jueves, 19 de enero de 2017

Compañera

Esta semana he estado ligeramente enfermo y mi mujer me ha cuidado, me ha mimado.

Esta semana he pensado que si hubiera estado solo mi ligera enfermedad habría sido mucho menos llevadera. Y me he preguntado qué habría sido de mí si mi enfermedad hubiera sido un poco más grave y yo hubiera vivido en un lugar extraño, sin compañera, sin familiares y sin amigos.

Esta semana me he acordado muchas veces de los que viven solos y están solos, sin poder compartir sus alegrías y sin nadie que los escuche cuando están tristes, que les prepare una sopita cuando están inapetentes o que les coja la mano cuando están temblando, sin nadie que los ayude cuando necesitan ayuda, en fin.

Esta semana me he acordado de una foto que hice junto al puente Currito, a la vera del Guadalmez. Era de un árbol de dos patas, de las que una se había caído de raíz. Al verlo, fantaseé con la idea de que las dos patas eran en realidad dos árboles que se habían unido en un proyecto común, como si fueran una pareja de enamorados.

Esta semana he recordado lo de la salud y la enfermedad que me dijeron cuando me casé y he pensado que las parejas son como aquellos árboles, de manera que un miembro de la pareja echa raíces en el pecho del otro y al revés. Y he pensado que por eso es tan dolorosa la muerte del otro o una ruptura, porque el otro se muere o se va, pero sus raíces se te quedan dentro y siguen creciendo en tu pecho.


En la calle hace un frío de perros. Carmen, que es médico, me ha dicho que no salga para nada, y yo estoy aquí, delante del ordenador, todavía algo alicaído, escribiendo insignificancias como esta para matar el tiempo. Mientras tanto, ella esta fuera trabajando para la casa que compartimos, para el proyecto vital que compartimos, para la familia que compartimos, haciendo algo importante, en fin. Ella se ha ido al frío y yo estoy aquí, calentito y seguro, pensando en lo hermoso que es todo esto.