La Federación Española de
Municipios y Provincias (FEMP), que tiene una comisión específica de
Despoblación, ha celebrado el II Congreso Nacional de Despoblamiento del Medio
Rural en Huesca, los días 22 y 23 del pasado mes de junio, en el que se ha
debatido sobre las causas y las posibles soluciones de ese gravísimo problema
que tiene España, una parte importante de cuyo territorio se está convirtiendo
en un desierto demográfico. Leyendo la revista Carta Local, que edita la citada
FEMP, he podido comprobar lo sensibilizados que están los dirigentes
municipales de los municipios afectados y me he detenido especialmente en las
soluciones propuestas, por si pudieran ser de aplicación a la comarca de Los
Pedroches, que ha perdido una parte considerable de su población y que sigue
perdiéndola a pasos agigantados, pero de los diversos artículos sobre el tema
he llegado a la conclusión de que en este territorio, y tal vez en toda
Andalucía, el problema tiene unos caracteres específicos que requerirían de un
estudio más profundo y de unas soluciones más complejas.
Para
empezar, no creo que el inconveniente fundamental sea de conciencia del
problema ni de dinero. Existe
conciencia de que los pueblos necesitan ayuda. Existe en el Estado, en la Junta
de Andalucía y en la Diputación Provincial, que remiten fondos para programas y
más programas, en convocatorias sucesivas que tienen a los técnicos municipales
ocupados casi todos los días del año. Llevo más de 30 años trabajando para un
ayuntamiento afectado por el despoblamiento y puedo decir que nunca como en
esta época han dispuesto los Ayuntamientos de tantas transferencias de otras
entidades para los objetivos más diversos, cuyo fin inmediato no es fijar a la
población en el territorio, pero sí lo sería como fin último, dado que se trata
de proporcionarle empleo y servicios.
La
consecuencia de estas transferencias es que todos nuestros pueblos están casi
perfectamente urbanizados, todos cuentan con buenos equipamientos básicos (cementerio,
alumbrado, alcantarillado, abastecimiento de aguas, etc.) y todos tienen
dotaciones educativas, culturales, sanitarias, sociales, deportivas y de ocio
en cantidad y calidad suficiente como para asegurar un elevado bienestar de sus
vecinos, a lo que habría que añadir que en todos se desarrollan numerosas
actividades de diverso tipo, organizadas por monitores profesionales
contratados ex profeso para esos fines. A eso habría que añadir que todos han
visto mejoradas sus vías de comunicación, de manera que los centros comerciales
y de prestación de servicios ubicados en las cabeceras de comarca (singularmente,
en Pozoblanco) están ahora más cerca que antes.
Si
ha llegado y llega dinero, si existen dotaciones suficientes como para asegurar
una muy digna calidad de vida y si las comunicaciones han mejorado, ¿por qué
sigue yéndose la gente? O para expresarlo de otra forma: ¿por qué ese mayor
bienestar, esa mejora de las infraestructuras y ese incremento de los servicios
no ha ido acompañado de un mayor nivel de empleo que fijara a la población al
territorio?
Ya
digo que no ha sido por falta de interés de las Administraciones afectadas. De
hecho, el despoblamiento habría sido aún mayor si no se hubiesen realizado
inversiones en infraestructuras y no se hubieran aplicado políticas de empleo.
Lo que creo es que ese interés no ha cuajado en las medidas más correctas. Al
enfermo maduro aquejado de despoblamiento se le han aplicado medicinas de tipo
paliativo, como si fuera un moribundo, en lugar de aplicarle medicinas que le
devolvieran el vigor y lo hicieran valerse por sí mismo, con lo que se le ha
convertido en un ser dependiente de las medicinas. De tipo paliativo son los
subsidios, se llamen así o se llamen planes de empleo; de tipo paliativo son
los planes de formación cuando el objetivo no es formar al alumno para
insertarlo en el mercado laboral, sino proporcionarle un sueldo durante un
periodo largo, como ha ocurrido sistemáticamente con los talleres de empleo; y
de tipo paliativo es la ejecución de obras por administración directa, en lugar
de a través de una pequeña empresa.
El
resultado es que la mayoría de los pueblos de Los Pedroches tiene una población
escasa y envejecida, que de una forma o de otra vive de lo público, mal
preparada para las nuevas demandas de la economía y poco dispuesta al riesgo de
un emprendimiento. Es decir, tiene una población muy poco mentalizada para crear
riqueza. Y el problema es que esa mentalidad negativa se consigue con relativa
facilidad, pero no se cambia fácilmente.
Entonces,
¿existe alguna solución o debemos conformarnos con ir perdiendo población lo
más lentamente posible? Existe, por supuesto. Debe existir. Hay que aumentar
las infraestructuras interterritoriales, hay que seguir igualando los servicios
de las ciudades y los pueblos, hay que aprovechar toda la energía de los
escasos emprendedores, eliminando las numerosísimas trabas administrativas que
jalonan su camino y facilitándoles ayudas inmediatas o casi inmediatas, y hay
que fomentar el aprovechamiento del medio físico, especialmente con la
ganadería, la agricultura y el turismo.
Pero,
además, hay que proceder a la recolonización. El cambio de mentalidad necesita
de gente de fuera que refresque las ideas. El daño en el pensamiento comarcal es
tan grande que ya no es posible cambiarlo sin medidas traumáticas, que ni
pueden adoptarse por razones de paz social ni deberían adoptarse por razones de
justicia social. El enfermo, que ya solo aspira a sobrevivir, no puede
prescindir de los cuidados paliativos, esto es, no puede prescindir de las
ayudas a las que por su dignidad humana tiene derecho. Y en esas condiciones la
mentalidad renovadora solo es posible con la reocupación de los pueblos.
Hay
que fomentar que venga gente de fuera a vivir aquí. Yo creo que es posible. He
conocido a algunos que cambiarían la ciudad por un pueblo como uno de los
nuestros. Son gente que quiere trabajar en el campo con proyectos innovadores o
que puede trabajar en cualquier sitio porque conoce un oficio, o porque vive de
ser creativa, o porque vende servicios a través de internet.
Y
el caso es que no existe ni una sola política en este sentido, tal vez porque
quienes deben buscar soluciones no han caído en ello o, tal vez, porque estiman
tan poco a nuestros pueblos que piensan que nadie de fuera los va a querer.
Hace
tiempo, cuando propuse públicamente trabajar para que la gente de fuera se
ubicara en Los Pedroches y cambiara nuestra mentalidad, alguien me contestó que
lo que deberíamos hacer era trabajar para salir adelante por nosotros mismos,
como si mi propuesta no fuera complementaria de ese esfuerzo necesario y fuera
frívola o encubriera un complejo de inferioridad. Y nada más lejos de la
realidad: trabajar para que venga gente de fuera a repoblar nuestra tierra es
una forma más de trabajar por su futuro, y es hacerlo con el convencimiento de
que vale la pena vivir en ella, certeza que comparten muchos de nuestros
paisanos y de la que participo yo.
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