viernes, 30 de septiembre de 2016

Turín

            Turín no está entre las ciudades más visitadas de Italia, y probablemente no la habría visitado nunca si no me hubieran llevado hasta ella las circunstancias, por más que yo me llame Juan Bosco y sea allí donde San Juan Bosco fundó los salesianos. Pero Turín bien vale una parada, y de varios días, pues sus monumentos, sus numerosas plazas y sus señoriales calles porticadas hacen de ella una ciudad verdaderamente singular.

            También deben visitarse sus dos museos, el del Cine, que se halla en el impresionante edificio conocido como Mole Antonelliana, y el Egipcio, que según he leído es el segundo más importante del mundo, detrás del museo de El Cairo. En el primero, uno puede encontrar todos los detalles de un arte que explica como pocos los recovecos del alma humana, por lo que bien podríamos decir que hay en él un canto a la vida. El segundo, en cambio, está dedicado casi en exclusiva al arte funerario de una sociedad ensimismada con la trascendencia del ser humano, por lo que bien podríamos decir que hay en él un canto al paso de esta vida a otra o, dicho de otra forma, hay en él un canto a la muerte.


            Al visitar el museo Egipcio me he acordado de los cementerios nuestros, en lo que es frecuente encontrarse con nichos bien cuidados por los supervivientes, y con nichos que guardan los restos de más de una persona, alguno de los cuales es producto de la voluntad en vida de los difuntos, que querían mantenerse unidos para la eternidad. Esa eternidad, sin embargo, dura generalmente lo que para las concesiones administrativas prevén los reglamentos municipales. En el más longevo de los casos, dura lo que el cementerio. En los cementerios nuestros, pues, no es raro ver el infructuoso intento humano por hacer tan eterno el cuerpo como el alma. 

            Los egipcios poderosos y los ricos empleaban una cantidad ingente de recursos para hacer de la muerte un paso hacia otra vida no muy distinta de esta. Momificaban los cuerpos, los rodeaban de un ajuar completo que había de serviles en el inframundo y más allá y los ocultaban, a fin de que nadie pudiera perturbar su existencia imperecedera. Ahora, sin embargo, esas momias y esos enseres son objeto de observación por millones de personas, que asumen con interés pero con absoluta incredulidad la fe de quienes tanto bregaron en vida para ser eternos.

Basílica de María Auxiliadora
            Los antiguos egipcios unían la vida eterna del cuerpo con la vida eterna del alma. Si ya sabemos cómo han acabado sus cuerpos, ¿habrán acabado de la misma forma sus almas? Si nuestros cuerpos y los cuerpos de los demás mortales acaban de una forma no muy distinta a los de los antiguos egipcios, ¿cómo acabarán nuestras almas y el resto de las almas?


martes, 27 de septiembre de 2016

Chamonix

Llegamos a Chamonix desde el majestuoso valle de Aosta, en Italia, por el túnel que atraviesa el Mont-Blanc. Chamonix está inmediatamente después del túnel, a los mismos pies de la montaña y a escasos metros del glaciar de Bossons, uno de los principales de Europa, cuyo visión omnipresente invoca de continuo la mirada del viajero. El glaciar era antes mucho más largo y llegaba casi hasta el mismo valle donde se ubica el pueblo, de manera que a finales del siglo XIX los lugareños vieron tan amenazadas sus viviendas que acabaron elevando plegarias por ellas.

Era el día 19 de septiembre y en Chamonix la gente iba con manga corta. Ver al glaciar tan cerca con una temperatura tan alta a esas alturas del año resultaba desconcertante y bastante desolador. Toda la información que leí en el móvil mientras me tomaba un café en una terraza, frente al glaciar, hablaba de un retroceso sistemático de la lengua de hielo, tan constante y tan abrupto que a no tardar mucho aquella cascada blanca entre el verde de los árboles dejaría de ser visible.


Uno no es consciente de que está en el meollo de la Historia, porque la Historia se hace a posteriori. Los que viven la Historia notan señales que no saben interpretar, o que no interpretan correctamente o en todo su valor. Pueden creer que una simple revuelta es una revolución o que una verdadera revolución es una pequeña algarada. Y pueden creerse importantes cuando son intrascendentes e intrascendentes cuando su pensamiento marcará la opinión pública venidera.

La transformación de la Naturaleza es muy lenta y los hombres nunca han podido ser conscientes de que estaban en el meollo de los cambios naturales, dado que estos sucedían con una parsimonia tal que, en el más rápido de los casos, cubría varias generaciones, y normalmente implicaba un periodo de miles o de millones de años. Desde hace unos cuantos años, sin embargo, vemos que se extrae agua de niveles cada vez más profundos, que desaparecen especies sin que la evolución las sustituya por otras y, entre otras muchas anormalidades más, que los glaciares retroceden a pasos agigantados.




La Historia Natural, como la Historia de la Humanidad, es una ciencia que no actúa sobre su propio entorno, sino sobre un entorno pasado. Los hombres no somos conscientes de la actual transformación de la Tierra ni sabemos darle a lo que hacemos el valor que a eso mismo le darán los que nos sucedan, cuando lo que hayamos hecho ya no tenga remedio. En parte es así porque no puede ser de otra forma, dada la imposibilidad que tenemos para considerar la trascendencia de lo que hacemos. Pero en buena parte también lo es porque pensamos más en nuestro bienestar que en nuestras necesidades, y muchísimo más en nuestro bienestar que en las necesidades de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos.

martes, 13 de septiembre de 2016

El centro de gravedad permanente

(El centro de gravedad permanente)

            Las novelas solo comienzan una vez, de modo cuando has empezado a escribirlas no tienes más que continuarlas por donde las dejaste, con unos personajes que ya existen y una historia que ni se iniciará ni se agotará en una jornada.

Las novelas te sujetan durante mucho tiempo a una obligación, en la que trabajas con una libertad casi absoluta, pues escribes sin más límites que los que te marca tu propio dominio del medio. Por eso, si el ejercicio de escribir una novela puede convertir en obsesivos a los que tienen un carácter compulsivo, a los que tendemos a perdernos por el tiempo, en cambio, nos centra y nos ayuda a gestionar mejor los ratos libres.

Escribir una novela partiendo de un hombre que amaba a Franco Battiato me supuso lograr un centro de gravedad permanente durante muchos meses. Poco importó entonces y poco importa ahora que enseguida me desviara del fin originario y, en lugar de construir un mundo parecido al de las canciones de ese cantante y compositor siciliano, construyera otro mucho más parecido al nuestro, o, para ser más exactos, más parecido al mío.

            Me encontraba cómodo y bien y mientras escribía estuve utilizando elementos de mi propia realidad para construir la ficción, a la manera que el subconsciente levanta el guión de los sueños. Así, utilicé el problema que tuve con el envío de un paquete a Lille, donde por aquel entonces estaba Luis, para crearle un problema a uno de los protagonistas; utilicé el recuerdo de una reciente visita al museo Dalí de Figueras, donde me hablaron de una perversión sexual que tenían el pintor y Gala, para adjudicar una perversión parecida a unos notables señores de Sevilla, y utilicé el título de una de mis novelas inéditas para llamar así a un dominio web de internet que aparece mucho en la historia.

            Llevé a los personajes de la novela a los lugares que yo mismo visitaba por aquel entonces, y les busqué aventuras en el barrio turco de Berlín, en el Autostadt de Wolfsburgo, en la calle Solferino de Lille, en el barrio de Salamanca de Madrid, en la plaza doña Elvira de Sevilla y en la avenida Ámsterdam de Nueva York, además de en Pozoblanco y en el pueblo ficticio de Aleda, al que ubiqué en Los Pedroches.

También utilicé lo que por aquel tiempo formaba parte del contexto más cercano a mis hijos, que en cierto modo era el mío, como el ambiente de los estudiantes Erasmus y el de los jóvenes titulados españoles en Europa. Es más, hice una suerte de cameo con ellos y los utilicé como personajes secundarios, sin darles nombre, en el mismo sitio y con un oficio similar al que estaban desempeñando en la realidad.

Construí la historia intentando conseguir un lenguaje certero y sencillo y pensando en la urgencia de la página siguiente. Cuando terminé, dediqué mucho tiempo a quitar lo que sobraba y un poco más, a fin de que el lector se deslizara por la trama casi sin darse cuenta. Al final de todo, me sentí bastante satisfecho: había disfrutado escribiendo y me había salido una obra lo suficientemente digna como para que pudiera hacerse pública.

De eso hace ya algún tiempo.


            Carmen, que me conoce bien, me dijo el otro día que tenía que ponerme a escribir, quizá porque últimamente me ve un punto descentrado. Estoy así desde que terminé El hombre que amaba a Franco Battiato, una obra que pronto verá la luz. 


sábado, 10 de septiembre de 2016

El alma dentro de las sombras

(El alma dentro de las sombras)

Desde que las oí por primera vez, me subyugaron las canciones de Franco Battiato. El público busca en el artista la voz de su propio interior, lo que a él le habría gustado expresar si hubiera tenido talento bastante para hacerlo, y yo, que no tengo suficiente talento para expresarme, encontré en Battiato la voz de mi propio interior. Cuando en 1996 salió su disco Battiato Collectión, con 29 canciones en español, lo compré, y desde entonces lo he puesto muchos sábados y muchos domingos poco después de levantarme, sin que aún me haya cansado de oírlo.

Me gusta el desorden, la anarquía incluso, con que en esas canciones se fijan las imágenes, me gusta el surrealismo de sus letras, su mística del tiempo y del cosmos, su apelación dadaísta a la banalidad (tan enjundiosa) y me gusta su música, que tanto se aprovecha de las formas clásicas.

Con frecuencia he utilizado la letras de esas canciones para asociarlas a lo que ocurre a mi alrededor, y siempre me he acordado de ellas cuando he pisado los escenarios que describen o mencionan. En San Petersburgo canturreé Perpectiva Nevski; en Berlín, Alexander Platz; en Nueva York, Chan-Son Egocentrique.


Un domingo de no hace tanto tiempo me levanté y puse el disco Battiato Collectión, como había hecho tantas veces. Aquel día, sin embargo, pensé que podía escribir una novela sobre un mundo como el que se intuía tras aquellas canciones, del que sería protagonista un hombre que amaba a Franco Battiato. No tenía nada entre manos entonces y me puse a escribir enseguida. Lo hice como lo había hecho siempre, sin argumento previo y con el único afán de disfrutar buscando las palabras justas para lo que libremente iría imaginando.



jueves, 1 de septiembre de 2016

Soldados

            Todos los diputados españoles, todos, aplauden a su líder y solo a su líder. Y votan lo que les dice su líder: no tienen pensamiento, no tienen opinión propia, son como marionetas. 

            El otro día me preguntaba alguien por los valores que transmite Juego de Tronos, esa serie que entusiasma a tantos, a mí entre ellos. Yo no creo que las obras de ficción tengan que transmitir valores, sino que ser un reflejo de la realidad. Y Juego de Tronos lo es, a la manera que las tragedias griegas o las obras de Shakespeare. En Juego de Tronos unos cuantos protagonistas luchan por las poltronas y muchos miles de seres anónimos mueren en los campos de batalla, detrás de una bandera que simboliza la fidelidad que han jurado a su señor. En nuestra realidad más cercana, hay quienes supuestamente tienen un compromiso con la sociedad que los ha elegido, pero su verdadero compromiso es con el partido que los ha presentado, cuyas férreas directrices son fijadas por unos cuantos dirigentes que luchan por el poder.
           
            La ética del soldado limita sus principios a un juramento y a la fidelidad ciega a un líder. El soldado no se hace preguntas, actúa, y lo hace de acuerdo con las directrices que le han dado. Es así de simple. Ellos son por naturaleza así de simples. Igualmente, a los diputados les dicen lo que tienen que votar y ellos se limitan a cumplir: también son así de simples.

Lo dicen las encuestas, lo han dicho varios líderes históricos del PSOE y los editoriales de los periódicos afines y me lo han dicho personalmente algunos destacados líderes socialistas del entorno en el que me muevo: la salida a la situación política actual pasa por la abstención negociada del PSOE a un candidato del PP. Los 85 diputados del PSOE, sin embargo, siguen votando que no y niegan la negociación y el debate interno. ¿A quién escuchan cuando razonan? ¿En quién están pensando cuando votan?  
           

Para el caso que nos ocupa, los líderes del PSOE han ordenado a los diputados de ese partido que voten no y ellos han votado que no. Tal vez algún día, sin que hayan cambiado sustancialmente las cosas, los dirigentes del PSOE ordenen a unos pocos diputados que se abstengan o incluso que se ausenten y ellos, sin hacerse preguntas, como buenos soldados, se queden en su casa o se vayan a la cafetería más cercana. O tal vez no, no y no, y tengamos que ir a votar otra vez: será entonces la tercera. ¿Será la última?

La imagen es de la serie Juego de Tronos