a oír otra cosa. Escucha lo que yo te digo: lo importante no es haber leído mucho. Nadie aprende a escribir leyendo como nadie aprende a jugar al baloncesto viendo partidos de la NBA.

                A andar se aprende andando. A montar en bicicleta se aprende subiéndose en una bicicleta y estando dispuesto a darse algún porrazo. A jugar al baloncesto se aprende botando el balón miles de veces, pasándolo y tirando a canasta.

                A escribir se aprende escribiendo. No hay otra. Leer es un complemento. Es mucho mejor leer que no hacerlo y, sobre todo, es mucho mejor haber leído antes a quien lo hace bien, pero no es necesario en absoluto.

                Recuerda que no partes de cero porque sabes hablar, y que al escribir lo que habrías dicho tienes la ventaja de poder quitar y poner, de poder reordenar esos pensamientos que se te embarullan cuando intentas explicarte de viva voz.

                Recuerda, también, que el resultado no puede ni debe ser perfecto. No pretendas jugar como Pau Gasol porque tú no tienes ni su altura ni su talento. Solo quieres echar una pachanga y divertirte.

                No pretendas escribir como la gente que lees, todavía no, porque ellos juegan en otra división. Ahora que quieres escribir, los leerás de otra manera e intentarás aprender de ellos. Por ahora, confórmate con eso.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (4). Para siempre


                ¿Has empezado a escribir y no te sale lo que quieres, lo que crees que tienes dentro? No te preocupes, eso es lo normal. ¿Crees que el pintor pinta lo que quiere? ¿Crees que el músico escribe la partitura que desearía?

                En la vida, nadie hace lo que quiere, sino lo que puede. Y eso mismo pasa especialmente con cualquier tipo de expresión. Le pasa a los mejores y a los que empiezan, y tú no eres de los mejores, por lo menos todavía.

                Eso que lees y te gustaría escribir no debe ser una referencia para ti como escritor, sino como lector. No debes desear escribir como esos grandes escritores que lees con admiración o te frustrarás y lo dejarás. Tu misión es escribir y nada más, por puro placer y con el afán de hacerlo un poco mejor cada día. Por volver al símil del pintor, si el pintor se obsesiona en compararse con Velázquez, se sentirá un negado al principio, y al día siguiente, y siempre, y no encontrará satisfacción alguna en lo que hace.

                No te compares con nadie. No cometas como artista la torpeza que cometemos cada día como personas o no encontrarás más que gente que vive mejor que tú, que escribe mejor que tú. Escribir, como el ejercicio de cualquier tipo de arte, es una lucha permanente consigo mismo, no con otros, pues no hay dos artistas iguales, pues no hay dos escritores iguales. En esto, el ejercicio del arte se parece bastante al deporte del golf, que puede jugarse solo sin ningún problema, porque la contienda fundamental es con uno mismo.

No hay nadie como tú ni nadie que sienta como tú. Lo que no escribas tú, en fin, no lo va a escribir nadie, y si no lo escribes tú, se perderá para siempre.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (3). ¿De qué escribo?


           De eso, justamente de eso. Siente la llamada y déjate llevar. ¿Hay algo que te preocupa y quieres escribir? Escribe. ¿Algo te hace feliz y te gustaría recogerlo por escrito? Ponte a ello. ¿Te ha emocionado un paisaje, un gesto, un recuerdo inesperado? Pues, venga, ¿a qué esperas?

                No tienes por qué escribir una obra de ficción, y mucho menos una novela. Si te gusta escribir, puedes empezar recogiendo detalles de tu alrededor y pequeñas reflexiones sobre lo que te ocurre o sobre lo que sucede en tu entorno o en el mundo.

La vida de las personas es una sucesión de pequeños detalles en los que casi nadie repara, porque es mucho más fácil para los sentidos y para la inteligencia fijarse en los trazos gruesos, que son evidentes y se perciben al instante. Los trazos gruesos son necesarios, porque nos dan una idea inmediata de cómo son las personas y nos ayudan a movernos con presteza en la situaciones cotidianas, pero no siempre responden al fondo de la realidad.

Con tu alrededor y con el mundo paso lo mismo. Hay una realidad noticiosa, que es la que nos mandan los informativos, y una realidad social, que es aquella en la que vivimos. La primera está llena de hechos extraordinarios y parece caótica. En ella están los políticos y sus actitudes infantiles, pueriles y barriobajeras, los famosos y sus genialidades o sus excentricidades y lo más llamativo de la condición humana, que suele ser lo menos humano de ella. En la realidad social, en cambio, están las personas como tú y como yo que no se tiran los trastos a la cabeza cuando hablan de política, ni tienen comportamientos geniales o excéntricos ni saben hacer el pino con una mano, por ejemplo.

Escribir sobre los detalles de lo que te ocurre o sucede a tu alrededor, en esa realidad social que no sale en los telediarios, te obligará a reflexionar y sacará lo mejor de ti. Recuerda que solo los técnicos escriben de lo que saben. Los demás, tú y yo incluidos, escribimos de lo que estamos dispuestos a aprender buscando respuestas en nosotros mismos.

¿Has leído el título de este blog? Puede parecer una ocurrencia o un juego de palabras, pero si se llama “Tratado de lo que ignoro” es precisamente por eso.

¿Hay algo que te inquieta pero no sabes exactamente por qué? ¿Te gustaría ahondar, buscar, extraer, analizar…? Escribe.

En las conversaciones de barra de bar o de mesa camilla se aprende mucho, siempre que estemos dispuestos a escuchar a los otros, pero la conversación que más enseña es la que se tiene con uno mismo, siempre que estemos dispuestos a escuchar las distintas voces que provienen de nuestro interior, algo a lo que no siempre estamos dispuestos.

sábado, 24 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (2). Es más fácil de lo que parece


            Cuando en mi trabajo alguien viene a exponerme los problemas que tiene para redactar un escrito, yo suelo contestarle lo mismo:
        
          – Escríbelo tú.
          – Sí, ¿pero cómo?
          – Como me lo estás diciendo.
          – Bueno, pero tú me lo corriges luego.
         – Vale. Yo te lo corrijo.

             En esencia, escribir es solo eso: exponer de la mejor manera posible lo que se te ocurre y corregirlo después.

   De hecho, cuando escribimos seguimos el mismo proceso que cuando hablamos, expresamos una idea. La única diferencia es que cuando hablamos no dejamos constancia de lo que decimos y cuando escribimos, sí.

   Que quede constancia de lo que decimos tiene sus inconvenientes y sus ventajas.

   El inconveniente principal, en el que piensan muchos de los que quisieran escribir  pero no escriben, es que en el escrito puede quedar reflejada algo más que nuestra incapacidad para expresarnos, es decir, nuestra incultura, lo que nos causa bochorno incluso antes de que lo lean los otros, incluso aunque nuestro propósito nunca fuera el de darlo a conocer.

   En cambio, la primera gran ventaja que tiene lo que se escribe sobre lo que se dice es que lo que se escribe se puede corregir. Como más tarde ahondaré sobre este tema, no me quiero extender ahora con esto. Lo que debe quedaros claro es que los textos no le salen al escritor sobre la marcha, como los lee el lector, sino que son el producto de muchas horas de trabajo, de poner y de enmendar.

   La segunda gran ventaja de lo escrito sobre lo hablado es que lo hablado deja de ser tuyo inmediatamente, pues en el mismo acto de hablar ya es, también, de tu interlocutor, que puede hacer uso de lo oído como mejor le plazca, en su sentido literal o deformado. Lo escrito, por el contrario, es tuyo en tanto no se haga público (y aquí nadie está hablando de publicarlo, al menos por ahora), por lo que siempre puedes dejárselo a una persona de confianza, para que te dé una opinión sincera, o puedes dejarlo que repose en un cajón o, incluso, puedes romperlo, o tirarlo a la basura, o quemarlo.

   Romper lo que has escrito no es ninguna tragedia si lo que te gusta de veras es escribir, como no es ninguna tragedia no ir a ninguna parte si andar es lo que de veras te gusta.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Escribir por escribir (1). A manera de preámbulo


                A muchos lectores les gustaría escribir, pero creen que es una labor enrevesada y oscura, solo al alcance de unos pocos, en los que depositan una admiración que en no pocas ocasiones trasladan al campo de lo personal. En su mayoría, esos lectores a los que me refiero no quieren escribir libros de éxito, ni siquiera desean publicar lo que han escrito, sino que, simplemente, quieren dar rienda suelta a su vocación, esto es, quieren escribir por el puro placer de contar historias como las que leen, a la manera que lo hace un pintor aficionado, que disfruta confeccionando los cuadros que regalará luego a sus amigos o colgará en la sala de estar de su casa.

                No he vendido muchos libros ni he publicado en grandes editoriales, así que ni puedo explicar cómo se consiguen esos triunfos ni puedo hablar de mis experiencias al respecto, pero sí he escrito mucho (mucho texto y durante mucho tiempo) y he sentido mucho placer haciéndolo, y esa experiencia de éxito sí puedo compartirla con quien esté dispuesto a escribir por el mero hecho de hacerlo.

                La publicación al unísono de una trilogía de casi 1700 páginas, que me ha procurado un placer inmenso durante los muchos años que he estado escribiéndola, me parece una buena excusa para explicar de una forma más sosegada lo que suelo exponer en los grupos de lectura a los que acudo cuando me llaman, a cuyos componentes animo siempre a escribir si esa es su verdadera vocación, pues pocas aficiones hay en la vida tan flexibles, tan enriquecedoras y tan baratas.

                Como primera aproximación debo decir que escribir no es escribir novelas, o no tiene por qué serlo. Borges, por ejemplo, a quien admiro por encima de a cualquier otro escritor, nunca escribió una novela. Escribir es dejar constancia por escrito de algo. Así de simple y así de poco concluyente, pues ese algo puede ser una emoción, un sentimiento, un pensamiento o una construcción inventada en la que se recojan emociones, sentimientos y pensamientos que emocionen al lector o lo hagan pensar, aunque sea con mundos totalmente ficticios.

                En las entradas que siguen a esta me propongo escribir sobre ello. También en mi caso (en este caso), será por el puro placer de escribir.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Trilogía de Occidente


Como ciudadano, siempre me ha interesado lo que ocurre en mi ciudad y en el mundo. Como persona, siempre me han maravillado las emociones y los sentimientos que anidan en cada uno de los seres humanos, tan expuestos al sufrimiento y a la belleza. Como lector, siempre me han gustado los libros de grandes tramas y personajes maravillosos, realizados con imaginación, precisión y sencillez.

Como escritor, siempre he procurado escribir lo que me habría gustado leer.

Un día me puse a escribir la historia de un asesino extraordinario y, muchos años después, me di cuenta de que había escrito la Historia Moderna de un mundo no muy distinto del nuestro, aunque totalmente ficticio, con dos ciudades emblemáticas, Sholombra y Nógdam. Estaba compuesto por tres novelas a las que llamé, por este orden, Sholombra (1), De Sholombra a Nógdam (2) y Nógdam (3), que, juntas, forman la trilogía de Occidente.

La trilogía de Occidente es una de esas obras que no se hacen porque se quiere, pues nadie en su sano juicio se embarca en un proyecto de tal envergadura, sino de las que van creciendo sobre la marcha, sorprendiendo día a día a su autor. 

Creo, sinceramente, que el resultado me desbordó, y que está muy por encima de lo demás que yo he escrito y de lo que podré escribir en el futuro. Puedo decir, también, que disfruté durante las miles y miles de horas que estuve sentado frente al ordenador, escribiéndola, y que, aunque escribía para mí, solo por el placer de crear algo hermoso, el resultado me agradaría mucho como lector, por lo que también debería resultar del agrado de quienes tienen gustos parecidos a los míos.

Como me siento orgulloso de ella, no he querido que se publique de cualquier manera y he preferido que salga libremente, como si lo hiciera ella misma, con la inestimable ayuda de varias personas: agradezco la colaboración de Jorge García, de Pérez Zarco y de Miguel Castilla, y, especialmente, agradezco la preciosa colaboración de Pol Febas Pardo, que supo interpretar el contenido de la obra en las portadas que gentilmente diseñó y en el mapa que se inserta en la segunda novela.

Esta obra, que tanto trabajo y tanto placer me produjo, va dedicada a mis hijos, Juan y Luis, pero ya es de todos ustedes, en formato digital y en papel.

Para conseguir los libros en papel, pincha sobre las imágenes.


Aquí (Sholombra), aquí (De Sholombra a Nógdam) y aquí (Nógdam), en formato digital.

*Hay mucha información sobre las tres novelas en juanboscocastilla.com.






viernes, 16 de noviembre de 2018

Presentación de "Las silabas del día", de Pérez Zarco (fragmento)


A los que nos gusta escribir nos gustan las palabras. Hay algo más allá de lo comprensible en las palabras. Si te paras a pensar un poco, resulta extraño y maravilloso que yo diga Carmen y me acuerde de mi mujer. O dicho de otra forma, es extraño y maravilloso que una palabra nos represente. Es extraño y maravillo que una simple palabra nos traiga al pensamiento una idea. Que la palabra mesa nos lleve a pensar inmediatamente en una imagen. Que la palabra amigo nos aporte un conjunto de recuerdos. Que la palabra hijo nos ensanche inmediatamente el pecho.

Ligar palabras, eso que hacemos continuamente sin darnos cuenta, es algo que nos identifica como seres humanos, que nos distingue del resto de los seres de la creación y nos iguala a los dioses.
Hay cosas que nos parecen extrañas y lo son, en efecto, pero hay cosas que nos parecen normales y son de lo más maravilloso. Nos parece extraño, por ejemplo, que los aviones vuelen, con lo pesados que son, o que el hombre haya sido capaz de llegar a la luna, y no nos parece extraño que yo os diga “anteayer estuve cogiendo setas en Cardeña” y vosotros entendáis al instante que ha llovido y yo, hace justamente dos días, fui por un terreno de monte próximo a una localidad que está a unos 50 kilómetros para coger unos vegetales que salen en otoño.
Asociar lo que vemos, lo que olemos, lo que palpamos, con unos sonidos que se coordinan con otros formando un sistema y que ese sistema sea entendido por otras personas es una creación genial. Que lo diga y que otros me entiendan y, en consecuencia, puedan sentir lo que yo y de esa forma me acompañen y nieguen mi soledad.
Que uno sea capaz de expresar lo que ve o lo que ha visto y otro lo entienda, lo entienda, es sorprendente y maravilloso, pero solo es una parte de lo maravilloso que es expresarse y que otro lo entienda. Expresar más allá de lo que se ve, expresar lo que se siente, lo que se piensa, lo que en nosotros hay de espiritual.
Expresar lo que nos llega por los sentidos, lo que procesa el pensamiento y el sedimento que queda en el alma sensible en forma de emociones y sentimientos, y que otros lo entiendan y se sientan solidarios contigo.

 Para conseguir el libro, pincha sobre la imagen
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Recogerlo por escrito es ir un paso más allá. La escritura, otro invento maravilloso que complementa el lenguaje y cierra el círculo. Que uno pueda expresar lo que siente y fijarlo, para sí mismo, para otros, para hoy, para mañana, para todos, para siempre.
Expresarse por escrito obliga y mucho, obliga a la precisión de las formas, porque lo escrito es sentencia y ya no puede mudarse, es sentencia en el espacio y en el tiempo.
Los que escriben lo saben bien, y muy especialmente los que escriben poemas. Ese hilo de palabras que se sueltan sentado frente a un arroyo, frente a la noche estrellada, frente a los otros, frente a sí mismo, en soledad y en silencio, para volver luego a la introspección y al mutismo, han de ser después recogidas por escrito en palabras formadas por sílabas que se someten al extremoso rigor de la belleza.
Al poeta no le salen los poemas como el lector los lee, por mucho talento que tenga. El poeta trabaja como un orfebre las emociones y las palabras.
Perez Zarco es, además de un ser dado a la contemplación y la creación inmediata, un técnico de la palabra, y es fácil imaginárselo en esa labor posterior de dar forma escrita a lo que ha sentido sobre la marcha. Una labor de orfebre o, mejor, de relojero, porque el orfebre trabaja con elementos materiales y ahí se queda. Al relojero, en cambio, uno se lo imagina intentando captar algo tan sutil e inaprensible como el tiempo con unos minúsculos engranajes que se coordinan en un sistema perfecto. Al relojero nunca le sobran piezas, ni le faltan, porque en su obra final están todas las que deben estar y solo esas.

jueves, 13 de septiembre de 2018

El vecino de Valle-Inclán


                En una de las fachadas que dan a la “praza das Cinco Rúas” de Pontevedra, detrás de un parterre y dando al cruceiro que tiene representados a Adán y Eva, hay una placa de piedra con la leyenda grabada “Aquí vivió Valle Inclán”. Hace muchos años, en la pared de la casa de enfrente por la “rúa Isabel II, antiguamente rúa da Correaría-Rúa dos Mendiños”, según dice el cartel indicativo, y debajo de este, alguien escribió sobre la piedra de la fachada, con las mismas letras que se pintan los números de las calles, la leyenda “Aquí vivió el vecino de Valle Inclán”.

                Este último anuncio está en un sitio menos vistoso que el oficial y fue pintado con letras de molde sobre la pared, pero se graba mejor en la memoria, donde se guarda con más cariño, dado su carácter gamberro, jocoso y popular, que sería muy del agrado del genio de Valle-Inclán. Yo, de hecho, siempre me acuerdo de él cuando se habla de Pontevedra y lo saco con frecuencia en las conversaciones en las que sale a colación esa ciudad o ese escritor.

                Lo vi de casualidad hace muchos años, lo volví a ver más tarde y lo he visto ahora, que he vuelto a Galicia con unos amigos. Lo he visto después de buscarlo, porque sabía que estaba allí, pues ya nadie puede encontrarlo por casualidad, ni entender lo que dijo un día, dado que carece de la mayoría de las letras y resulta totalmente ilegible.

                Hay muchas pintadas que ensucian y algunas, muy pocas, pintadas hermosas, que embellecen el entorno. Como nadie puede decir qué es lo que ensucia y qué lo que hermosea no seré yo el que haga aquí apología de las pintadas, de ninguna de ellas. Digo, no obstante, que yo siempre pensé en un paralelismo entre el genio de Valle-Inclán y la genialidad de esa pintada, que ahora desaparece, y digo, también, que el titular de la casa o el Ayuntamiento haría bien en mantener el lustre de la pintada haciéndole un poquito mantenimiento.



sábado, 23 de junio de 2018

0. Pozoblanco o La vida es corta, sin peros


        “¿Volverás a hacer el Camino de Santiago que has hecho?”, me han preguntado a la vuelta. A lo que yo he contestado: “No creo: la vida es corta y hay muchos caminos”. Algo parecido contesto cuando me preguntan por qué dejo de leer los libros, lo que hago a poco que me aburran: “La vida es corta y hay muchos libros”.

        El último día del Camino leí una pintada en una pared que tenía una variación de esa permanente alegación mía: “La vida es corta, pero ancha”. Seguramente no era una afirmación original del grafitero, pero yo no la había oído nunca y me llamó la atención. Que la vida era corta ya lo sabía. Que, además, fuera ancha, no.

Que la vida sea ancha es una idea hermosa y a mí me dejó pensado. Pensé que en una vida determinada se pueden hacer muchas cosas o pocas, como se pueden hacer muchas cosas o pocas en un día cualquiera. Uno puede levantarse los días de fiesta a las tantas y pasar el resto de la jornada derrengado en el sofá o puede levantarse a la hora de siempre y hacer lo que le resulta imposible los días de trabajo, por ejemplo. Para el que aprovecha el tiempo, la vida es ancha. Para el que malgasta el tiempo, la vida es estrecha.

El tiempo es el único bien que tenemos cuando venimos al mundo y es el único bien que perdemos cuando nos vamos del mundo. Es decir, desde que nacemos hasta morimos solo tenemos tiempo. La vida, en fin, es tiempo. La idea puede parecer baladí a fuerza de obvia, pero no debe de serlo tanto si observamos lo que comúnmente hacemos con el tiempo. Y si no, preguntémonos qué estamos haciendo con nuestro tiempo y la respuesta será la misma que la que tengamos a la pregunta qué estamos haciendo con nuestra vida.

¿Qué estoy haciendo con mi tiempo? ¿Qué estoy haciendo con mi vida?

Como la vida es tiempo, el arte de vivir es el arte de gestionar el tiempo de la manera más eficiente posible. Si toda gestión supone la administración de unos recursos, la gestión del tiempo es más compleja y necesita de más pericia, dado que el recurso, además de limitado, es desigual e indefinido. Es desigual porque el tiempo de la juventud no es igual al tiempo de la madurez o de la senectud. Es indefinido porque no tiene un término fijo o conocido.

El arte de vivir supone aprovechar cada etapa en su momento, la juventud en la juventud y la madurez en la madurez, por ejemplo. Desaprovechar la juventud por una madurez mejor es tan poco eficiente como desaprovechar la madurez por una jubilación mejor, dado que no habrá otra juventud ni otra madurez.

El tiempo no es pasado, sino presente, y puede ser futuro. Que no sea pasado supone que no debemos dedicar ni un minuto del presente al pasado. Que pueda ser futuro, supone que debemos dedicar al futuro el tiempo que se merece, que no es igual en la juventud, donde supuestamente será largo, que en la madurez, donde con toda seguridad será más corto.

Que la vida sea ancha es una idea hermosa, pero tiene sus peligros. El principal, la mala digestión del presente. Porque en realidad la vida solo es ancha para las sensaciones, para los afectos, para los sentimientos y para las emociones, y es estrecha para todo lo demás. La vida es como un líquido que fluye en un tubo estrecho, en el que no cabe meter más caudal del que idóneo porque, de lo contrario, se atora el líquido o se rompe el tubo. Es la sucesión idónea, y no la acumulación precipitada, la que determina que uno sea más o menos experto en el arte de vivir. O, dicho de otra forma, es el saldo de una vida el que debe ser importante, y no el saldo de un día o una semana, de unos cuantos días o unas cuantas semanas.

Si me aplico a mí mismo lo que estoy exponiendo, la respuesta es clara:

“¿Volverías a hacer el Camino que has hecho?”.

“Sí”.

“¿Volverás a hacer el Camino que has hecho?”.

“No, porque la vida es corta, y tengo muchos caminos pendientes”.





domingo, 17 de junio de 2018

19. Santiago de Compostela o El final del Camino


                He llegado a Santiago de Compostela. Y muy temprano.

                Como prometí, he ido a la catedral a darle el abrazo al santo y en la cola me he acordado de mi familia, de mis amigos y de mis compañeros. 

                He ido a sacarme la “compostella” a la Oficina de Atención al Peregrino, donde he estado dos horas en una cola controlada por un señor con el humor de un sargento de marines y, con el documento en la mano, he ido al encuentro de dos compañeros peregrinos con los que había quedado. Hemos tomado una cerveza en una terraza y hemos comido en la Hospedería San Martín Pinario, del Seminario Mayor, que está junto a la catedral. Y mientras comíamos, hemos sido felices conversando de nosotros y de las personas que amamos, que es otra forma de hablar de nosotros. Teníamos ese punto de euforia del que sube a una montaña y otea el horizonte, del que se siente satisfecho por el deber cumplido.

                Pero seguramente no hemos conversado lo suficiente y hemos quedado allí mismo para cenar. Así que me he ido, he estado dando tumbos bajo la lluvia de Santiago y he vuelto. Hemos cenado, hemos conversado hasta muy tarde y nos hemos despedido con un abrazo, tal vez para siempre.

                En la plaza del Obradoiro, camino de la pensión donde tengo mi residencia, he oído los sones de una tuna que cantaba bajo los soportales del palacio de Raxoi y me he acercado. Eran tunos poco tunos, mayores, con más pinta de profesores que de estudiantes, pero tenían mucho oficio y la gente que estaba escuchándolos solo quería divertirse. Además, era bastante de noche, la plaza estaba desierta y caía una lluvia mansa. ¿Era o no era el ambiente propicio para abandonarse a la alegría?

                Por si no he sido capaz de transmitirlo con acierto, yo os lo diré: lo era. Y os digo también que, después de muchos kilómetros y muchos días de camino, he terminado en Santiago lo que empecé en Burgos, y que lo he terminado con bien, y cantando.

* Ruta.