jueves, 28 de septiembre de 2017

Sobre la despoblación de Los Pedroches

          La Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP), que tiene una comisión específica de Despoblación, ha celebrado el II Congreso Nacional de Despoblamiento del Medio Rural en Huesca, los días 22 y 23 del pasado mes de junio, en el que se ha debatido sobre las causas y las posibles soluciones de ese gravísimo problema que tiene España, una parte importante de cuyo territorio se está convirtiendo en un desierto demográfico. Leyendo la revista Carta Local, que edita la citada FEMP, he podido comprobar lo sensibilizados que están los dirigentes municipales de los municipios afectados y me he detenido especialmente en las soluciones propuestas, por si pudieran ser de aplicación a la comarca de Los Pedroches, que ha perdido una parte considerable de su población y que sigue perdiéndola a pasos agigantados, pero de los diversos artículos sobre el tema he llegado a la conclusión de que en este territorio, y tal vez en toda Andalucía, el problema tiene unos caracteres específicos que requerirían de un estudio más profundo y de unas soluciones más complejas.

                Para empezar, no creo que el inconveniente fundamental sea de conciencia del problema ni de dinero. Existe conciencia de que los pueblos necesitan ayuda. Existe en el Estado, en la Junta de Andalucía y en la Diputación Provincial, que remiten fondos para programas y más programas, en convocatorias sucesivas que tienen a los técnicos municipales ocupados casi todos los días del año. Llevo más de 30 años trabajando para un ayuntamiento afectado por el despoblamiento y puedo decir que nunca como en esta época han dispuesto los Ayuntamientos de tantas transferencias de otras entidades para los objetivos más diversos, cuyo fin inmediato no es fijar a la población en el territorio, pero sí lo sería como fin último, dado que se trata de proporcionarle empleo y servicios.

                La consecuencia de estas transferencias es que todos nuestros pueblos están casi perfectamente urbanizados, todos cuentan con buenos equipamientos básicos (cementerio, alumbrado, alcantarillado, abastecimiento de aguas, etc.) y todos tienen dotaciones educativas, culturales, sanitarias, sociales, deportivas y de ocio en cantidad y calidad suficiente como para asegurar un elevado bienestar de sus vecinos, a lo que habría que añadir que en todos se desarrollan numerosas actividades de diverso tipo, organizadas por monitores profesionales contratados ex profeso para esos fines. A eso habría que añadir que todos han visto mejoradas sus vías de comunicación, de manera que los centros comerciales y de prestación de servicios ubicados en las cabeceras de comarca (singularmente, en Pozoblanco) están ahora más cerca que antes.


                Si ha llegado y llega dinero, si existen dotaciones suficientes como para asegurar una muy digna calidad de vida y si las comunicaciones han mejorado, ¿por qué sigue yéndose la gente? O para expresarlo de otra forma: ¿por qué ese mayor bienestar, esa mejora de las infraestructuras y ese incremento de los servicios no ha ido acompañado de un mayor nivel de empleo que fijara a la población al territorio?

                Ya digo que no ha sido por falta de interés de las Administraciones afectadas. De hecho, el despoblamiento habría sido aún mayor si no se hubiesen realizado inversiones en infraestructuras y no se hubieran aplicado políticas de empleo. Lo que creo es que ese interés no ha cuajado en las medidas más correctas. Al enfermo maduro aquejado de despoblamiento se le han aplicado medicinas de tipo paliativo, como si fuera un moribundo, en lugar de aplicarle medicinas que le devolvieran el vigor y lo hicieran valerse por sí mismo, con lo que se le ha convertido en un ser dependiente de las medicinas. De tipo paliativo son los subsidios, se llamen así o se llamen planes de empleo; de tipo paliativo son los planes de formación cuando el objetivo no es formar al alumno para insertarlo en el mercado laboral, sino proporcionarle un sueldo durante un periodo largo, como ha ocurrido sistemáticamente con los talleres de empleo; y de tipo paliativo es la ejecución de obras por administración directa, en lugar de a través de una pequeña empresa.

                El resultado es que la mayoría de los pueblos de Los Pedroches tiene una población escasa y envejecida, que de una forma o de otra vive de lo público, mal preparada para las nuevas demandas de la economía y poco dispuesta al riesgo de un emprendimiento. Es decir, tiene una población muy poco mentalizada para crear riqueza. Y el problema es que esa mentalidad negativa se consigue con relativa facilidad, pero no se cambia fácilmente.

                Entonces, ¿existe alguna solución o debemos conformarnos con ir perdiendo población lo más lentamente posible? Existe, por supuesto. Debe existir. Hay que aumentar las infraestructuras interterritoriales, hay que seguir igualando los servicios de las ciudades y los pueblos, hay que aprovechar toda la energía de los escasos emprendedores, eliminando las numerosísimas trabas administrativas que jalonan su camino y facilitándoles ayudas inmediatas o casi inmediatas, y hay que fomentar el aprovechamiento del medio físico, especialmente con la ganadería, la agricultura y el turismo.


                Pero, además, hay que proceder a la recolonización. El cambio de mentalidad necesita de gente de fuera que refresque las ideas. El daño en el pensamiento comarcal es tan grande que ya no es posible cambiarlo sin medidas traumáticas, que ni pueden adoptarse por razones de paz social ni deberían adoptarse por razones de justicia social. El enfermo, que ya solo aspira a sobrevivir, no puede prescindir de los cuidados paliativos, esto es, no puede prescindir de las ayudas a las que por su dignidad humana tiene derecho. Y en esas condiciones la mentalidad renovadora solo es posible con la reocupación de los pueblos.

                Hay que fomentar que venga gente de fuera a vivir aquí. Yo creo que es posible. He conocido a algunos que cambiarían la ciudad por un pueblo como uno de los nuestros. Son gente que quiere trabajar en el campo con proyectos innovadores o que puede trabajar en cualquier sitio porque conoce un oficio, o porque vive de ser creativa, o porque vende servicios a través de internet.

                Y el caso es que no existe ni una sola política en este sentido, tal vez porque quienes deben buscar soluciones no han caído en ello o, tal vez, porque estiman tan poco a nuestros pueblos que piensan que nadie de fuera los va a querer.

                Hace tiempo, cuando propuse públicamente trabajar para que la gente de fuera se ubicara en Los Pedroches y cambiara nuestra mentalidad, alguien me contestó que lo que deberíamos hacer era trabajar para salir adelante por nosotros mismos, como si mi propuesta no fuera complementaria de ese esfuerzo necesario y fuera frívola o encubriera un complejo de inferioridad. Y nada más lejos de la realidad: trabajar para que venga gente de fuera a repoblar nuestra tierra es una forma más de trabajar por su futuro, y es hacerlo con el convencimiento de que vale la pena vivir en ella, certeza que comparten muchos de nuestros paisanos y de la que participo yo.

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miércoles, 13 de septiembre de 2017

El cementerio de los ingleses

           La noche del 10 de noviembre de 1890, el acorazado inglés Serpent se acercó demasiado a la orilla y chocó contras las rocas cercanas a Punta do Boi, en la “Costa da Morte”. De los 175 tripulantes, murieron 172. Los cuerpos que fueron rescatados se enterraron junto al mar, entre el cabo Trece y la playa del mismo nombre, en un cementerio aislado construido ex profeso para ellos que hoy es conocido como “El de los ingleses”.
                 El cementerio es un rectángulo cercado por un muro de piedra, con dos portillos por acceso, que tiene en su interior un pequeño recinto cerrado en el que están enterrados el capitán y los demás oficiales del barco. Para llegar hasta él hay que tomar una pista de tierra que puede hacerse en coche sin problemas pero es mejor hacer a pie, como parte de alguno de los recorridos de la red de senderos que peina esta comarca, extrema en lo geográfico y extrema, sobre todo, en su belleza.
                No en vano, todo el lugar donde se asienta el cementerio parece el decorado de una película romántica. Hacia el Este, el mar se remansa en una playa totalmente virgen, pero en el resto de la costa está agitado, y palpita, y forma espuma, y salta sobre las rocas, que las más de las veces forman islotes crespos y acantilados pero otras se dulcifican sobre la orilla, de manera que el viajero puede andar sobre su piel áspera y acercarse a la línea de agua. No hay árboles cerca, porque no lo permite la dura climatología, y la vegetación es un manto espeso de arbustos coloridos y pinchosos que impiden alejarse del camino, de las rocas o de la playa. Tampoco hay cerca otras edificaciones, y a lo lejos, hacia el Oeste, se divisa el imponente faro Vilán, al que unos días antes habíamos encontrado envuelto en la niebla.
                Nada hay en las inmediaciones salvo la tierra, el aire y el mar, y en tales soledades, rodeado por la fuerza y la belleza de la Naturaleza más salvaje y teniendo presente las historias de los muchos naufragios que por estos lares ha habido, uno se siente abrumado y, sin embargo, libre.

                Libre de los afanes de otros que nos muestran los telediarios y de sus propios afanes. Libre, en fin, de la estupidez del mundo y de su propia estupidez.

              Sentado frente al mar, no pienso en nada. El tiempo pasa por mí sin envejecerme. Soy como uno de esos marineros muertos que miran al horizonte gris desde el borde de un acantilado.