miércoles, 30 de diciembre de 2015

La oportunidad*

                Las pasadas elecciones generales en España han generado un Congreso de los Diputados de gran dispersión, del que a duras penas saldrá un Gobierno que, si llega a cuajar, tendrá la gobernabilidad muy difícil. Los resultados, no obstante, son una representación bastante fiel de la sociedad española, en la que hay muchos elementos que se sienten cómodos en el escenario actual y otros muchos que lo que quieren es pasar página.

                Dado que la situación impide llevar el proyecto de una parte de la sociedad adelante (del partido que la representa), es también una oportunidad extraordinaria para formar un nuevo pacto entre todos, que cuaje en una reforma en profundidad del sistema, incluso constitucional, si es necesario. Para ello, los partidos más representativos deberían buscar el común denominador de sus idearios y dejarse de maximalismos, esto es, deberían transigir y renunciar a lo menor para conseguir lo mayor, como se hace comúnmente cuando se quiere lograr un pacto, como hacemos cada uno de nosotros a diario en nuestras relaciones con los demás.

                Si lo que de verdad les importa a los partidos es la sociedad que dicen defender, el conjunto de esa sociedad debería tener abierto un camino por el que andar sin dificultades, al menos, otros treinta y siete años, que son los que median desde la Constitución del 78. Si los líderes de los partidos quieren alcanzar los intereses por los que han sido votados, deberían tener altura de miras para otear un horizonte lejano, y en lugar de exigir el cumplimiento de su programa en concreto exigirlo de su proyecto en general, porque en lo general siempre es más posible el acuerdo.

                Y el acuerdo es lo que exigimos de ellos los ciudadanos. No queremos que piensen en cómo se le puede hacer más daño al adversario ni en quién puede ganar una hipotéticas elecciones futuras. Queremos que se rompan la cabeza y que se olviden de afrentas personales. No queremos que nos consigan todo lo que queremos, porque entendemos que eso es imposible, sino buena parte de lo que quiere la mayoría.


                Que es posible llegar a un acuerdo nos lo han demostrado los grandes personajes de la Historia. Esa Historia, por cierto, que premia siempre a quien tiene lucidez bastante como para mirar más allá de sus pies y es capaz de sentar las bases del futuro de su pueblo.
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           *Publicado en el semanario La Comarca


domingo, 27 de diciembre de 2015

Chocolatada en La Guizuela

                La asociación para la defensa del Patrimonio Histórico de Pozoblanco Piedra y Cal, de la que formo parte, ha organizado junto a la fuente de La Guizuela, ubicada en un anchurón del camino de Añora, una chocolatada reivindicativa para “demandar el arreglo y mantenimiento de las fuentes públicas que existen en los extrarradios de Pozoblanco”.  Los que hemos asistido hemos oído la declaración, hemos tomado chocolate y dulces caseros y hemos departido un rato con otros asistentes, que en este tipo de actos siempre suelen ser los mismos, casi ninguno joven, por cierto.

                En las conversaciones han menudeado los recuerdos que nos provocaba esa fuente y las demás que había en nuestra niñez y han salido a la luz algunas soluciones posibles, que pasan a corto plazo por adecentar los pequeños ejidos que rodean a los manantiales (actuación que corresponde al Ayuntamiento) y que a largo plazo pasan ineludiblemente por la concienciación social, en la que deben tener un papel determinante todas las instituciones públicas y algunas de las privadas.


           Rafael y yo hemos llegado a La Guizuela media hora antes de que empezase la concentración, después de hacer a pie una ruta que nos ha llevado por caminos de Dos Torres y Añora, en la que hemos podido comprobar otra vez el enorme deterioro ambiental que sufren los ruedos de esos dos pueblos y Pozoblanco. Está página se honra de ser de Los Pedroches, y en ella me refiero constantemente, tanto por escrito como en imágenes, al gran valor paisajístico que tienen, pero no puede soslayar el pésimo estado medioambiental en que se encuentran los alrededores de los pueblos de la comarca en la que nací y en la que habito, y especialmente los alrededores de esos tres pueblos a los que amo.

Ya sé que Los Pedroches es una comarca ganadera y que el impacto de la ganadería intensiva sobre el paisaje es demoledor. Lo sé. Pero he visto otras comarcas ganaderas y puedo decir que en ellas se trata con más cariño al medio físico que en la nuestra. Sé, por ejemplo, que las ovejas tienen que beber, pero sé también que pueden hacerlo en bebederos feos y en bebederos corrientes, y que pueden hacerlo en bañeras de desecho, que es donde sistemáticamente beben muchas ovejas de Los Pedroches. Igual que sé que hay muchas formas de cercar un terreno y una, tal vez la más fea, es aprovechando somieres viejos y palés de madera. Sé que el estiércol se puede recoger o no. Sé que las vacas se puede tener en sus cercas o estabuladas en los caminos o en los cauces de los arroyos públicos. Sé, en fin, que las enramadas de los animales y los cobertizos de la paja se pueden hacer donde más o donde menos estorben al paisaje y que se pueden hacer menos feos, feos y horrorosos.

Está bien tener los pueblos de dulce, como están la mayoría. Pero eso no es suficiente. Hay que tener también el campo, empezando por el más inmediato, que es el que forman los ruedos de los pueblos, a donde cada vez sale más gente a pasear, por prescripción médica o por puro placer. Los paseantes no tienen conciencia de grupo de presión, son mansos y no saben manejar su voto. Si lo hicieran, se constituirían en asociaciones y demandarían sus derechos, entre los cuales uno de los más importantes es el de encontrarse con que se respetan los caminos y los cauces de los arroyos, pero también el aire que respiran y el horizonte sobre el que extienden su mirada.

jueves, 24 de diciembre de 2015

El mal ambiente*

                La creación es, en realidad, evolución. Los seres surgen en ambientes concretos, a los que se han ido adaptando sus antepasados. En un desierto nacen criaturas que necesitan poca agua y en el mar nacen criaturas que nadan, por ejemplo. Por esa misma razón, las jirafas, que comen hojas de los árboles, tienen el cuello muy largo y los topos, que viven bajo tierra, son prácticamente ciegos. Y no hace falta extenderse más, porque es una idea muy estudiada con la que casi todo el mundo está de acuerdo.

                Las condiciones emocionales de los seres también se adaptan al ambiente. Por eso, un perro faldero es un animal tranquilo en tanto que un perro nacido y crecido sin dueño es un animal salvaje. Esas condiciones se aplican a todos los seres: a los vegetales, a los animales y a los humanos. Así, si un niño crece en un ambiente de estudio lo normal es que salga estudioso y si crece en un ambiente violento, que salga violento. Por eso un padre puede no ser responsable de que un niño arme la bronca en la clase pero sí de su mala educación, que para el caso es lo mismo.

                Nuestra forma de ser depende del ambiente en el que nos encontremos, pero con nuestra actitud también contribuimos a formarlo. Por ejemplo, si nosotros, que ganamos poco, engañamos todo lo que podemos al hacer la declaración de la renta, contribuimos a crear un ambiente en el que los que ganan mucho engañarán todo lo que puedan. La corrupción es de las personas individuales, pero puede que esté en el ambiente, que se forma no tanto con los grandes corruptos como con la suma de las pequeñas corrupciones que pasan inadvertidas, entre las que está la nuestra.

                Si los italianos votaron durante muchos años a Berlusconi es porque en cierta manera lo admiraban, esto es, porque puestos en su situación les hubiera gustado ser como él. Y es por eso que, ante un vicio similar, acusamos a los otros, pero justificamos a los nuestros, y más especialmente aún a nosotros.

                El pasado miércoles un joven de 17 años le dio un puñetazo al Presidente del Gobierno, en funciones de candidato a volver a serlo. El culpable es el que realizó la acción, no cabe ninguna duda. Pero sería bueno que los que formamos el ambiente en el que se desarrollaron los hechos nos preguntáramos si, como debe hacer el padre del alumno que le pega al profesor, hemos contribuido a crear un ambiente en el que nacen y se multiplican ese tipo de comportamientos, especialmente si lo han hecho los que tienen más capacidad de influencia sobre la sociedad.


                La pregunta no es baladí, dado que el ambiente en el que ha nacido este acto puede ser caldo de cultivo para otros similares y que en un ambiente de odio los actos nacen sin conciencia ni dirección, de manera que hoy puede ser agredido un representante del PP y mañana puede serlo otro del PSOE o de cualquier otro partido. Ya se sabe, además, que lo que empieza por un insulto puede acabar en un puñetazo y continuar con algo mucho peor. 
Tomé la foto en la Vía verde del ferrocarril minero el pasado 13 de diciembre

Publicado en el semanario La Comarca

lunes, 14 de diciembre de 2015

Sholombra (el placer de escribir)

         Empecé a escribir Sholombra con la idea de crear el libro que me habría gustado leer. Estuve trabajando en ella durante varios años sin ataduras ningunas ni más propósito que el de narrar una historia asombrosa con las palabras justas. Aunque mi fin nunca fue publicarla, cuando la terminé pensé que tal vez le gustara a otros y la mandé a un concurso de novela con otro título, en el que quedó finalista. Una representante de escritores de mucho renombre intentó luego colocarla en una editorial importante. Una contestó afirmativamente, pero dio en quiebra antes de que pudiéramos firmar el acuerdo. Después he tenido la posibilidad de publicarla con alguna editorial más pequeña, pero el borrador del contrato asociaba las impresiones a las presentaciones y yo no tengo cuerpo para andar de pueblo en pueblo soltando el mismo discurso sobre mí mismo. Tampoco creía conveniente que la editara una entidad pública, porque ni yo encajo entre sus fines sociales (dado que no soy un novel) ni la obra se ajusta a sus fines culturales (como ocurriría si fuera de Historia, por ejemplo).

            Mientras el original de Sholombra daba tumbos inútiles por ahí, yo seguía escribiendo. Escribí la segunda parte y la tercera. Y debo decir que durante ese tiempo fui feliz esperando que llegase la hora de sentarme ante el ordenador para continuar con mi relato. Y añado que, sentado ante el ordenador, era otro. La trilogía de Occidente, cuya primera parte es Sholombra, me llevó a crear un mundo que me absorbía por completo y que, en cierta manera, me desbordaba.

            No creo petulante afirmar que cuando al cabo de los años concluyó mi trabajo, me sentí agradablemente sorprendido: Sholombra y su continuación habían ido mucho más allá de lo que yo esperaba de mí mismo. Y ahora, que tengo el ánimo más reposado, creo que nunca escribiré como entonces ni de mi pensamiento saldrá nada semejante.

            Tal vez la trilogía de Occidente nunca tenga muchos lectores. Y puede que en ese océano de información que es internet esté condenada al olvido desde el principio. Puede, incluso, que yo esté equivocado y que no sea tan buena como creí cuando la terminé y como sigo creyendo ahora mismo. Aunque todo eso fuera cierto, y comprendo que tal vez lo sea, lo que nadie puede quitarme es el enorme placer de haberla escrito. Como digo, uno escribe para crear la novela que le hubiera gustado leer y con Sholombra y lo que vino después estuve muy cerca de conseguirlo. 

Si quieres acceder a Sholombra, pincha sobre la imagen

lunes, 23 de noviembre de 2015

Trassierra

                Cuando estaba haciendo la mili, un compañero de fatigas me propuso que escribiera cuentos de ambientación árabe que luego él ilustraría. Yo acepté, y escribí unos pocos que nunca llegaron a ilustrarse, aunque más tarde se publicaron con otros bajo el título “La mujer del lago y otras narraciones”. Entre ellos, había uno, titulado “La mujer más hermosa del mundo”, que se basaba en el viejo error de buscar fuera lo que tenemos en nuestra propia casa.
                Recuerdo ahora el argumento de aquel cuento porque el Ayuntamiento de Torrecampo ha tenido el buen acuerdo de organizar una excursión a Trassiera y quienes la hemos disfrutado hemos podido comprobar la impresionante belleza natural de los parajes que rodean a esa pequeña población, ubicada a unos cuantos kilómetros de Córdoba, de la que depende administrativamente.
                No hay que irse al Norte, en efecto, para ver riachuelos de aguas cristalinas o bosques empapados. Justo al lado de la seca y calurosa Córdoba hay un lugar que parece traído de la lluviosa geografía de un cuento de hadas. Para los que somos de aquí y estamos acostumbrados a la reciedumbre de lo árido, el pequeño viaje desconcierta un poco, porque al llegar da la impresión de que has cruzado el espejo o te has adentrado en otro mundo.

Una de las rutas que se puede hacer a pie es esta.

lunes, 16 de noviembre de 2015

La clave


Casa de la Huerta de Los Leones (Belmez), totalmente en ruinas, el domingo pasado

                La clave se cae. La clave es la piedra que aguanta todas las presiones del arco y se cae. Y si se cae la clave, se acabará cayendo el arco. Y el arco cierra el vano, desvía los empujes y sustenta el edificio. Si se cae el arco, se caerá el edificio.

                Uno no puede dejar de tener pensamientos así cuando ve cayéndose al ladrillo que cierra el arco. La Historia, la religión y el arte están llenos de apelaciones a la importancia de esa piedra angular. ¿Quién es la persona clave de una organización, de una familia, de un grupo de amigos? ¿Soy yo la clave de algún edificio? ¿Cuál es la clave de la felicidad o, al menos, de la serenidad necesaria para tomarse con estoicismo lo que venga?


                Carmen y yo acabamos de recibir una carta y un ramo de rosas. La carta viene a decir que nosotros hemos sido la clave sobre la que se han forjado unas formas de ser y de pensar de la que sus autores se sienten orgullosos. Ha sido conmovedor de verdad. Ser clave no es tarea fácil, pero ahora sé que es de lo más gratificante que hay.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Los valores*

                 Últimamente he oído a varias personas hablar de la crisis de valores que existe en nuestra sociedad. Los que así hablaban eran mujeres y hombres maduros, con bagaje vital y con responsabilidades, que al mismo tiempo que se lamentaban de la situación actual añoraban los principios que regían cuando ellos eran jóvenes. Yo tengo por costumbre huir de la nostalgia y, además, no estoy de acuerdo con semejantes afirmaciones. Creo que nuestra sociedad tiene muchos defectos, algunos de los cuales prácticamente no existían hasta hace unos cuantos años.  Creo, por ejemplo, que florece un desmedido afán de protagonismo, que se confunde la gloria con la fama y la fama con el famoseo, creo que se ha perdido el valor de la palabra empeñada, aquel por el que nuestro padres se obligaban de por vida con un apretón de manos, creo que se ha arruinado buena parte de la capacidad de sacrificio, que se tiene menos tolerancia a la frustración y que muy pocas personas son capaces de empeñarse en un proyecto que no ofrezca réditos a corto plazo, creo que valoramos demasiado el placer y muy poco la satisfacción y creo que se miran demasiado las formas y muy poco el interior, especialmente el de las personas. 

                Pero la mayoría de los defectos de ahora son defectos de siempre, y tienen que ver con la envidia, con la avaricia, con la vanidad, con la ambición y con las demás lacras que vienen envenenando al espíritu humano desde que pisamos la Tierra. Es más, no veo en la sociedad los defectos que algunos ven. Cuando oigo hablar, por ejemplo, de que antes se cuidaba mejor a nuestros mayores, porque se les tenía en casa hasta que fallecían, se olvida que ese cuidado se dejaba exclusivamente en manos de las mujeres (mujeres e hijas), que se convertían en unas esclavas más que en unas cuidadoras, mientras los hombres (marido e hijos) seguían con su vida de amigos y tabernas, como si tal cosa. La igualdad (todavía no consumada) entre hombres y mujeres es un buen ejemplo de lo que ha avanzado la sociedad, pero también lo son los derechos que tienen los mayores, cuyo mayor beneficio es no tener que depender del favor de  nadie para seguir viviendo con dignidad, lo que se consigue con una pensión justa y con un  sistemas de residencias adecuado.

Detalle del cuadro de Goya Perro Semihundido
                Si los valores de una persona se ven por la atención que dispensa a los débiles y, en general, a los que sufren, ese mismo criterio debemos aplicar a las sociedades. Y los débiles y, en general, los que sufren reciben ahora de sus vecinos un trato mucho más humano que antes. Antes, por ejemplo, una muchacha que se quedaba embarazada debía irse del pueblo o sufría un estigma social que no se borraba de por vida. Ese trato ha cambiado totalmente, a mejor, por supuesto. Igual que ha cambiado a mejor el trato que se dispensa a los discapacitados, tanto a los físicos como a los intelectuales, que hasta no hace tanto tiempo eran objeto de mofa. La tendencia sexual, la raza y la religión, que eran criterios con los que se medía a las personas antes de conocerlas, ya no son de aplicación generalizada. Ahora una persona es buena o no y simpática o no, y da igual que le gusten los hombres o las mujeres, sea blanco o negro y de misa diaria o ateo.

                Cuando se habla de la crisis de valores, se hace especial mención a los jóvenes, lo cual es de una injusticia y una ceguera enorme. Y no solo porque en los jóvenes están presentes en su modo más puro las virtudes que ha logrado nuestra sociedad, sino porque ellos están sufriendo los errores de la generación que los crío y los educó. No se puede generalizar sin caer en la injustica particular, por supuesto, pero puede decirse que, en general, nuestros hijos son más solidarios que nosotros, tienen menos prejuicios, están mejor formados y son más libres y honestos. Y puede decirse que deben buscarse su futuro en un mundo que les cierra el paso, especialmente porque nosotros, los mayores, lo estamos ocupando. No hay más que ver quiénes son los que tienen los sueldos altos y los contratos fijos y quiénes los sueldos bajos y la temporalidad para percatarse de lo difícil que les resulta entrar en un mercado laboral que no crece y está copado por sus padres.


                No veo con optimismo el mundo de ahora, en fin, pero creo que no está tan mal armado de valores como nos dicen. Y, desde luego, creo que existe un potencial enorme en las generaciones que vienen, que debe aprovecharse porque es de justicia y porque nos vendría bien a todos, especialmente a los que ya tenemos una edad y pronto dependeremos de ellos.

*Publicado en el semanario La Comarca

sábado, 3 de octubre de 2015

Camino de La Arcadia

                La división de los votantes entre izquierdas y derechas es, fundamentalmente, de intereses, mientras que la división de los votantes entre nacionalistas y no nacionalistas es, sobre todo, emocional. Que las emociones y los intereses son difícilmente compatibles es una obviedad que se puede observar sin esfuerzo en la división política existente en territorios como Cataluña y el País Vasco, en los que hay partidos nacionalistas y no nacionalistas de izquierdas y de derechas.

                Donde se dan esas dos divisiones, los partidos políticos deben optar entre el interés y la emoción. Por ejemplo, en el País Vasco, los dirigentes del PNV primaron a la emoción (la patria, la soberanía propia) sobre el interés (el capital, el dinero) cuando gobernó Ibarretxe, y entendieron que debían primar el interés sobre la emoción después de perder el gobierno. Esto es, dedujeron finalmente que era mejor continuar gobernando y con sus acomodadas vidas burguesas dentro de España que asumir el riesgo de perder el gobierno dentro de España o su bienestar fuera de ella, en compañía de partidos anticapitalistas.

                Esto último es lo que venían haciendo los partidos de derechas nacionalistas de Cataluña. En CyU primaba eso que llamaban seny (cordura), que no es sino una forma de mirar a lo que interesa antes que al corazón. Cómodamente instalados en el poder, la extensa burguesía catalana se dedicaba a sus empresas y a sus oficios al tiempo que le arrancaba poco a poco competencias al Estado y fomentaba el nacionalismo en las escuelas y en los medios de comunicación públicos.

Representación de La Arcadia del pintor romántico Friedrich August von Kaulbach

                No viene ahora a cuento explayarse con los detalles, el caso es que en un momento determinado de hace poco tiempo los líderes del nacionalismo catalán moderado cargaron las tintas sobre la emoción de la patria y alimentaron en las masas el deseo de ser “libres”. No era una tarea difícil, dado el brillo cegador que tiene la palabra “libertad” y lo realizados que los individuos se sienten cuando entregan la solución de sus problemas al grupo, sea este una secta o una nación.

                Los individuos de la secta (con sus rezos) o de la nación (con sus banderas) necesitan de un líder carismático, que se ponga a la cabeza del conjunto y asuma los más ímprobos sacrificios, sacrificios que pueden acarrear la veneración o la gloria, especialmente cuando llegan a sus últimas consecuencias. De hecho, los líderes carismáticos prefieren en no pocas ocasiones inmolarse, con tal de alcanzar la gloria entre los suyos.

                El líder del nacionalismo moderado de entonces (Artur Mas) estaba dispuesto a inmolarse con tal de alcanzar la gloria nacional y aleccionó a sus seguidores para que renunciaran al seny y se entregaran a la emoción de sentirse libres, aunque –y aquí está el meollo de la cuestión– no les dijo que para ello debían renunciar al interés, sino más bien lo contrario, les prometió que cuando fueran libres tendrían, además, un mayor bienestar, dado que podrían gestionar con mejor provecho una mayor cantidad de recursos.


                Entusiasmados con la retórica y la pompa, los nacionalistas moderados se embarcaron en un proyecto emocionante, con unos compañeros con los que únicamente compartían el lugar de destino, pero ni sus intereses económicos ni su forma de vida. Allí es donde están ahora: caminando codo con codo con la izquierda de Esquerra Republicana (que les ha comido el terreno) y al lado del anarquismo moderno de la CUP. Van contentos, pero con la mosca detrás de la oreja, por lo que pueda pasar a sus espaldas y en sus bolsillos. Y lo peor para ellos aún está por venir. ¿Qué pasará cuando lleguen al destino que les prometieron? ¿Y si ese lugar resulta que no es la Arcadia feliz, sino un territorio donde gobierne Esquerra o, aún peor, donde gobierne la CUP? 


miércoles, 23 de septiembre de 2015

sábado, 12 de septiembre de 2015

La adaptación*

         En Occidente, el proceso de adaptación de las ofertas a las demandas es relativamente sencillo, dado que se tiene una economía de mercado. Los agricultores y ganaderos lo saben muy bien desde hace mucho tiempo. Así, cuando había pocos cerdos, subía su precio y al año siguiente todo el mundo criaba cerdos, lo que hacía que bajara su precio y, en consecuencia, muy pocos criaran cerdos, con lo que el precio volvía a subir. Lo saben muy bien los industriales, que o fabrican lo que la gente demanda o tienen que cerrar sus empresas. Y lo saben mejor que nadie los que prestan servicios o venden mercancías.

            Los que venden mercancías se han encontrado con una sociedad radicalmente distinta a la que había hace unos cuantos años. Ahora, los medios de comunicación son muy cómodos y muy rápidos y los consumidores pueden ponerse en poco tiempo en un lugar muy lejano. Ahora, los consumidores tienen acceso a una información detallada de las calidades y los precios de casi todos los productos. Y ahora es posible comprar con el móvil en cualquier parte del mundo por un precio muy inferior al que pueden ofertar los comerciantes de vecindad.

            Los que venden mercancías no pueden cortar las carreteras, ni eliminar la información, ni impedir las ventas por internet. Ante esa nueva realidad, los hay que hacen todo lo posible para que la sociedad no cambie y los hay que se suben a la cresta de la ola y se aprovechan de los cambios. Los hay, por ejemplo, que se quejan de que la gente vaya a comprar a la capital de la provincia y hay algunos –como los comerciantes de Fuente Palmera– que se sirven de las mejoras en la accesibilidad para incrementar su potencial vendedor.

            Una de las transformaciones más grandes que se ha producido en nuestra sociedad es la originada por el automóvil, sobre cuyas condiciones, por obvias, no hace falta extenderse. Como los consumidores van a comprar con el coche, se han creado inmensos centros comerciales con grandes aparcamientos, en los que hay un enorme establecimiento y, alrededor de él y en cierta manera a su amparo, un comercio especializado que ofrece el detalle y la calidad que no puede ofertar el primero. Este nuevo modo de comprar ha puesto en verdaderos aprietos al comercio tradicional, que no reaccionó al principio, y que lo hizo luego intentando cambiar a la sociedad, en lugar de adaptándose a ella, es decir, lo hizo presionando a las autoridades para que de un modo o de otro se dificultara la oferta que brindaban los grandes centros comerciales. Fue inútil, claro, porque eso iba contra las demandas de los propios consumidores.


            Pero la presencia omnímoda de los coches ha congestionado las ciudades y ha acabado por cansar a la gente. Por eso, en paralelo al afán por usar el automóvil para los desplazamientos medianos y largos, ha surgido otro por usar la bicicleta y las piernas como un medio de transporte alternativo en los desplazamientos pequeños, así como por pura realización personal. No hay más que ver la cantidad de personas que salen a correr o, simplemente, a dar un paseo, ya sea por prescripción médica o por mero placer, para darse cuenta del cambio que se ha operado en la sociedad, que vuelve a humanizar lo que había acabado siendo inhumano, esto es, el centro de las ciudades.

            Como es la sociedad la que va en esa dirección (bien es cierto que bajo el liderazgo de quien lo ejerce naturalmente, que en la democracia son sus autoridades), los comerciantes de vecindad han resuelto en casi todas partes sumarse a la iniciativa. Han considerado, en fin, que una calle no puede competir en fluidez de tráfico con una carretera ni puede hacerlo en aparcamientos con un parking. Han visto que en esa lucha tienen todas las de perder y han optado por llevar la batalla a su terreno, que es el de unir la compra al placer de disfrutar con lo que se hace. Por ejemplo, el diario Córdoba del 4 de septiembre pasado recogía la pretensión de los centros comerciales abiertos de Ciudad Jardín, La Viñuela y Santa Rosa, todos en la ciudad de Córdoba, de peatonalizar distintas calles de esos barrios.

            Los comerciantes de vecindad se han dado cuenta de que ni internet ni los grandes centros comerciales generan placer y están procurando convertir a sus calles en un lugar agradable, en el que pasear, en el que hablar, en el que jugar y en el que tomarse tranquilamente un café o una cerveza. Eso es lo que están solicitando a las autoridades porque saben que, además de grandes centros comerciales en las afueras, es eso lo que demandan los ciudadanos. Y porque saben que cuando los ciudadanos se hallan a sus anchas, consumen más.

            Los comerciantes de Pozoblanco se encuentran inmersos otra vez en un dilema, a cuenta ahora de la implantación en un lado o en otro de un centro comercial. No quiero entrar en el contenido concreto del problema, aunque puede afectar a muchas familias. Lo que me interesa de verdad es apuntar cómo se mueve la sociedad, también la nuestra, por si a alguien le fuera de provecho. Ya sé que es complicado retomar el debate sobre la peatonalización, pero el caso es que estuvo muy condicionado políticamente y que se cerró en falso. En el fondo de lo que pasa ahora está el tratamiento que se quiera dar al centro de la ciudad. Y en la mano de los propios comerciantes está el esfuerzo inútil para intentar cambiar la sociedad o la labor mucho más fácil de adaptarse a ella.

              * Publicado en el semanario La Comarca

jueves, 10 de septiembre de 2015

Braunschweig

            Durante la mañana, Carmen y yo salíamos a andar por Braunschweig  y a tomar fotos de lo que veíamos, especialmente de lo que más nos llamaba la atención. Nosotros somos de un país de secano y Braunschweig tiene un río de aguas tranquilas que se puede recorrer en canoa y un montón de parques donde la hierba está verde y los árboles son enormes. Y en los parques había mucha gente.

            A mí siempre me ha llamado la atención la gente.


            La gente es muy parecida en todas partes, aunque hable en otro idioma, cocine sin aceite y casi nunca coma jamón. La gente que hay en otras partes tiene los mismos sentimientos que nosotros, sufre y se alegra como nosotros y siente el dolor de los que tiene más cerca, como nosotros.

            No parece que sea tan ocioso recordarlo, según son las noticias que dan los telediarios. Ni parece tan obvio repetir que es el fanatismo (no la raza, ni la religión, ni el sexo, ni la nacionalidad) lo que nos hace a los unos distintos de los demás. Y parece prudente proponer que examinemos críticamente nuestras propias opiniones, por si tras la solidez de nuestras creencias anida en realidad un fanático.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Hanóver

Estábamos cansados y nos sentamos en un banco que había entre dos contrafuertes del testero sur de la Marktkirche, la iglesia de Hanóver junto a la que hay una imponente estatua de Martín Lutero. Cerca de nosotros había una pequeña librería de madera con puertas de cristal y, un poco más allá, otro banco en el que se sentaba una pareja.  Antes de que yo le preguntará, Juan me dijo que aquellos libros eran de acceso público y creo recordar que yo le hablé de cierto viaje que hicimos por la Selva Negra y lo que me llamó la atención que en el pequeño pueblo en el que residíamos los comercios se dejaran en la calle durante toda la noche los productos que ofrecían a la venta.

En el corto plazo que estuvimos sentados, se acercaron dos personas que levantaron el cristal y dejaron varios libros antes de llevarse otros. Ya ven qué simple y qué extraordinaria es la cosa. 


sábado, 29 de agosto de 2015

Hamburgo*

A finales de julio de 1943, la aviación aliada llevó a cabo una serie de bombardeos sobre la ciudad alemana de Hamburgo, cuyo resultado fue la muerte de varias decenas de miles de personas, la completa destrucción de la ciudad y el realojo de casi un millón de habitantes en otras ciudades. La operación Gomorra, que así es como se llamó a aquella serie de bombadeos, es una página más del libro negro de la Segunda Guerra Mundial, en cuyo inicio jugó un papel determinante la falta de sentido de una sociedad, la alemana de aquel momento, aborregada por el nacionalismo y pastoreada por un loco genocida.

El resultado de la contienda fue tremendamente desastroso para todos los participantes, pero lo fue especialmente para Alemania, cuyo territorio quedó destruido, cuya población quedó diezmada y cuya sociedad quedó aturdida por el trauma gigantesco de haber sido corresponsable de la guerra y cómplice de los inhumanos horrores que se asociaron a ella. Alemania, con la ayuda de parte de los que habían sido sus enemigos y la habían ocupado tras la contienda, salió del lance creando una sociedad nueva, democrática, laboriosa y eficiente, que ahora lidera el devenir de Europa.

Ya sé que en ningún sitio atan a los perros con longaniza, pero también sé que el viajero debe estar atento a los lugares que visita, no solo para disfrutar de sus monumentos y de su gastronomía, sino también para observar a sus gentes y aprender de ellas, al igual que el buen conversador debe estar más atento a lo que oye que a lo que dice, por si algún comentario de otros pudiera serle de provecho. El caso es que las circunstancias han hecho que en los últimos tiempos haya viajado varias veces a Alemania, y de esos viajes he sacado algunas conclusiones, muchas de ellas positivas, que podríamos aprovechar los españoles.

Una de ellas es esta de la creación de una sociedad nueva y superadora del trauma colectivo creado al final de la guerra. Para superar el trauma, los alemanes no olvidan lo que ocurrió. Lo estudian concienzudamente en la clases de Historia de la escuela, lo evocan con multitud de monumentos a las víctimas y el mantenimiento de edificios emblemáticos sin rehabilitar, lo rememoran manteniendo como museos los campos de concentración y lo invocan con iniciativas privadas como la de los llamados Stolpersteine, del artista alemán Gunter Demnig, que son pequeñas placas de cobre incrustadas en el pavimento con las que se recuerda el nombre de las víctimas del genocidio junto al lugar donde vivieron o donde trabajaron. Las placas, que se construyen manualmente y se financian con donaciones particulares, son ya varias decenas de miles y, en palabras de su autor, se insertan en el suelo de cualquier ciudad para que el transeunte "tropiece, mire y recuerde a sus vecinos".
 
Cuando el joven catalán que hacía las visita guiada por Hamburgo nos habló de esas placas, yo pensé en la diferencia con que recuerdan los alemanes y los españoles el trauma de su última guerra y pensé en la diferente forma con que ambas sociedades se han enfrentado a su destino. Los alemanes recuerdan lo ocurrido y, sin embargo, han cerrado una puerta y han abierto otra a una sociedad totalmente distinta, con un proyecto común al que han incorporado a la antigua Alemania del Este y con un modelo de convivencia en paz que se dispone a digerir (con voces en contra y con mucho esfuerzo, sin duda) a los 800.000 refugiados que han cruzado las fronteras de Europa y buscan convivir con ellos. En España, en cambio, le tenemos pánico a recordar lo que pasó en la guerra, porque los recuerdos van cargados de rencor, y la sociedad actual es incapaz de urdir un proyecto común, condicionada por las fronteras entre las ideologías y los territorios.

Mientras en Alemania el Gobierno está formado por el mayor partido de izquierdas y el mayor partido de derechas, en España esos dos partidos son incapaces de ponerse de acuerdo para lo más básico, como es la aprobación de una ley de la educación, y mientras Alemania aguantó estoicamente la división de su territorio en dos partes y asumió la reunificación con encomiable entereza (y un coste enorme para los occidentales, más ricos, que fueron los principales pagadores del impuesto llamado “Recargo de la solidaridad”), en España no somos capaces de sustraernos a las miserias de los intereses territoriales, especialmente de los territorios más ricos, hasta el punto de que se está cuestionando permanentemente la misma esencia del Estado.

* Publicado en el semanario La Comarca

sábado, 25 de julio de 2015

Ruptura emocional*

          Hace unas cuantas semanas, el genial humorista Juan Carlos Ortega (catalán) contaba en el programa de RNE que dirige Pepa Fernández (catalana) el cuento de una señora que quería divorciarse de su marido a días, según le interesara. Lo he recordado después de leer el artículo Ya no soy del Barça, publicado en El Periódico el 19 de julio pasado, en el que Xavier Sardà (catalán) se atreve a decir lo que muchos seguidores de ese equipo no quieren o no pueden expresar: la descarada manipulación con fines de partidismo político de los sentimientos de toda la afición del club, de la que es buena muestra la fotografía en la que aparecían los cuatro candidatos a la presidencia con las camisetas del 27S en un acto realizado en las instalaciones del Camp Nou a propuesta de la Asamblea Nacional Catalana, Òmnium Cultural y la Plataforma Proselecciones Deportivas Catalanas.

            En dicho acto, los cuatro candidatos se mostraron partidarios de que fuera cual fuera el resultado de las elecciones del 27 de septiembre, el ámbito natural del FC Barcelona siguiera siendo la liga española. O sea, igual que en el cuento de Juan Carlos Ortega, como si fuera posible divorciarse todos los días menos los fines de semana y durante las vacaciones, que es cuando me lo paso bien con mi marido. Y sería tan cómico como ese cuento si no fuera demasiado serio como para tomárselo a broma.


Besalú, Girona, verano de 2011
            El Barça es, ciertamente, más que un club, y tal vez por eso es una metáfora de toda la sociedad catalana. La idea de irse pero seguir jugando en la liga española es bastante ilustrativa de la situación actual que vive Cataluña. Entre el Barça y la Liga hay una relación de absoluta dependencia, de tal manera que uno necesita al otro. El Barça necesita a la Liga por razones económicas y deportivas, pues se devaluaría de manera considerable en una competición exclusivamente catalana. Y la necesita por razones afectivas, pues es mucha la historia que une al Barça con el resto de clubes importantes de España, y no es lo mismo un Barça-Madrid que un Barça-Girona, pongo por ejemplo.

            Irse pero quedarse, según me interese, es imposible cuando hay de por medio una ruptura emocional. Los independistas catalanes no parecen darse cuenta de ello y plantean la situación como una ruptura amigable, en la que todo va seguir como hasta ahora en lo que interese y mejor en lo que no interese. Vamos, un chollo. Se creen que la relación el día después de la independencia sería todavía mejor que la que existe entre dos países fronterizos y socios, como Bélgica y Holanda, por ejemplo, y no se dan cuenta de que eso no es posible tras un divorcio no deseado por uno de los dos.


Valle de Nuria, Girona, verano de 2011
            Todos los divorcios dejan heridas, especialmente los traumáticos, y la separación entre España y Cataluña lo sería, como lo demuestra el alto nivel de imbricación que la sociedad catalana tiene con las sociedades del resto de España. Imbricación que es familiar y de amistad, producto de cientos de años de convivencia y de migraciones en ambos sentidos, y es también económica.

            Echar las cuentas sobre el producto interior bruto de un lado y de otro sin computar lo que la ruptura emocional puede suponer de castigo hacia el otro es, sencillamente, no echar las cuentas bien. Si Cataluña se independiza de España, el Barça tendrá que jugar en una liga catalana y serán muchos los simpatizantes españoles del Barça que dejarán de tragarse lo que ahora se tragan y dejarán de ser de ese equipo, como ya ha hecho Xavier Sardà. Dejar de ser de un equipo es, ya se sabe, lo último que uno hace en la vida. Antes, mucho antes, esos y otros españoles habrán roto afectivamente con Cataluña, una ruptura que conllevará, como todas las rupturas afectivas, un severo correctivo de todo tipo, también económico.
Olot, Girona, verano de 2011
*Publicado en el semanario La Comarca

sábado, 18 de julio de 2015

La confianza*

            La confianza en los demás es fundamental en todas las sociedades, incluidas las humanas, aunque no le damos importancia porque, como ocurre con las buenas noticias, lo más usual es que se practique. Cuando voy por la calle, por ejemplo, lo hago confiado en que los viandantes me respetarán, igual que yo los respeto a ellos. Cuando me tomo una cerveza en un bar confío en que el camarero me dará una en buenas condiciones. Y cuando cruzo andando un semáforo confío en que a ninguno de los conductores que aguardan parados le va a dar por saltarse las reglas y atropellarme.

            Cuando la sociedad se organiza y crea las instituciones públicas, lo primero que hace es dotar de rigor a la confianza, extenderla y reforzarla. Así, si no llevamos pistolas, como ocurría en el Lejano Oeste, es porque confiamos en que la policía y los jueces nos defenderán de la mala voluntad ajena. Igual que confiamos en que los establecimientos públicos serán supervisados y castigados si incumplen las normas que hay establecidas y confiamos en que serán perseguidos los conductores que ponen en peligro la vida de los otros. En realidad, la primera función de las normas jurídicas es generar confianza, a fin de que todo el mundo sepa a qué atenerse y actúe en consecuencia.



            Generar confianza es también la primera función de las normas sociales, que se aplican siempre y en todo lugar, aunque haya quien se las salta sistemáticamente porque no le importa el castigo que conllevan, que nunca puede ir más allá del reproche de la comunidad. De hecho, las personas de fiar son aquellas que cumplen las normas con que la sociedad se ha dotado para generar confianza. Y, a la inversa, una persona no es de fiar cuando no sabemos a qué atenernos con ella. Con una persona de fiar se pueden tener negocios y hacer proyectos comunes, en tanto  que debe huirse como de la peste de una persona que no es de fiar. 
           
            Aunque poca gente lo sabe, porque se dice poco, a Grecia se le hizo en marzo de 2012 una quita de unos cien mil millones de euros, lo que supuso una pérdida real del 78,5% del dinero invertido por los bancos y los fondos de inversión que poseían títulos de la deuda helena. Se iniciaba con ello el segundo rescate de Grecia, que inyectó, además, una buena cantidad de miles de millones de euros en las arcas de ese país, cuya deuda ya no era mayoritariamente con bancos y fondos de inversión, sino con instituciones públicas, entre ellas el Estado español.


            No viene al caso aquí detenerse en un asunto que está siendo tratado con abundancia en todos los medios de comunicación. Lo que quiero reseñar ahora es que pasados tres años de aquello los representantes del Gobierno de Grecia debían reunirse con sus acreedores para decirles que no podían devolverles el dinero que habían recibido prestado y que, además, necesitaban más dinero, un tercer rescate. Da igual que se considere de un signo político o de otro al Gobierno griego. Lo importante es que estaba recién elegido y que contaba con la confianza del pueblo para negociar ante sus socios, quienes, comprensiblemente, desconfiaban del Estado griego, pues había entrado en el euro amañando las cifras y había sido incapaz de implementar las medidas estructurales necesarias para salir de la situación en que se encontraba Grecia, las mismas medidas (¡ojo!) que esos países aplicaban a sus ciudadanos, como una Administración tributaria más eficiente, un IVA más alto o una edad más elevada para jubilarse.

            Pero el Gobierno griego, en lugar de intentar ganarse la confianza de sus socios, se dedicó durante varios meses a eso que aquí aplicamos tan comúnmente y que se conoce como “dar largas”, con la creencia de que el tiempo jugaba a su favor, pues tenía tan enganchados a sus socios que no podía caer al abismo sin arrastrarlos con él. Es más, casi en el último momento, se levantó de la mesa de negociaciones y, sin decir nada a aquellos con los que se sentaba, convocó un referéndum para el domingo siguiente, y en ese poco tiempo se dedicó a persuadir a los ciudadanos de que debían votar que no a las propuestas que les hacían sus socios y acreedores, con el argumento de que de esa manera se sentiría más respaldado en sus exigencias.


            Un pueblo bien representado se expresa a través de sus representantes, que son los que negocian y pactan en su nombre. La esencia de la democracia está en la representación, y no en los referéndums. Un referéndum, no obstante, se vende muy bien, porque parece que detrás de él está la inequívoca voluntad del pueblo, y que quien va contra esa voluntad está deslegitimado. Pero el pueblo no tiene por qué tener una imagen clara de los asuntos complejos. El pueblo se guía por intuiciones y por emociones, igual que se guían los individuos. El pueblo griego, en fin, vio en el referéndum la oportunidad de expresar su malestar por todo lo que le estaba ocurriendo y votó que no.

            Y con ese no como argumento de peso volvió el Gobierno griego a la mesa de negociación. Los otros gobiernos (que eran 18) no tenían que consultar a sus respectivos pueblos para sentirse respaldados por ellos. Es más, creyeron que la convocatoria del referéndum había sido un intento de coacción inadmisible en una negociación de buena fe y  perdieron la poca confianza que aún les ofrecía el Gobierno griego. Cuando uno no se fía de otro tiende a dejarlo en la cuneta o, en otro caso, a pedirle toda clase de garantías, hasta extremos que pueden llegar a ser humillantes. Es lo que hay cuando no se cuenta con la palabra como respaldo.


            El Gobierno griego, que unos cuantos días antes podía escoger entre lo malo y lo peor, debía escoger ahora entre lo pésimo y lo que hay más allá de lo pésimo y optó por lo primero. Y con esa elección se presentó en Atenas, ante su pueblo.

            El resultado es que ya nadie se fía de nadie: obvio es decir que el Gobierno griego ha perdido la confianza que el pueblo le otorgó en su momento. Pero el pueblo griego tampoco se fía del resto de Europa, y el resto de Europa no se fía del Gobierno y del pueblo griegos. Mal asunto, porque ya hemos dicho que la confianza es fundamental para el buen funcionamiento de todas las sociedades.


* Publicado en el semanario La Comarca
   Hice las fotos en Grecia, en el verano de 2008

martes, 30 de junio de 2015

Lecciones griegas

            Algunas lecciones que he aprendido después de ver y oír las noticias últimamente:


                1.- Todos los seres humanos, por el mero hecho de serlo, tienen derecho a recibir los servicios públicos y vivir como se vive en un país muy desarrollado. Todos tienen derecho a vivir como se vive en Dinamarca, por ejemplo. Tienen ese derecho los daneses, los españoles, los griegos, los paquistaníes y los nigerianos. En la puesta en práctica de ese derecho influyen el azar y el empeño que uno ponga en conseguirlo. Y parece evidente que los daneses (tomados como sociedad) ponen más afán en parecerse a sí mismos que ponemos los españoles en parecernos a ellos, o ponen los griegos, o los paquistaníes, o los nigerianos.

                2.- Cuando uno no gobierna puede decir que no se pueden reducir las pensiones, no se puede incrementar la edad de jubilación, no se puede incrementar el IVA, no se puede gastar menos en sanidad, ni en educación, ni siquiera se puede gastar menos en televisión pública y en el mantenimiento del ejército, porque el pueblo tiene sus necesidades y además tiene su dignidad, y nosotros no vamos a ser menos que los daneses, por seguir con el ejemplo.

       Cuando se gobierna, uno tiene que dejarse de palabras y debe tratar de solucionar los problemas con lo que hay. Y lo que hay es lo que hay, y en esa verdad de Perogrullo se resume la economía del tajo, la política del tajo y la vida misma del tajo, que es muy distinta de la economía del mitin, la política del mitin y la vida misma del mitin. O dicho de otra forma, en eso se diferencia la democracia de la demagogia. O dicho de esta otra: en eso se diferencian los líderes de verdad de los líderes de pacotilla.


                3.- Los malos estudiantes le echan la culpa de sus suspensos a los profesores y los malos deportistas le echan la culpa de la derrota a los árbitros. Siempre es más fácil echar a los otros la culpa de nuestros problemas que a nosotros mismos, especialmente cuando los otros son más guapos que nosotros, o más listos, o más populares. 

                Las personas maduras analizan sus errores, los asumen y aprenden de ellos.

                4.- No debe olvidarse que las sociedades democráticas eligen a sus dirigentes, por lo que no solo se hacen cargo de los aciertos y los errores de ellos, sino que son los últimos responsables de esos aciertos y esos errores.

                5.- Las sociedades eligen a sus líderes para que tomen decisiones por ellas. Cuando una sociedad tiene un problema del que se sale con una negociación, corresponde a los líderes buscar la solución más adecuada. Los líderes, ante la realidad del problema, no pueden lavarse las manos y devolvérselo a la sociedad, que está menos enterada que ellos y no puede negociar una salida.
     
           6.-  La justicia social es un juego de equilibrios en el que hay desplazamientos de dinero de unos bolsillos a otros. Las sociedades que prestan contribuyen a mejorar a las sociedades que reciben el dinero. Pero las sociedades que prestan también tienen pobres. Y los tienen las sociedades que perdonan el dinero prestado.


                7.- Hay muchas formas de perder la confianza de los demás. La principal no es dejando de pagar lo que debes, si has hecho todo lo posible para pagar, sino dando largas y poniendo excusas.


                8.- Cuando alguien decide, crea un precedente, que de alguna manera acabará en norma. Los precedentes hacen pedagogía, pues enseñan a todos el camino a seguir.

          Los cumplidores esgrimen las normas, en tanto que lo incumplidores esgrimen los precedentes.

                9.- El que incumple sin hacer todo lo posible para cumplir agravia al que ha hecho todo lo posible, cumpla o incumpla.

                10.- No se puede asfixiar al deudor, ni por el bien del deudor ni por el bien del acreedor.

                Algunas veces debe perdonarse parte de la deuda, pues siempre es mejor cobrar algo que no cobrar nada.

                Es mejor perdonar toda la deuda que perder a un hermano, si el hermano ha aprendido la lección.


* Tomé las fotos en las islas griegas, en el verano de 2008