martes, 30 de junio de 2015

Lecciones griegas

            Algunas lecciones que he aprendido después de ver y oír las noticias últimamente:


                1.- Todos los seres humanos, por el mero hecho de serlo, tienen derecho a recibir los servicios públicos y vivir como se vive en un país muy desarrollado. Todos tienen derecho a vivir como se vive en Dinamarca, por ejemplo. Tienen ese derecho los daneses, los españoles, los griegos, los paquistaníes y los nigerianos. En la puesta en práctica de ese derecho influyen el azar y el empeño que uno ponga en conseguirlo. Y parece evidente que los daneses (tomados como sociedad) ponen más afán en parecerse a sí mismos que ponemos los españoles en parecernos a ellos, o ponen los griegos, o los paquistaníes, o los nigerianos.

                2.- Cuando uno no gobierna puede decir que no se pueden reducir las pensiones, no se puede incrementar la edad de jubilación, no se puede incrementar el IVA, no se puede gastar menos en sanidad, ni en educación, ni siquiera se puede gastar menos en televisión pública y en el mantenimiento del ejército, porque el pueblo tiene sus necesidades y además tiene su dignidad, y nosotros no vamos a ser menos que los daneses, por seguir con el ejemplo.

       Cuando se gobierna, uno tiene que dejarse de palabras y debe tratar de solucionar los problemas con lo que hay. Y lo que hay es lo que hay, y en esa verdad de Perogrullo se resume la economía del tajo, la política del tajo y la vida misma del tajo, que es muy distinta de la economía del mitin, la política del mitin y la vida misma del mitin. O dicho de otra forma, en eso se diferencia la democracia de la demagogia. O dicho de esta otra: en eso se diferencian los líderes de verdad de los líderes de pacotilla.


                3.- Los malos estudiantes le echan la culpa de sus suspensos a los profesores y los malos deportistas le echan la culpa de la derrota a los árbitros. Siempre es más fácil echar a los otros la culpa de nuestros problemas que a nosotros mismos, especialmente cuando los otros son más guapos que nosotros, o más listos, o más populares. 

                Las personas maduras analizan sus errores, los asumen y aprenden de ellos.

                4.- No debe olvidarse que las sociedades democráticas eligen a sus dirigentes, por lo que no solo se hacen cargo de los aciertos y los errores de ellos, sino que son los últimos responsables de esos aciertos y esos errores.

                5.- Las sociedades eligen a sus líderes para que tomen decisiones por ellas. Cuando una sociedad tiene un problema del que se sale con una negociación, corresponde a los líderes buscar la solución más adecuada. Los líderes, ante la realidad del problema, no pueden lavarse las manos y devolvérselo a la sociedad, que está menos enterada que ellos y no puede negociar una salida.
     
           6.-  La justicia social es un juego de equilibrios en el que hay desplazamientos de dinero de unos bolsillos a otros. Las sociedades que prestan contribuyen a mejorar a las sociedades que reciben el dinero. Pero las sociedades que prestan también tienen pobres. Y los tienen las sociedades que perdonan el dinero prestado.


                7.- Hay muchas formas de perder la confianza de los demás. La principal no es dejando de pagar lo que debes, si has hecho todo lo posible para pagar, sino dando largas y poniendo excusas.


                8.- Cuando alguien decide, crea un precedente, que de alguna manera acabará en norma. Los precedentes hacen pedagogía, pues enseñan a todos el camino a seguir.

          Los cumplidores esgrimen las normas, en tanto que lo incumplidores esgrimen los precedentes.

                9.- El que incumple sin hacer todo lo posible para cumplir agravia al que ha hecho todo lo posible, cumpla o incumpla.

                10.- No se puede asfixiar al deudor, ni por el bien del deudor ni por el bien del acreedor.

                Algunas veces debe perdonarse parte de la deuda, pues siempre es mejor cobrar algo que no cobrar nada.

                Es mejor perdonar toda la deuda que perder a un hermano, si el hermano ha aprendido la lección.


* Tomé las fotos en las islas griegas, en el verano de 2008


sábado, 27 de junio de 2015

Chistosos*

             Todos decimos tonterías alguna vez, eso está claro, especialmente cuando nos tiran de la lengua, cuando nos hemos tomado dos copas o cuando se nos calienta la boca. Todos decimos tonterías cuando el ambiente es tonto y nos dejamos llevar. Como todo el mundo ha hecho el tonto alguna vez, no hay que escandalizarse por oír que fulanito dijo tal o cual cosa en la barra de un bar, si lo que dijo es una tontería. Lo malo es decir tonterías siempre, en cualquier lugar o fuera de ambiente, porque entonces  no es que digas tonterías, sino que eres tonto.

                Los cuerdos deben tener cuidado con las tonterías que dicen, aunque las digan en la barra de un bar, porque algunas tonterías son muy grandes o son ofensivas. Las tonterías ofensivas tienen sus grados, pues no es lo mismo ofender a una persona que a una familia o a toda una comunidad, ni es lo mismo hacerlo mentando una broma que una tragedia, especialmente cuando la tragedia es mortal, y más especialmente aún cuando la tragedia afecta a todo un pueblo. Cuando un cuerdo hace un chiste ofendiendo a toda una comunidad valiéndose de una tragedia mortal enorme, el cuerdo ha metido la pata, y mucho, y cuando en lugar de un chiste hace varios es porque el que iba de cuerdo no lo es tanto, por decirlo muy educadamente.


                Una cosa es insultar de viva voz y otra hacerlo por escrito, es decir, no es lo mismo que se te caliente la boca que se te caliente la sesera. No es lo mismo decir tonterías que escribirlas, porque para lo primero hay una respuesta casi automática, en tanto que lo segundo necesita de un tiempo superior. Una tontería puede decirla cualquiera, mientras que una tontería no puede escribirla cualquiera, sino solo algunos, y una tontería muy gorda solo pueden escribirla lo que no son demasiados conscientes de lo que hacen, y ya se sabe que los que no son muy conscientes o son unos inconscientes o son tontos.

No es lo mismo insultar de viva voz que hacerlo por escrito, pues ya se sabe que las palabras se las lleva el viento y con ellas se lleva lo que las palabras portaban, mientras que las letras quedan y con ellas permanecen las ofensas. Cuando un hombre de bien ofende por escrito, intenta corregirse de la misma manera, esto es, por escrito, a fin de recomponer el equilibrio que destruyó con sus palabras. Los equilibrios emocionales se retoman en la sociedad de la misma forma que en la Física, aplicando fuerzas iguales en sentido contrario. El que insulta en la cara de una persona, pidiendo perdón en la cara de esa persona. El que insulta públicamente en la barra de un bar, pidiendo perdón públicamente en la barra de un bar. El que insulta en un periódico, pidiendo perdón explícitamente en un periódico.

Cuando alguien pide perdón y luego continua con un “pero”, normalmente lo más importante es lo que viene detrás del “pero”, así que el que insulta sin peros debe pedir perdón sin peros. No vale andarse con justificaciones ni buscar excusas para quitarle fuerza al error, porque entonces no se recomponen los equilibrios.


Hace unos domingos anduve con unos amigos por las proximidades del río Guadarramilla, que nace en el borde de la carretera que va de Pozoblanco a La Canaleja y muere en el rio Guadamatilla, en el mismo pantano de La Colada. Como dijo un amigo, íbamos por el corazón de Los Pedroches, por un lugar llano en el que se han asentado una gran cantidad de explotaciones lecheras. Incluso allí, en su corazón, se podía sentir eso que todos los cronistas, antiguos y modernos, refieren como “secular aislamiento” de Los Pedroches. Un secular aislamiento, sin embargo, que no impide que alguien como yo pueda escribir esto y lanzarlo al éter de internet con la secreta esperanza de ser leído y comprendido (acompañado) por un espíritu afín de cualquier parte del mundo.

Porque el que escribe en una página como esta o en una red social debe ser consciente, a poco cuerdo que sea, de que sus palabras viajan por todas partes y quedan en todas partes, de que pueden hacer mucho bien y pueden hacer mucho daño. No parece que sea el caso de algunos, que publican en las redes sociales chistes denigrantes para los que sufren. Los que sufren deberían estar acompañados en su sufrimiento, en lugar de ser objeto de chanzas por los que no sufren. Yo creía que eso ya lo tenía asumido la sociedad avanzada. Yo creía que ya no era tonto el discapacitado que iba detrás de una procesión, sino el que lo señalaba con el dedo. Pero parece que no, que todavía hay gente con afán de liderazgo social que quiere, desde su modernidad, hacer lo mismo que hacían los reyes antiguos con sus bufones, reírse con las desgracias del vecino. Algunos hacen chistes con el dolor de los otros, se cachondean de los que sufren y luego dicen que defienden a los débiles, y con ese argumento quieren convencernos de que son los mejores para gobernarnos.


* Publicado en el semanario La Comarca

lunes, 22 de junio de 2015

Añora

                Hace mucho tiempo, cuando éramos jóvenes, no hubo canastas de baloncesto en Pozoblanco durante bastantes meses y los pocos aficionados que había en el pueblo nos íbamos a jugar a Añora, a la pista que había junto a la ermita de la Virgen de la Peña, cerca de donde años antes habíamos jugado al fútbol tras desplazarnos en bicicleta y cerca de donde hoy se puede admirar la línea más larga de fachadas de tiras. Los noriegos siempre nos acogían bien. Los noriegos tenían fama de sencillos y nobles y respondían con realidades a esa aureola que se decía de ellos.

Añora no tiene grandes casas ni las ha tenido nunca, pero ha sabido conservar su casco urbano y es ahora un pueblo hermoso. No ha tenido grandes casas porque no ha habido en el pueblo vecinos muy ricos, y tal vez por eso los jóvenes noriegos eran en mis años de estudiante gente sacrificada y estudiosa. Alguien me dijo hace unos años que ese carácter había cambiado, y que los muchachos de ahora ya no tenían la misma proyección que los de antes, que convirtieron a su pueblo en el de más universitarios y más altura intelectual de la zona. No lo sé. Supongo que el nivel estaba muy alto, y supongo que los jóvenes han perdido buena parte de la capacidad de sacrificio de sus padres y ahora son como todos, ni más más ni más menos.

Entre Añora y Pozoblanco hay varios caminos posibles, casi todos feos, porque los ruedos de los pueblos están deforestados y los de Pozoblanco y Añora se superponen, de manera que entre una localidad y otra no hay más arboleda que algunos chaparros de repoblación cerca de La Losilla, en el camino de Dos Torres a La Jara. Y si cabe, son más feos ahora, que las vaquerías se han extendido, y en esta época del año, pues el verano las hace más visibles y más pestilentes.


                A pesar de que no es un paseo bonito, siempre me ha gustado ir andando a Añora, y siempre he llegado a ese pueblo con la sensación de que no entraba en un lugar extraño al mío. Eso pasa con la gente que quieres y que te quiere, y solo con esa. Está claro que yo por los noriegos siento algo especial, y noto que ellos lo sienten por mí, aunque la mayoría no me conocen y ni siquiera saben que existo, tal vez porque lo sienten por todo el mundo, tal vez porque siguen respondiendo con realidades a esa aureola que aún conservan de ser nobles y sencillos.

Entrada a Añora por el Norte, desde el cerro de los Chinatos, el 14 de junio pasado

miércoles, 17 de junio de 2015

El desengaño/el consuelo

            A la vista de lo que ha pasando con motivo de los pactos postelectorales celebrados aquí y allá y de lo decepcionado que he salido tras su celebración, iba a escribir que los seres humanos seguimos igual, no igual que la legislatura anterior, que también, sino igual que siempre, igual que hace cien, mil o dos mil años.


                Había pensado que las pasiones que nos mueven, como el poder, el amor, el sexo, el odio y la ambición, son ahora las mismas que las que movían a los antiguos griegos, pongo por caso, y es por eso por lo que las obras de los autores clásicos están siempre de moda.


                Había pensado más: había pensado que las pasiones que mueven a los seres humanos son las mismas que las que mueven a los otros seres, como a los animales, por pequeños y poco desarrollados que estén, y como los impulsos que mueven a las plantas. Había pensando, por ejemplo, que entre el afán de los perros por marcar el territorio con orines y el afán de los hombres por marcar las lindes de sus tierras había mucho en común. Que había mucho en común entre la avidez de los insectos por comerse unos a otros y la avidez de los hombres para acabar con el adversario político. Y que también lo había entre el afán de las flores por parecer hermosas y el afán de ostentación que tenemos nosotros por parecer más inteligentes o más guapos.


                Pero cuando estaba meditando sobre lo que iba a escribir, me he dado cuenta de que resultaría injusto comparar a las plantas y a los animales con las personas. No me entiendan mal, no quiero ser cínico, lo digo por las personas. Quiero decir que aunque para los animales y las plantas rige la misma Ley de la Selva que para los seres humanos, en las sociedades civilizadas los seres humanos hemos dotado de ciertas reglas a lucha por la supervivencia o la hemos convertido en simbólica, de manera que el desenlace es casi siempre incruento.


                Pienso en que las guerras tribales, emparentadas con la lucha animal, han sido sustituidas por partidos de fútbol, en que el desahogo viene ahora quemando banderas o pitando himnos en lugar de cortando cabezas y en que las puñaladas por las espalda suelen realizarse en sentido metafórico. Dicho de otra forma, siempre es mejor ser insultado que ser asesinado.

O para cerrar el asunto: siempre es mejor ser engañado por un político en la democracia que no ser engañado por un tirano


* Hice las fotos el pasado 7 de junio en el camino que va de Los Pedroches a Adamuz.

sábado, 13 de junio de 2015

La maleta*

              Hace algunos años, con ocasión de un viaje que hicimos por los Pirineos,  acompañamos a mi padre a ver el lugar conocido como Mascarell, cerca de La Pobla de Segur, donde cumplió parte de su servicio militar. Habían pasado cincuenta años y, para entonces, de las construcciones e instalaciones del campamento situado en las faldas de la sierra apenas quedaban unos pocos barracones que vimos desde lejos y entre los pinos, por lo que debimos echar mano de la imaginación para entender con él las anécdotas que nos contaba emocionado, cuyo decorado se había transformado radicalmente.

            Ahora, el azar me ha llevado a descubrir la maleta que mi padre se llevó al servicio militar. Es de madera y vacía pesa un montón de kilos. Me dice que llevó en ella una lata de aceite, chorizos, morcillas y otros productos del estilo, y que pesaba tanto que estuvo a punto de abandonar parte de su contenido en el trayecto que lo llevó de la estación del ferrocarril de Lérida al cuartel de esa ciudad, donde estuvo los primeros días de su mili, de lo que lo disuadieron algunos compañeros de Pozoblanco que, alarmados, se aprestaron enseguida a ayudarlo, y que luego dieron pronto y total provecho de lo que guardaba.

              Al ver la maleta y al oír a mi padre, me he parado a pensar en el buen uso que se le daba a la escasez de entonces y en lo mal que gestionamos la abundancia de hoy, especialmente la abundancia de los servicios que proporcionan las instituciones públicas. Muy poca gente repara, por ejemplo, en el beneficio enorme que supone tener gratis la sanidad universal, en lo que le cuesta a la sociedad mantenerla y en lo diversa y buena que es. Ocurre más bien al contrario. No parece sino que la Administración Sanitaria, cuya obligación no puede ir más allá de atendernos, tuviera la obligación de curarnos de todo y casi en el acto (como si fuera Dios), y nos enfadamos si los empleados públicos de la sanidad nos reciben con unos cuantos minutos de retraso o no nos quitan los dolores, por extenuados que estén nuestros huesos.

            Tampoco nos paramos a pensar en el beneficio gigantesco que supone contar con una educación gratuita hasta la universidad y bastante barata (o subvencionada con becas) a partir de entonces. No se paran a pensar en ella, especialmente, algunos de los jóvenes destinatarios de esa educación, que desaprovechan los recursos que con tanto sacrificio social se les ofrecen, con lo que tiran por la borda el mejor medio de que dispone el individuo para sus sustento vital y su desarrollo personal.


            Que nuestros mayores tengan pensiones, el milagro de que el agua potable caiga por el grifo sin agotarse, que haya bibliotecas y teatros públicos, y piscinas, y polideportivos, y conservatorios de música, que a todos los pueblos se pueda ir por carreteras asfaltadas y hasta que la entrada de las casetas de feria sea libre son ventajas iguales para todos los individuos que nos parecían imposibles solo hace unos cuantos años. Y a pesar de ello, no las valoramos lo suficiente, como si hubieran caído del cielo y fueran a estar ahí para siempre, cuando la realidad es que se pagan con nuestro dinero y que lo mismo que han llegado se pueden ir.

Es cierto que quienes nos gobiernan tienden a ofrecernos mucho y a exigirnos poco (especialmente cuando hay unas elecciones de por medio), como lo demuestra la diferente extensión entre los derechos y las obligaciones de los usuarios que aparecen en los carteles de los consultorios médicos, y es cierto que con ello hacen una pedagogía nefasta, pero no lo es menos que de nosotros depende en última instancia el ser conscientes de los recursos públicos que tenemos y de su coste. Conviene que lo recordemos para que sepamos valorarlos en lo que valen, los aprovechemos y no abusemos de ellos. 

* Publicado en el semanario La Comarca

domingo, 7 de junio de 2015

Las formas*

              Siempre me ha llamado la atención que los políticos se peleen en las sesiones de los plenos y luego se vayan juntos a tomar cervezas. ¿Por qué no lo hacen al revés? ¿Por qué no se pelean en privado y demuestran camaradería cuando están representándonos? La pregunta viene muy a pelo ahora, que se van a constituir las nuevas corporaciones y muchos de los que ocuparán el cargo de concejal son nuevos y aún no han adquirido las costumbres instauradas por sus antecesores. Si tienen tantas ganas de cambiar las cosas a mejor, un buen cambio a mejor sería el de expresarse con respeto y educación cuando están actuando en nuestro nombre.

            Yo es lo menos que espero de cualquier otro que actúe en mi nombre en cualquier otro sitio. Le pido que defienda mis derechos, pero que lo haga de forma cortés, sin ironías y sin trasladar mis razones con gracias y ocurrencias. Y le pido que lo haga escuchando, abierto a las propuestas del otro y sin cerrarse en banda, porque tal vez de esa forma oiga una buena oferta. Lo último que esperaría de alguien que me representa es que montara un espectáculo con mi nombre en su boca. De hecho, me abochornaría. Y es seguro que esa sería la última vez que me representara.

            Y como no lo espero de quien me representa como individuo, tampoco lo espero de quien me representa como ciudadano. Cuando alguien habla en nombre del pueblo, habla en mi nombre. Y no quiero que hable en mi nombre intentando denostar a otro que es lo mismo que él con gracias y ocurrencias. Máxime, cuando ese otro también me representa. Porque a mí, como a cualquier ciudadano, me representan todos, lo mismo los del PP que los del PSOE o los de cualquier otro grupo, aunque haya votado a unos de ellos y no a otros o aunque no haya ido a votar.


            Cuando uno está metido en un mundo en el que el mal de unos es el bien de otros, cuando se explica por los argumentarios que recibe desde Sevilla o desde Madrid para responder con coherencia grupal a lo que se le pregunta, cuando se siente igual a otras personas con las que forma un equipo y se siente distinto de los demás, es fácil que acabe llamando “los nuestros” a los que nos votan y “los otros” a todos los demás, y acabe olvidando que representa al pueblo, a todo el pueblo, aunque deba llevar a la institución en la que actúa las ideas por las que una determinada parte del pueblo lo eligió. Y cuando eso ocurre, es fácil que uno acabe creyéndose en posesión de la verdad. Y ya se sabe que los que se creen en posesión de la verdad son muy dados a predicar, poco dados a dar argumentos y muchos menos a escuchar a los demás.

            En todos los ámbitos de la vida es fácil que los debates se acaben yéndose de las manos de sus protagonistas y que lo que debería ser enriquecimiento mutuo acabe en mutua aniquilación. Los medios de comunicación de masas han hecho que en las instituciones públicas se hable más de vencer en los debates que de convencer en los debates, que al ser públicos se han convertido en un espectáculo competitivo, en el que sus protagonistas intentan vencer aplicando métodos propios de la contienda, a los que no son ajenos el escarnio, el deprecio y las marrullerías.

            Yo siento que los que nos representan nos están engañando cuando dedican el tiempo que tienen para solucionar nuestros problemas a intentar quedarse por encima de otro. Si además lo hacen perdiendo las buenas formas, lo que ya siento es vergüenza ajena.


* Publicado en el semanario La Comarca

jueves, 4 de junio de 2015

Los puentes

                El mundo no se divide entre hombres y mujeres, entre blancos y negros, entre creyentes e impíos, entre nosotros y todos los demás. El mundo es complejo y sus límites son solo aparentes. Entre unos seres y otros hay mucho más en común de lo que nos pensamos, por ajenos que nos parezcan sus valores y extraños a nosotros que sintamos sus opiniones. Sufre la madre de la víctima y sufre la madre honrada del asesino. Aunque tal vez sea de distinto color y forma, todos los seres humanos formamos un tejido único. 

                Hay quienes ven que el mundo es diverso y se dedican a tender puentes entre unos seres y otros. Son aquellos que piensan en la razón del enemigo, que sienten el frío del que está en las trincheras del otro lado y que tienen más dudas que certezas. Hay quienes puestos en un lugar determinado generan armonía y bienestar, porque ceden cuando hay que ceder y cuando se muestran firmes lo hacen con una sonrisa.


                Hay quienes creen que el mundo es uniforme y lo tratan con la astucia de los tercos. Son los que creen que las cosas deberían ser como a ellos les parece, los que no le tienden puentes ni al enemigo que huye, los que insultan al adversario y solo tienen certezas. Hay quienes puestos en un lugar determinado generan conflictos y malestar, porque no ceden más que guiados por el interés.


                El castellano es rico en matices y distingue con claridad entre los que son sencillos y los que, a fuerza de retorcidos, son simples.


* Puente Romano sobre el Guadalquivir, en Córdoba, al atardecer del pasado 1 de junio.

lunes, 1 de junio de 2015

Sobre La civilización del espectáculo

                Cuando uno confronta lo que piensa con lo que lee (en este caso el libro La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa) tiene pensamientos como estos, que ha publicado la revista Sitiocero. Por cierto, en el artículo hay un enlace con Youtube en el que puede oírse la canción Tunnel of Lovede Dire Straits. No dejéis de escucharla, especialmente el último tramo. 


Para ver el artículo, pincha sobre la imagen