martes, 20 de junio de 2017

Caridad, justicia, mecenazgo*

                Los patrocinadores, mecenas o sponsor están detrás de la mayoría de las tareas que desarrolla la sociedad. Lo están, financiando a los clubes deportivos, las actividades culturales, los programas sociales y, también, la investigación, la educación y el desarrollo.  Eso lo sabe cualquiera, a poco que mire los programas de las actividades o los presupuestos de ingresos de las asociaciones sin ánimo de lucro, pero lo saben mejor que nadie los directivos de esas asociaciones, cuya primera función suele ser la de buscar patrocinadores, y lo saben los propios patrocinadores, que reciben constantemente solicitudes de ayuda de las asociaciones.

                Es tal la relación entre los patrocinadores y la sociedad, que sin los patrocinadores no podrían realizarse la mayoría de las actividades de esta, o tendrían mucha menos relevancia, pues la fuente de ingresos que suponen no sería compensada por ninguna otra, y mucho menos por la Administración, que ya tiene bastantes frentes abiertos y puede atender muy pocos más. 

                Por eso, lo que debe hacer la Administración es facilitar el mecenazgo, a fin de que las asociaciones que están donde la Administración no llega cuenten con financiación suficiente. Es así como individuos y empresas de todo tipo financian una cantidad ingente de programas sociales. Las empresas grandes, haciéndose cargo de proyectos grandes y, las pequeñas, de proyectos pequeños. No hay cartel de actividades ni presupuesto de asociaciones que no cuente con la aportación de empresas o particulares, quienes generalmente no reciben a cambio más que la satisfacción de haber colaborado.

                Salvo casos excepcionales, a nadie se le ocurre cuando ve el anuncio de un evento, y mucho menos cuando recibe el dinero, poner en cuestión la idoneidad moral del patrocinador. Cuando el Club Baloncesto de Pozoblanco (del que fui cofundador y directivo), por ejemplo, recibía el dinero de CajaSur, a nadie se le ocurría pensar que CajaSur ejecutaba las hipotecas y desahuciaba a los morosos. Igual que a nadie se le ocurre ponerle cara a los desahuciados de un banco cuando se acerca a una de sus oficinas para cobrar los mayores intereses posibles por sus depósitos.


                En democracia, el patrocinador debe cumplir con las leyes (que son la expresión de la voluntad popular), especialmente con las laborales y las tributarias, y debe responder de su incumplimiento. Exactamente igual que cualquier socio de Cáritas, de la Cruz Roja o de Médicos sin Fronteras. Y digo en democracia, para que no confundamos el patrocinio con la corruptela mafiosa. En democracia, las donaciones deben ser claras y públicas, y hacerse a cambio de nada, en tanto que las corruptelas mafiosas ni son claras ni son públicas, y se hacen a cambio de algo, generalmente para mantener cautiva la voluntad de quienes las reciben.

                Como el mecenazgo consiste en dar, hay quien lo confunde con la caridad, actitud que se ubica en el pasado, como la limosna, y suele contraponerse a la justicia. Quienes piensan que solo hay justicia y caridad, tienen una mala opinión de la caridad, porque la asocian a los ricos y a los poderosos, que la practican en ausencia de la justicia, plasmándola en unas cuantas migajas y para tapar su mala conciencia. La caridad, así entendida, se corresponde con regímenes predemocráticos, no sociales y sin un sistema progresivo de tributación.


                El mecenazgo, sin embargo, no es caridad ni tiene nada que ver con ella. En la naturaleza del mecenazgo está la devolución a la sociedad de parte de lo que la sociedad ha aportado al mecenas y, en ese sentido, tiene un componente importante de justicia. El mecenazgo es un complemento de los presupuestos públicos, solo existe en puridad en los estados sociales y democráticos y es practicado por un particular o una empresa que está sometida a un régimen fiscal progresivo y a un estricto régimen laboral. Ante el mecenazgo, el ciudadano debe exigir que se cumplan las leyes fiscales y laborales y, paralelamente, debe agradecer que se donen bienes o se presten servicios para el mayor bienestar general.


                Cáritas, existe, y Cruz Roja, y Médicos sin Fronteras, y Greenpeace, y Save the Children, y cumplen una actividad complementaria de la Administración, que es de justicia más que de caridad. Todas estas ONGs y muchas más existen porque hay una demanda social que el Estado de Bienestar no satisface ni satisfará nunca. Y aún más, hay demandas que hemos situado en la esfera pública que el Estado no puede financiar por la propia naturaleza de las demandas y por la propia naturaleza del Estado. Así, las demandas relacionadas con la salud, que son una obligación del Estado, son especiales porque tienden a infinito. Quiero decir que si hubiera más dinero público, las medicinas serían totalmente gratis, y lo sería la atención bucodental, y la podológica, y habría más programas de prevención, y más hospitales, y más médicos, y más aparatos y más modernos y, en fin, habría más de todo. No lo hay. Y como no lo hay, lo que hay es un desequilibrio entre las demandas de salud de la ciudadanía y la oferta pública para satisfacerlas.

                Para cubrir ese desequilibrio, la Administración puede gestionar mejor y puede buscar más ingresos. Especialmente, puede exigir más impuestos a los que más tienen. Puede incrementar el gasto en salud hasta el límite de la perfección y, aun así, siempre habrá un déficit en la atención sanitaria al ciudadano. Por eso nunca están de más las ayudas que le vengan a la Administración por la vía del patrocinio, como le llegan a las asociaciones privadas sin ánimo de lucro. Y no creo que eso deba enmarcarse dentro del campo de la caridad, ni que deba llamarse limosna al patrocinio de una empresa que sirva para costear aparatos de la Administración Sanitaria que ayuden a eliminar el cáncer, sino, al contrario, creo que debe llamarse un acto de justicia.

                La fundación Amancio Ortega va a donar 320 millones de euros para que hospitales públicos de toda España puedan comprar más de 290 equipos de última generación para el diagnóstico y tratamiento radioterápico del cáncer, lo que ha sido cuestionado por una parte de nuestra sociedad. Es esa parte, creo yo, que no sabe distinguir entre limosna y patrocinio, que confunde al mecenas con el mafioso y cree que solo hay justicia dentro de su ideología. Probablemente sean los mismos que compran en Zara y critican a Zara, los mismos que justifican sus propios fraudes y son implacables con los fraudes del vecino, los mismos que no saben, a la vez, exigir el cumplimiento de las leyes y agradecer un acto de generosidad.


                Son los mismos que siempre piensan en lo más retorcido, que no se gustan, que sienten envidia del éxito ajeno, que son tristes y, sobre todo, que están sanos. Que están sanos ellos y sus familias y los seres que quieren. Porque si no es así, es que, además, o son tontos o lo parecen.

            * Publicado en el semanario La Comarca

miércoles, 7 de junio de 2017

Lo sostenible

                El taxista que nos llevaba hasta el mirador de Los Brecitos desde el aparcamiento de La Viña nos habló de un proyecto para construir varios hoteles y campos de golf en la isla que, afortunadamente, había sido rechazado. El taxista del que les hablo era un palmero hablador y amante de su tierra, de su historia y de sus gentes, un individuo singular del que nos acordamos varias veces a lo largo del camino, que discurre por laderas empinadas, zigzaguea junto a estrechos barrancos y, a veces, toma el mismo cauce de los ríos.


                La ruta del barranco de Las Angustias, en pleno parque nacional de la Caldera de Taburiente, es una de las más famosas de la isla de La Palma, que cuenta con una red de senderos superior a los mil kilómetros. Andando por ella, uno se encuentra muy de vez en cuando con otros senderistas, todos amables, todos amigos de la naturaleza, todos respetuosos con lo que tocan y perfectamente adaptados al medio ambiente.  


                Los senderistas son turistas excepcionales, que no hacen ruido, aman como nadie lo que ven y dejan las cosas como se las encontraron, esto es, como tuvieron a bien dejarlas los nativos. En La Palma, la mayoría son extranjeros, principalmente alemanes, a los que uno puede ver comiendo en los restaurantes, comprando en los supermercados o como pasajeros de los barcos de excursionistas que bordean la costa en busca de playas, cuevas y delfines.


            Los senderistas, creo yo, son turistas que convienen. En La Palma, están mimetizados en el entorno y casi no se les nota, porque suelen ser de natural prudente y porque no necesitan grandes suites, ni casinos, ni complejos artificiales de ocio. La isla de La Palma, que está declarada Reserva Mundial de la Biosfera desde 2002, es un lugar paradisíaco. Todo está limpio, todo está como nuevo, todo tiene tanto color que parece que alguien se ocupa de pintarlo cada mañana, antes de que los vecinos se levanten. La isla de La Palma es un lugar hermoso, donde el turismo es una industria sostenible.



              El taxista nos dijo que habían rechazado el proyecto de convertir la isla de La Palma en un lugar turístico al uso, pero en Internet he visto que en 2016 el Parlamento Canario abrió las puertas para construir hasta 33 hoteles y cinco campos de golf. Cada cual sabrá qué hace con lo suyo, pero yo creo que sería un error enorme desde todos los puntos de vista, especialmente desde el económico y el social. Someter al máximo estrés los escasos recursos de la isla, empezando por los del suelo, acabaría generando una espiral de necesidades que convertiría el precioso jardín que ese territorio es ahora en un parque de atracciones incómodo, ruidoso y hortera.


domingo, 4 de junio de 2017

El cielo

A la vista de las nubes que estaban sobre nosotros y de lo que indicaban los partes meteorológicos, llamé por teléfono a la empresa con la que teníamos contratada una gira astronómica para aquella misma noche, a fin de saber si tendría lugar o no. No me contestaron, y a la hora convenida (poco antes del anochecer) nos personamos en el lugar de la cita, que estaba a la afueras de Breña Baja, como otras treinta personas.

La guía nos dijo que solo había dos puntos de la isla donde el cielo estaba despejado: uno, en una playa, y el otro, en las alturas, y, tras anunciarnos que iríamos al de la montaña, revisó de un vistazo nuestro calzado y nuestro vestuario, para ver si habíamos cumplido con la recomendación de su empresa de ir abrigados por lo que pudiera pasar, y nos dio las instrucciones para formar el convoy de coches particulares y taxis que encabezaría ella. Nos correspondió el segundo lugar.

Breña Baja está muy cerca de Santa Cruz de la Palma y de esta población sale una carretera que empieza a subir enseguida hacia el interior de la isla. Y sigue subiendo. Y continúa subiendo luego. Y sube. Y sube. Sube formando curvas cerradísimas, entre un bosque húmedo y espeso. Sube en busca de las nubes, las atraviesa y sigue subiendo. Sube hasta un lugar tan próximo al cielo que hasta allí se han ido a vivir los que viven de escudriñarlo.

La guía se apartó en un rellano que hay junto a la carretera, y detrás de ella nos apartamos nosotros, y detrás de nosotros se apartaron todos los demás. Ya era noche cerrada y, aunque no hacía frío de pasmarse, hacía frío de pasar frío y el viento soplaba ligeramente. Nos abrigamos como pudimos, con lo que llevábamos y con lo que la guía nos dio, y, tras una breve charla inicial, nos pusimos a mirar el cielo.

Nos pusimos a mirar el mismo cielo que me cubre ahora que escribo esto, el que cubre a los amables lectores de estas páginas, el que cubre a los licenciados, a los doctores, a los catedráticos y a los ignorantes de la vida, el que cubre a los hombres buenos y a los asesinos sistemáticos, a los sanos y a los enfermos, a los poderosos y a los débiles, a los que tienen suerte y a los desafortunados, a los negros y a los blancos, a los judíos, a los cristianos y a los musulmanes, a los heterosexuales y a los homosexuales, a Rajoy, a Puigdemont, a Trump, a Putin y a la señora Merkel, el que cubre los cementerios donde descansan los muertos y las montañas donde descansan los muertos, y los desiertos, y el mar, y el techo del Pentágono y, en fin, los bosques de laurisilva y las plataneras que habíamos dejado más abajo.

El cielo es un espectáculo tan estimulante como desolador al que solo tiene acceso un tercio de la población mundial, según oí aquella noche. Al parecer, ya no miramos al cielo, esa otra forma de ahondar en nuestro interior, sino al móvil, a los escaparates y al asfalto. Ya no miramos al cielo y no sentimos el equilibrio que da su inmensidad. No miramos al cielo y, tal vez por eso, hemos dejado de sentirnos criaturas para creernos hacedores, dioses, todopoderosos, o para creer que podemos serlo y sufrir si no lo somos.


Aquella carretera continuaba hasta el Roque de los Muchachos. Unos días más tarde, subimos por el otro lado con el único objetivo de ver la puesta del Sol. También aquel día había nubes, y también subimos y subimos hasta que las sobrepasamos. En uno de los varios miradores que hay junto a la carretera, muy cerca del punto más alto (que se puede visitar y que visitamos), nos detuvimos para hacer fotos y asistir a ese otro espectáculo que es el anochecer. Sobre la piedra desnuda, a un paso del cielo, nos abrazamos mientras el Sol caía sobre las nubes, y yo me sentí, a la vez, muy grande y muy pequeño. 

La foto es de Juan