domingo, 22 de octubre de 2017

Nacionalismo e izquierda*

Para los nacionalistas, una nación no es una suma de individuos, sino una unidad anterior y superior al individuo, al que se instruye al estilo de las religiones o, en casos más extremos, al que se adoctrina y ampara como hacen las sectas. Si en las sectas el individuo es feliz aplicando las sencillas reglas de un catecismo y entregando la resolución de sus problemas al líder, que le enseña un camino de liturgias y cánticos que lo llevan al éxtasis, en el nacionalismo extremo el individuo es feliz aplicando las sencillas reglas de una ideología excluyente y siguiendo con himnos y banderas al líder, que le muestra el camino hacia un futuro pleno de venturas.

El nacionalismo, el romanticismo y el liberalismo nacieron a finales del siglo XVIII casi a la vez, auspiciados por la burguesía, que respaldó el concepto de soberanía nacional frente al poder absoluto del rey y lo dotó de un componente estético y emocional. A los creadores del nacionalismo nunca les importaron los individuos, sino el conjunto (la nación), que dominaban ellos en su propio beneficio, hasta el punto de que durante mucho tiempo se consideró que solo tenían derecho a voto algunos ciudadanos (los que tenían determinados bienes o un mínimo nivel educativo, por ejemplo) que actuaban como instrumento de la Nación, por ser los que contaban con más información o asumían una mayor responsabilidad. El nacionalismo siempre ha pretendido la exaltación de lo propio en perjuicio de lo ajeno, a lo que ha considerado inferior, igual que a los diferentes, siempre ha premiado, en fin, la desigualdad, y tiene en el fondo un componente supremacista.


Por eso, a los teóricos de la izquierda nunca les fue cómodo el concepto de nación. Siempre prefirieron considerar a los individuos iguales y libres, hablaran el idioma que hablaran, fuera de la raza que fueran y vivieran donde vivieran, ya fuese a un lado o a otro de las fronteras. De hecho, Karl Marx y Friedrich Engels incluyeron el famoso y muy seguido lema “¡Proletarios de todos los países, uníos!” en su Manifiesto del Partido Comunista, aunque ya se venía utilizando con anterioridad.

Ni siquiera Rosa Luxemburgo y Lenin aceptaron el concepto de nación tal y como lo mantenían los nacionalistas, a pesar de que les tocó vivir uno de los momentos más álgidos del nacionalismo, como fue el de los prolegómenos de la I Guerra Mundial, y siempre aceptaron la primacía de los intereses de la clase obrera a los intereses de la nación y la lucha de clases a la reivindicación de la independencia nacional.

Por eso no entiendo que un partido de izquierdas sea nacionalista, y mucho menos que lo sea un partido de extrema izquierda. No entiendo, por ejemplo, que un individuo de izquierdas de Barcelona considere a un obrero de Lérida y a otro de Teruel antes como naturales de Lérida o de Teruel que como obreros. Y lo entiendo menos si ese individuo de izquierdas ha nacido fuera de Cataluña. Entonces, no entiendo nada.


A veces, oigo a individuos de izquierdas residentes en Cataluña pero nacidos en Andalucía decir que se han hecho independentistas porque han encontrado en Cataluña lo que no encontraban en Andalucía, trabajo y un futuro mejor para sus hijos. No parece sino que el salario se lo han dado gratis. Cuando los oigo, me acuerdo de la teoría de la Plusvalía que el padre de la izquierda, Karl Marx, desarrolló en El Capital, según la cual el capitalista se apropia de manera gratuita del excedente producido por el obrero. La realidad, en fin, es que esos trabajadores andaluces deben estar tan agradecidos a los empresarios catalanes como los empresarios catalanes agradecidos a los trabajadores andaluces, pues estos han obtenido del empresario menos de lo que el empresario ha obtenido de ellos. Y no oigo a unos y a otros opinar igual, sindicatos incluidos.

Con todo, que un catalán de izquierdas pueda simpatizar con el nacionalismo me resulta menos incomprensible que si el que simpatiza con ese nacionalismo es un izquierdista de otra parte de España. El nacionalismo catalán, como casi todos los nacionalismos europeos de hoy en día, tiene buena parte de su origen en el interés, aunque luego pase a lo emocional (y no al revés). O sea, primero está el “España nos roba”, que tanto éxito ha tenido como lema, y luego vienen las banderas y los himnos y ese lema imbatible pero vacío del derecho a decidir. Ese “España nos roba” está sustentado en que Cataluña aporta más al común español de lo que recibe, lo cual (suponiendo que sea cierto) es bastante lógico desde el punto de vista de la justicia social, dado que los ciudadanos de Cataluña son más ricos que la media de los ciudadanos de España. De hecho, los que más aportan al común son los ciudadanos más ricos, sean de Cataluña o de cualquier otro sitio, y los que más reciben son los más pobres, sean de Cataluña o de cualquier otro sitio. O así debería ser.

Un izquierdista congruente, y cuanto más izquierdista más, debería apoyar el trasvase de rentas de los más ricos a los más pobres, para lo que cualquier frontera es una barrera infranqueable. Veo, sin embargo, que la extrema izquierda española simpatiza con el nacionalismo catalán, esto es, que mira antes el lugar de nacimiento de un obrero que su condición de tal y su renta. Y veo, con asombro, el apego que le tiene al derecho a decidir de las naciones, cuando la extrema izquierda no ha considerado teóricamente otro derecho a decidir que el del proletariado.

* Publicado en el semanario La comarca.