miércoles, 12 de noviembre de 2014

La ruta del Agua Agria (another brick outside the wall)



            El 9N, mientras unos (los alemanes, y con ellos buena parte del mundo) celebraban que se caían un muro y se reunificaba un país, y otros, en cambio (muchos catalanes), ponían otro ladrillo en el muro que están levantando, que es físico pero sobre todo es mental, Rafael y yo fuimos a andar por esos caminos de Dios, o, para decirlo de otra forma, por esos caminos de todos los seres humanos. Como el día venía alegórico, transitamos por una cañada real, que por haber unido territorios muy diversos de España bien puede simbolizar el derrumbe de las fronteras interiores, y por la ruta Mozárabe del Camino de Santiago, camino que simboliza como ningún otro la fusión cultural y el borrado de las fronteras exteriores.
             Aunque el domingo pasado el wikiloc nos jugó una mala pasada, pues nos mandó por unos caminos de la localidad de Guadalmez que estaban cortados, confiamos nuevamente en el wikiloc para la ruta de este, con un resultado bastante bueno, si se exceptúa el pequeño contratiempo que tuvimos en el último tramo, al que me referiré en su momento. La ruta que seguimos sale del restaurante El Cruce, que está en la confluencia de la carretera N-432 con la CO-420 (cerca de Villaharta), y, tras recorrer por esta última unos cuatrocientos metros, toma el primer camino al Oeste, hacia el monasterio de Pedrique, que forma parte de la 18ª etapa del GR-48 o Sendero de Sierra Morena y del Camino Mozárabe de Santiago.
             La ruta está indicada por aquí con mucha precisión y con abundancia de toda clase de carteles e hitos y por eso no tiene pérdida, pero más adelante busca el mayor número posible de fuentes del agua agria y debe seguirse con un plano, a ser posible virtual. Por este tramo, la ruta deja a la derecha una cruz de piedra y a la izquierda los pabellones de San Isidro, que formaron parte de la red de balnearios de Fuente Agria y, algunos de ellos, están dedicados ahora a apartamentos turísticos y alojamiento del peregrino. Tras tomar el primer camino a la derecha (el de la izquierda sigue hacia Pedrique), nos topamos pronto con la primera fuente, la de los Malos Pasos, junto al arroyo de las Navas. Enfrente del quiosco que protege a la fuente, al borde del camino, hay un cartel explicativo con una reseña histórica, en la que se hace honor a la persona que potenció el conjunto de Agua Agria (aquí, un estudio sobre sus aguas y otras aguas) a mediados del siglo XIX, Elías Cervelló y Chinesca, y se advierte de que se puede acceder al interior de los quioscos de esa fuente y de la siguiente, El Cordel (ambos restaurados), contactando con el Ayuntamiento o con una serie de establecimientos que en el citado cartel se indican.
Fuente de los Malos Pasos
             El quiosco, sin embargo, estaba abierto, y adentro había una pileta sobre una base de ladrillo en la que, según dan a entender la lámina de hierro que la corona y el cartel de afuera, debía de haber una bomba hidráulica manual. Pero no la hay y, en consecuencia, no hay rastro alguno de agua. Sí lo hay, por el contrario, en la siguiente fuente que visitamos, la mencionada del Cordel, a la que se llega después de haber andado por la cañada Real a lo largo de kilómetro y medio, más o menos, y haberse apartado en el arroyo de las Navas, para seguirlo aguas abajo, durante unas decenas de metros.
Fuente del Cordel
             También el quiosco de La fuente del Cordel estaba abierto, afortunadamente. Adentro,  frente a la puerta, hay una construcción de ladrillo de aproximadamente un metro de altura y forma de arco de medio punto peraltado, que tiene, entre lo que serían las dovelas basales, un caño, de que mana un chorrito que cae en una pileta. Sobre lo que figuradamente sería la clave, había un envasador de plástico azul claro, casi a juego con los azulejos del zócalo, que imitan a los sevillanos, es de suponer que para facilitar el trabajo de los que vayan a llenar garrafas u otros recipientes de similar embocadura.
Quiosco de Fuente Agria
              Rafael y yo nos agachamos y bebimos del chorro. El agua, que es ferruginosa, tiene un sabor muy característico, que casi creía olvidado, pues no lo sentía desde los lejanos tiempos en que nos bajábamos del autocar en el descansadero del antiguo balneario de Fuente Agria, cuando el viaje de Pozoblanco a Córdoba duraba algo más de dos horas y la carretera tenía curvas inverosímiles. En paralelo a la carretera antigua discurre el siguiente tramo de la ruta, el más difícil, ya que es una vereda casi comida por las jaras. Luego, el caminante debe andar por la misma carretera antigua. Debe hacerlo hacia el Sur y tomar en la primera curva a la derecha un camino si quiere llegar a la fuente de la Lastrilla, de la que hace muchos años cogía agua la gente que iba camino de Córdoba. Nosotros hicimos eso y buscamos la fuente en el lugar que nos indicaba el mapa, cerca de un cartel que expresaba su localización. Lo hicimos en el arroyo y por los alrededores y solo hasta ahora, que lo he buscado en internet, sé que estuvimos allí, junto a ella, y que es una pequeña pozata rodeada de una malla semiesférica de metal y de un tejido amarillo cuya composición desconozco.
 
Pileta de Fuente Agria

            La siguiente fuente del recorrido está junto al mencionado balnerario de Fuente Agria, que integra uno de los dos núcleos fundamentales del complejo. Las edificaciones forman ahí una pequeña aldea de elementos separados por una vegetación selvática. Hace unos cuantos años, un amigo me alertó de que uno de esos edificios, el bar en el que nos parábamos cuando éramos estudiantes, seguía abierto, y de que estaba exactamente igual que entonces. Un día que iba a Córdoba me paré y descubrí asombrado hasta qué punto eran ciertas aquellas palabras, pues, en efecto, cuarenta años después, todo seguía en el mismo sitio, como si el tiempo no hubiera pasado por allí. Ahora, sin embargo, está cerrado.
Detalle del quiosco de Fuente Agria

            La fuente por excelencia de Fuente Agria está protegida por el mismo quiosco de metal por el que lo ha estado siempre. Mientras andábamos hacia él por el corto camino que la une a la carretera, nos cruzamos con un hombre que, al conocer nuestras intenciones, nos dio la llave y nos dijo el lugar en el que debíamos dejarla luego. El quiosco es una pequeña edificación con ventanas semicirculares en cada uno de sus ocho lados en las que aún quedan restos de cristales de colores y un lucernario de aire chinesco de la misma planta pero más estrecho. Está decorado con numerosos trabajos de forja de tipo arabesco y comido por óxido. Tiene grietas por todas partes, da la impresión de estar inclinado y su cornisa amenaza con caerse por el lado de la puerta. En su interior, en el centro, hay una pequeña fosa, que sigue en su mitad el trazado octogonal del quiosco, y en la fosa una pileta con el agua que mana y una rejilla que tapa el desagüe. El domingo pasado, también había en la fosa una mesita con dos envasadores azules, un cazo enorme colgado del pretil del estanque y una banqueta de madera.
Balneario de Santa Elisa
             Todo en aquel paraje es decadente, pero hermoso, en especial por lo que evoca, y más especialmente aún para nosotros, que oíamos de chicos historias sobre su gloria pasada. De eso hablamos mientras tomábamos el camino hacia el otro núcleo del conjunto de fuentes, el que giraba alrededor del balneario de Santa Elisa, ubicado en el término municipal de Espiel. Para llegar hasta él, la ruta que teníamos marcada nos llevaba por la carretera antigua, luego, por un camino que discurre al Sur en paralelo a la N-432, y, más tarde, por un camino que sigue el trazado del arroyo de las Navas del Molero. Este último, sin embargo, que no viene en los mapas del IGN, tampoco existía sobre el terreno. “Lo araron ayer”, nos dijo una pareja que encontramos mientras intentábamos ubicarnos. Se les veía cabreados. Se quejaban de que se hubiera perdido el camino y de que hubieran roturado la tierra, que se había quedado sin toda su fronda arbustiva.
Fuente de San Rafael
             Hay otro camino por el Norte, el que la ruta marca como de vuelta. Lo tomamos y llegamos hasta la carretera de Puente Nuevo. El balneario de Santa Elisa está justo al otro lado. A tenor del porte que tienen sus ruinas, debió de ser una edificación extraordinaria, y a él debió de acudir lo más granado de la sociedad de principios del pasado siglo. El conjunto de fuentes de este balneario también lo forman la fuente de San Rafael, que tiene un quiosco de ladrillo hundido y está medio devorado por las zarzas, y la fuente de la Lastra, en la que según nos dijo la pareja que encontramos se tomaban los barros. Las ruinas que hay junto a esta última son un tanto extrañas y, aunque hicimos algunas cábalas al respecto, no las supimos interpretar. Se trata, en esencia, de un edificio en bóveda de cañón a cuyo techo se ascendía por unas escaleras espectaculares, que parecen propias de atlantes o sacadas de las selvas de Centroamérica.
Edificación en la fuente Las Lastras
              La vuelta la hicimos pegados al arroyo de las Navas del Molero, que va a salir justo donde se halla cortado el camino al que antes me refería. Casi todos los domingos oigo Another brick in the Wall (part 2), de Pink Floyd. En el coche que nos llevaba de vuelta a casa, pensé en ella y la tarareé. Y antes de ponerme a escribir esta entrada he visto en youtube el vídeo de la versión cinematográfica de The Wall (abajo, el video y, aquí, la letra en español). Creo que debía ser de visionado obligatorio para los padres, para los profesores y para los gobernantes, especialmente para los que confunden la educación con el adoctrinamiento. Y creo que deberían verlo todos los adolescentes, es particular aquellos que creen pensar por sí mismos y, sospechosamente, piensan como lo que le dicen sus padres, sus profesores y sus dirigentes políticos.

 

sábado, 8 de noviembre de 2014

Las fiestas y las derramas



            Lo que más me asombra de lo que está pasando en España es que los problemas los están creando los que supuestamente tenían que resolverlos. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que los líderes políticos y sociales, que son los que debían resolver el llamado encaje de Cataluña en España, son los que están provocando la división dentro de Cataluña y el desencaje de Cataluña en  España. Tampoco hace falta ser una lumbrera para percatarse de que el origen de la crisis económica pudo haberse evitado si quienes detentaban el poder en las cajas hubieran procurado más el interés de la institución que el suyo propio, si los supervisores hubieran actuado con más diligencia y si las instituciones públicas no se hubieran sumado a la orgía del derroche y de la fiesta permanente. Y, por no extenderme más, no hace falta ser un lince para percibir que quienes detentan el poder en los ayuntamientos, en las diputaciones, en las comunidades autónomas, en el Estado, en los sindicatos, en las organizaciones empresariales, etc, son los responsables de la desafección de la ciudadanía hacia la clase dirigente, porque no pocos de ellos (lo que se ve es solo la punta del iceberg) han antepuesto sus intereses personales a los públicos, en numerosas ocasiones metiendo la mano en la caja, algunas veces de forma impúdica y en otras hasta jactanciosa y hortera.


            Todos ellos han sido elegidos. Todos ellos han contado con el voto mayoritario de los ciudadanos o de los asociados. Todos ellos estaban donde estaban y están donde están porque España es un país democrático en el que el presidente de una comunidad de vecinos es elegido por los todos los vecinos, el presidente de un sindicato es elegido por todos los asociados y el Presidente del Gobierno es elegido por los diputados, que a su vez son elegidos por sufragio universal. 


            Y han sido elegidos de entre los mismos electores. En otro tiempo, los gobernantes pertenecían a otra clase social. Eran terratenientes, o grandes propietarios, o dueños de grandes empresas o, en todo caso, señores principales, en tanto que los gobernados eran de una clase social inferior. Antes, parecía lógico que los gobernantes miraran por los intereses de quienes pertenecían a su clase, que era más elevada y ajena al pueblo llano. Ahora, no. Ahora los gobernantes han salido del pueblo, son iguales que los que los han elegido. El líder de un sindicato es simple afiliado, el Presidente del Gobierno solo es un ciudadano y el presidente de una comunidad de vecinos es un vecino más.

           



         

            Los miembros de una comunidad cualquiera deberían conocer la actitud del candidato a un cargo de gobierno antes del proceso de elección. Deberían saber si el candidato está decidido a no tener más recompensa que (vanidad aparte) la del deber cumplido. Deberían saber si está dispuesto a dedicar buena parte de su tiempo libre a la gestión de la comunidad, a tomar la decisión correcta aunque ello le granjee enemistades y a no echarse dinero al bolsillo. Y si no está resuelto a hacer todo eso, deberían optar por otro candidato, aunque fuera menos simpático, aunque hablara peor, e incluso aunque fuera menos inteligente.

En la democracia lo fundamental no es el voto, sino el voto cada cierto número de años, de manera que el cuerpo electoral pueda rectificar después de conocer la diferencia entre las expectativas que se creó y los resultados definitivos. 
     

Los miembros de una comunidad cualquiera deberían sospechar de las sonrisas y de los halagos y mirar con más frecuencia cómo está la caja. Los miembros de una comunidad de vecinos deberían sospechar del presidente que organiza muchas fiestas y luego pide derramas, deberían pensar que algo no anda bien cuando se buscan muchas explicaciones para lo que se explica fácilmente y cuando se les quiere hacer ver que todo está bien pero el edificio en el que viven tiene goteras.

Los ciudadanos deberían sospechar de los dirigentes que salen demasiado en la foto, de los que hablan y hablan y hablan, de los que no ven más errores que los del contrario, de los que viajan gratis a costa del presupuesto, de los que no saben qué hacer cuando dejen el cargo, de los que nunca piden perdón, de los que no le dedican tiempo a la familia porque dicen que se lo dedican al cargo, de los que se gastan más en subvencionar a los clubes grandes que a las escuelas y de los que dedican a los festejos populares el dinero que le niegan a la educación.


Los ciudadanos deberían sospechar de los que los sacan a la calle con himnos y con banderas. Deberían sospechar de las convocatorias públicas, cuyo fin es utilizarlos como arma arrojadiza para conseguir un fin que casi siempre es distinto del que se explicita. Deberían pensar en qué momento dejan de ser lo que son para convertirse en una parte ínfima de la masa.
  

            Los ciudadanos deberían sospechar que algo no anda bien en el sistema cuando hasta sus representantes políticos más cercanos (los concejales) cobran por asistir a las sesiones de los órganos colegiados (los plenos y las comisiones), cuando las asociaciones a las que pertenecen reciben subvenciones para lo más intrascendente y cuando bajan los impuestos en vísperas de elecciones. Si lo hicieran así, no se extrañarían tanto cuando descubrieran que los consejeros de Bankia tienen tarjetas de crédito opacas, que los diputados y los senadores viajen gratis por España sin el deber de justificar nada y que los líderes del sindicato al que pertenecen se gastan el dinero de la formación en mariscadas. Porque lo uno (el lado amable) y lo otro (el lado oscuro) forman parte de una misma cultura, de la que ellos son partícipes.

 En vísperas de lo que se avecina, los ciudadanos deberían sospechar que lo imposible tiene un costo elevadísimo que deberán pagar ellos y sus hijos. Deberían sospechar que nada es gratis, que todo cuesta trabajo y que nadie, salvo el que viene a engañarlos, da duros a peseta. Deberían pensar que las recompensas son para el que se las merece y que todo lo malo es susceptible de empeorar. Es lo que suele ocurrir cuando uno, desesperado, deja un médico malo y, en lugar de buscarse otro mejor, se pone en las manos de un curandero.