miércoles, 30 de diciembre de 2015

La oportunidad*

                Las pasadas elecciones generales en España han generado un Congreso de los Diputados de gran dispersión, del que a duras penas saldrá un Gobierno que, si llega a cuajar, tendrá la gobernabilidad muy difícil. Los resultados, no obstante, son una representación bastante fiel de la sociedad española, en la que hay muchos elementos que se sienten cómodos en el escenario actual y otros muchos que lo que quieren es pasar página.

                Dado que la situación impide llevar el proyecto de una parte de la sociedad adelante (del partido que la representa), es también una oportunidad extraordinaria para formar un nuevo pacto entre todos, que cuaje en una reforma en profundidad del sistema, incluso constitucional, si es necesario. Para ello, los partidos más representativos deberían buscar el común denominador de sus idearios y dejarse de maximalismos, esto es, deberían transigir y renunciar a lo menor para conseguir lo mayor, como se hace comúnmente cuando se quiere lograr un pacto, como hacemos cada uno de nosotros a diario en nuestras relaciones con los demás.

                Si lo que de verdad les importa a los partidos es la sociedad que dicen defender, el conjunto de esa sociedad debería tener abierto un camino por el que andar sin dificultades, al menos, otros treinta y siete años, que son los que median desde la Constitución del 78. Si los líderes de los partidos quieren alcanzar los intereses por los que han sido votados, deberían tener altura de miras para otear un horizonte lejano, y en lugar de exigir el cumplimiento de su programa en concreto exigirlo de su proyecto en general, porque en lo general siempre es más posible el acuerdo.

                Y el acuerdo es lo que exigimos de ellos los ciudadanos. No queremos que piensen en cómo se le puede hacer más daño al adversario ni en quién puede ganar una hipotéticas elecciones futuras. Queremos que se rompan la cabeza y que se olviden de afrentas personales. No queremos que nos consigan todo lo que queremos, porque entendemos que eso es imposible, sino buena parte de lo que quiere la mayoría.


                Que es posible llegar a un acuerdo nos lo han demostrado los grandes personajes de la Historia. Esa Historia, por cierto, que premia siempre a quien tiene lucidez bastante como para mirar más allá de sus pies y es capaz de sentar las bases del futuro de su pueblo.
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           *Publicado en el semanario La Comarca


domingo, 27 de diciembre de 2015

Chocolatada en La Guizuela

                La asociación para la defensa del Patrimonio Histórico de Pozoblanco Piedra y Cal, de la que formo parte, ha organizado junto a la fuente de La Guizuela, ubicada en un anchurón del camino de Añora, una chocolatada reivindicativa para “demandar el arreglo y mantenimiento de las fuentes públicas que existen en los extrarradios de Pozoblanco”.  Los que hemos asistido hemos oído la declaración, hemos tomado chocolate y dulces caseros y hemos departido un rato con otros asistentes, que en este tipo de actos siempre suelen ser los mismos, casi ninguno joven, por cierto.

                En las conversaciones han menudeado los recuerdos que nos provocaba esa fuente y las demás que había en nuestra niñez y han salido a la luz algunas soluciones posibles, que pasan a corto plazo por adecentar los pequeños ejidos que rodean a los manantiales (actuación que corresponde al Ayuntamiento) y que a largo plazo pasan ineludiblemente por la concienciación social, en la que deben tener un papel determinante todas las instituciones públicas y algunas de las privadas.


           Rafael y yo hemos llegado a La Guizuela media hora antes de que empezase la concentración, después de hacer a pie una ruta que nos ha llevado por caminos de Dos Torres y Añora, en la que hemos podido comprobar otra vez el enorme deterioro ambiental que sufren los ruedos de esos dos pueblos y Pozoblanco. Está página se honra de ser de Los Pedroches, y en ella me refiero constantemente, tanto por escrito como en imágenes, al gran valor paisajístico que tienen, pero no puede soslayar el pésimo estado medioambiental en que se encuentran los alrededores de los pueblos de la comarca en la que nací y en la que habito, y especialmente los alrededores de esos tres pueblos a los que amo.

Ya sé que Los Pedroches es una comarca ganadera y que el impacto de la ganadería intensiva sobre el paisaje es demoledor. Lo sé. Pero he visto otras comarcas ganaderas y puedo decir que en ellas se trata con más cariño al medio físico que en la nuestra. Sé, por ejemplo, que las ovejas tienen que beber, pero sé también que pueden hacerlo en bebederos feos y en bebederos corrientes, y que pueden hacerlo en bañeras de desecho, que es donde sistemáticamente beben muchas ovejas de Los Pedroches. Igual que sé que hay muchas formas de cercar un terreno y una, tal vez la más fea, es aprovechando somieres viejos y palés de madera. Sé que el estiércol se puede recoger o no. Sé que las vacas se puede tener en sus cercas o estabuladas en los caminos o en los cauces de los arroyos públicos. Sé, en fin, que las enramadas de los animales y los cobertizos de la paja se pueden hacer donde más o donde menos estorben al paisaje y que se pueden hacer menos feos, feos y horrorosos.

Está bien tener los pueblos de dulce, como están la mayoría. Pero eso no es suficiente. Hay que tener también el campo, empezando por el más inmediato, que es el que forman los ruedos de los pueblos, a donde cada vez sale más gente a pasear, por prescripción médica o por puro placer. Los paseantes no tienen conciencia de grupo de presión, son mansos y no saben manejar su voto. Si lo hicieran, se constituirían en asociaciones y demandarían sus derechos, entre los cuales uno de los más importantes es el de encontrarse con que se respetan los caminos y los cauces de los arroyos, pero también el aire que respiran y el horizonte sobre el que extienden su mirada.

jueves, 24 de diciembre de 2015

El mal ambiente*

                La creación es, en realidad, evolución. Los seres surgen en ambientes concretos, a los que se han ido adaptando sus antepasados. En un desierto nacen criaturas que necesitan poca agua y en el mar nacen criaturas que nadan, por ejemplo. Por esa misma razón, las jirafas, que comen hojas de los árboles, tienen el cuello muy largo y los topos, que viven bajo tierra, son prácticamente ciegos. Y no hace falta extenderse más, porque es una idea muy estudiada con la que casi todo el mundo está de acuerdo.

                Las condiciones emocionales de los seres también se adaptan al ambiente. Por eso, un perro faldero es un animal tranquilo en tanto que un perro nacido y crecido sin dueño es un animal salvaje. Esas condiciones se aplican a todos los seres: a los vegetales, a los animales y a los humanos. Así, si un niño crece en un ambiente de estudio lo normal es que salga estudioso y si crece en un ambiente violento, que salga violento. Por eso un padre puede no ser responsable de que un niño arme la bronca en la clase pero sí de su mala educación, que para el caso es lo mismo.

                Nuestra forma de ser depende del ambiente en el que nos encontremos, pero con nuestra actitud también contribuimos a formarlo. Por ejemplo, si nosotros, que ganamos poco, engañamos todo lo que podemos al hacer la declaración de la renta, contribuimos a crear un ambiente en el que los que ganan mucho engañarán todo lo que puedan. La corrupción es de las personas individuales, pero puede que esté en el ambiente, que se forma no tanto con los grandes corruptos como con la suma de las pequeñas corrupciones que pasan inadvertidas, entre las que está la nuestra.

                Si los italianos votaron durante muchos años a Berlusconi es porque en cierta manera lo admiraban, esto es, porque puestos en su situación les hubiera gustado ser como él. Y es por eso que, ante un vicio similar, acusamos a los otros, pero justificamos a los nuestros, y más especialmente aún a nosotros.

                El pasado miércoles un joven de 17 años le dio un puñetazo al Presidente del Gobierno, en funciones de candidato a volver a serlo. El culpable es el que realizó la acción, no cabe ninguna duda. Pero sería bueno que los que formamos el ambiente en el que se desarrollaron los hechos nos preguntáramos si, como debe hacer el padre del alumno que le pega al profesor, hemos contribuido a crear un ambiente en el que nacen y se multiplican ese tipo de comportamientos, especialmente si lo han hecho los que tienen más capacidad de influencia sobre la sociedad.


                La pregunta no es baladí, dado que el ambiente en el que ha nacido este acto puede ser caldo de cultivo para otros similares y que en un ambiente de odio los actos nacen sin conciencia ni dirección, de manera que hoy puede ser agredido un representante del PP y mañana puede serlo otro del PSOE o de cualquier otro partido. Ya se sabe, además, que lo que empieza por un insulto puede acabar en un puñetazo y continuar con algo mucho peor. 
Tomé la foto en la Vía verde del ferrocarril minero el pasado 13 de diciembre

Publicado en el semanario La Comarca

lunes, 14 de diciembre de 2015

Sholombra (el placer de escribir)

         Empecé a escribir Sholombra con la idea de crear el libro que me habría gustado leer. Estuve trabajando en ella durante varios años sin ataduras ningunas ni más propósito que el de narrar una historia asombrosa con las palabras justas. Aunque mi fin nunca fue publicarla, cuando la terminé pensé que tal vez le gustara a otros y la mandé a un concurso de novela con otro título, en el que quedó finalista. Una representante de escritores de mucho renombre intentó luego colocarla en una editorial importante. Una contestó afirmativamente, pero dio en quiebra antes de que pudiéramos firmar el acuerdo. Después he tenido la posibilidad de publicarla con alguna editorial más pequeña, pero el borrador del contrato asociaba las impresiones a las presentaciones y yo no tengo cuerpo para andar de pueblo en pueblo soltando el mismo discurso sobre mí mismo. Tampoco creía conveniente que la editara una entidad pública, porque ni yo encajo entre sus fines sociales (dado que no soy un novel) ni la obra se ajusta a sus fines culturales (como ocurriría si fuera de Historia, por ejemplo).

            Mientras el original de Sholombra daba tumbos inútiles por ahí, yo seguía escribiendo. Escribí la segunda parte y la tercera. Y debo decir que durante ese tiempo fui feliz esperando que llegase la hora de sentarme ante el ordenador para continuar con mi relato. Y añado que, sentado ante el ordenador, era otro. La trilogía de Occidente, cuya primera parte es Sholombra, me llevó a crear un mundo que me absorbía por completo y que, en cierta manera, me desbordaba.

            No creo petulante afirmar que cuando al cabo de los años concluyó mi trabajo, me sentí agradablemente sorprendido: Sholombra y su continuación habían ido mucho más allá de lo que yo esperaba de mí mismo. Y ahora, que tengo el ánimo más reposado, creo que nunca escribiré como entonces ni de mi pensamiento saldrá nada semejante.

            Tal vez la trilogía de Occidente nunca tenga muchos lectores. Y puede que en ese océano de información que es internet esté condenada al olvido desde el principio. Puede, incluso, que yo esté equivocado y que no sea tan buena como creí cuando la terminé y como sigo creyendo ahora mismo. Aunque todo eso fuera cierto, y comprendo que tal vez lo sea, lo que nadie puede quitarme es el enorme placer de haberla escrito. Como digo, uno escribe para crear la novela que le hubiera gustado leer y con Sholombra y lo que vino después estuve muy cerca de conseguirlo. 

Si quieres acceder a Sholombra, pincha sobre la imagen