martes, 28 de mayo de 2013

El cortijo de las Obispas



        Cuando éramos chicos, los amigos bajamos más de una vez sin frenos en la bicicleta por la calle Demetrio Bautista, la nuestra, pasamos por la bocacalle de Hermanas Moreno Pozuelo, cruzamos la calle El Toro y nos paramos frente a la fachada lateral de la enorme casa de las Obispas. Por aquel entonces, la casa de las Obispas estaba ocupada por el internado de las Concepcionistas y no era infrecuente oír desde la calle la bulla que metían las niñas, con algunas de las cuales coincidimos luego en el instituto.
       Las Obispas que daban nombre a la majestuosa casa que todavía hoy se levanta entre la calle El Toro (o Mayor) y la calle Doctor Rodríguez Blanco habían sido las Hermanas Moreno Pozuelo, a las que en los años 50 del pasado siglo el Ayuntamiento dedicó una calle en las proximidades. Se las apodaba así porque eran las sobrinas de D. José Proceso Pozuelo y Herrero, que fue obispo de Córdoba entre los años 1898 y 1913, en el que murió, si bien estuvo viviendo en Pozoblanco, en la casa de su única hermana (Isabel, casada con Francisco Moreno) más o menos la mitad de su episcopado, debido al estado de ruina del Palacio Episcopal de Córdoba.
       De las tres hermanas, las dos solteras heredaron buena parte de la fortuna del obispo, entre la que se encontraba la casa natal del mismo, que donaron a la orden de los Salesianos junto con otros inmuebles próximos, sobre los cuales se levantó el colegio de esa congregación que conocemos hoy en día, el cual abrió sus puertas por primera vez en 1930.
       Viene a cuento todo esto porque el pasado domingo anduvimos por un camino que va de Este a Oeste entre las carreteras A-2214, que une Villaharta con Obejo, y CP-317, la conocida como carretera de Los Chivatiles, como a unos dos kilómetros de cada una de ellas y en paralelo a ambas, y que cuando he ido a fijar el recorrido en el plano del visor Iberpix, del Ministerio de Fomento, me he encontrado con que al cortijo de Plaza de Armas se le llama “de las Avispas”, cuando en todo caso debía llamársele “de las Obispas”, pues de ellas le viene el nombre, y a tenor de la leyenda que hay sobre su puerta principal (“Plaza de Armas. Molino de San José. 1902”), debió de inaugurarse en tiempos en que el obispo Pozuelo se hallaba viviendo en Pozoblanco. 
       Los errores en los topónimos y en la denominación de las construcciones son lógicas en los mapas, dado que quien los redacta recibe mucha información de boca de los lugareños, a quienes quiere corregir luego utilizando la razón técnica y el lenguaje oficial. Con serlo poco, es más lógico para la razón de un técnico de ciudad el rústico nombre de “Cortijo del Arrascao” que el más sutil de “Cortijo del Arriscao”, pongo por ejemplo, aunque “El Arriscao” fuera un habitante de San Benito que dio nombre a su propio cortijo. Sin embargo, los planos recogen “Cortijo del Arrascao”, y por la misma razón recogen “Cortijo de las Avispas”, nombre más en consonancia con el sentido común de los forasteros que “Cortijo de las Obispas”, especialmente porque hasta ahora a las mujeres les está vedada esa alta dignidad eclesiástica.
       “Plaza de Armas” (pues así es como la llamaremos nosotros, dado que así es como se la conoce en Los Pedroches) está cerca de la carretera de Obejo a Pozoblanco (CO-9050) y no llegamos a ella sino al cabo de las dos horas que nos costó hacer el camino desde la carretera de Villaharta a Pozoblanco (CO-421). De ella salimos con el sol bien levantado, aunque por lo lejano que este lugar está de nuestra residencia habíamos quedado media hora antes de lo habitual. Al sol, sin embargo, lo entrevimos y poco más durante un buen trecho del camino, por culpa de una bruma no muy espesa que difuminaba los olivos más cercanos y nos impedía ver el horizonte.
       El camino no es muy ancho, pero tiene una pendiente suave y es perfectamente apto para el tránsito de toda clase de vehículos. Cuesta abajo, con la temperatura favorable y las fuerzas intactas cruzamos el arroyo de la Adelfa, recorrimos los llamados llanos de Villaharta y pasamos a unos centenares de metros de la famosa fábrica del Chato, cuyo chupón de ladrillos se ve desde el sendero, a una cota inferior a la de caminante y encajonado entre dos cerros. No tardamos mucho en llegar al río Guadalbarbo, junto al que hay un cartel indicador de la riqueza ambiental de sus contornos y dos indicadores del GR-48, el gran sendero de Sierra Morena, del que este camino forma parte.

 
      Sobre el río Guadabarbo, el Ayuntamiento de Pozoblanco construyó hace algunos años un puente, de cuya inauguración Rafael nos dio algunas noticias aparecidas en la prensa mientras veíamos correr el agua cristalina a nuestros pies. El Guadalbarbo está más o menos a mitad de camino entre las dos carreteras y es, obviamente, el punto más bajo del recorrido. Desde allí hasta Plaza de Armas el trazado es sinuoso pero suave y se hace con mucha comodidad, rodeados de olivos que o ya han cuajado las aceitunas o tienen la flor a punto de hacerlo, de pastizales a medio secar y de un auténtico jardín de flores silvestres, entre las cuales, en las proximidades del cortijo citado, pacen los animales de la yeguada que allí tiene su sede.


      De Plaza de Armas a la carretera de Obejo hay menos de un kilómetro. Cerca de la carretera hay un pequeño bosque de eucaliptos de los que salían decenas de sonidos distintos producidos por los pájaros. Frente a él, a la sombra de una encina y sentados sobre la hierba, nos paramos a echar un bocado. Habíamos hecho casi diez kilómetros y no estábamos cansados, pero todavía nos quedaban los otros diez de la vuelta y el sol lucía ya en todo su esplendor. Sospechábamos que nos iba a ser trabajoso llegar hasta el coche, pero no tanto como luego lo fue. “En verano –nos dijimos subiendo la cuesta que empieza en el Guadalbarbo–, aquí deben derretirse hasta las piedras”.



* Sobre el obispo Pozuelo, resulta imprescindible el libro de Manuel Moreno Valero El obispo Pozuelo y Herrero, hijo ilustre de Pozoblanco. (Hay comentarios sobre el libro y su autor aquí y aquí)
** Resulta muy interesante el libro El palacio episcopal de Córdoba: Historia y transformaciones, de Rocío Velasco García (aquí en pdf), en el que se detallan las razones por las que el obispo Pozuelo vivió en Pozoblanco gran parte de su episcopado.

sábado, 25 de mayo de 2013

No hay dolor más atroz que ser feliz



                “Stephanie, no hay dolor más atroz que ser feliz”, se dice en la primera canción de la cara B del disco “Guitarra Negra”, de Alfredo Zitarrosa. Siempre he intuido detrás de esa declaración la inadaptación al mundo de las personas con un exceso de sensibilidad. Este mundo es tan maravilloso pero tan grotesco, hay en él tanto amor a la par que tanto sufrimiento que las personas extremadamente sensibles o se hacen monjes o conservan un espíritu autodestructivo.

En Zitarrosa sospeché esto último cuando oí por primera vez su poema por milonga “Guitarra negra”. Yo estaba recién llegado a Córdoba, era de noche y en la radio sonaba un programa de música sin presentador. De pronto, la voz grave y personalísima de alguien a quien yo no conocía empezó a enhebrar un poema con la música de una guitarra como fondo. Todavía recuerdo el asombro con que lo oí y lo apabullado que me quedé cuando, al cabo de dieciséis minutos impresionantes, la radio cambió de canción.

Yo no tenía tocadiscos y en mi economía de guerra apenas había dinero para comprar una casete, pero hice un esfuerzo y compré “Guitarra negra”, una obra maestra que ahora está gratis alcance de todos.







Guitarra negra
(Si tienes problemas, pincha sobre el encabezamiento)


Stephanie
(Si tienes problemas, pincha sobre el encabezamiento)


Stephanie

miércoles, 22 de mayo de 2013

"La pisá del moro"


         

          Ahora, casi todos hemos ido a la escuela y, por poco que la hayamos aprovechado, sabemos que el mundo es un conglomerado de países y que la Historia es una sucesión de civilizaciones, pero antes a la mayoría le pasaba como a esos niños que al llegar a tres no saben continuar y dicen muchos (uno, dos, tres, muchos), con lo que concluyen definitivamente la serie en la más absoluta oscuridad. Antes, la Geografía conocida terminaba en las fronteras del país y al otro lado sólo había extranjeros que hablaban en una lengua extraña, en tanto que la Historia terminaba con los tatarabuelos de los tatarabuelos y más allá sólo estaban los moros, siempre los moros. Así, paseando junto a uno de los pocos yacimientos arqueológicos que hay en Los Pedroches, un lugareño me dijo que aquellos agujeros eran tumbas de los moros. Y otro me obsequió un día, junto a varias piedras “raras”, un mazacote de varias piedras unidas por un mortero que según él había formado algún tipo de mampostería en una época muy antigua, quizá hacía más de doscientos años, por lo menos en la época de los moros.

            Los moros están en el más allá del conocimiento empírico popular, que es al que lleva la memoria, y más allá de la memoria, que es el territorio de las leyendas. Detrás de las leyendas está lo absolutamente desconocido y lo absolutamente desconocido es del dominio de los moros. Quizá por eso se le denomina “La pisá del moro” a una piedra que hay en el camino de Pozoblanco a la Virgen de Luna que tiene una pequeña oquedad remotamente parecida a la que dejaría la huella de un pie humano, como si la hubiera impreso un moro de proporciones colosales o en un tiempo en el que mundo era tan reciente que las piedras aún estaban tiernas y se dejaban marcar, como le ocurre al cemento recién echado. “La pisá del moro”, que ahora forma parte de la pared de una cerca (aunque me suena haberla visto en el suelo cuando chico), es desde siempre una referencia geográfica para los habitantes de Pozoblanco, y hasta un bar del pueblo tiene ese nombre. Como la imagen de la Virgen de Luna transita dos veces al año junto a “La pisá del moro”, pasan también a su lado los romeros que la acompañan, que la muestran a los más pequeños y a los visitantes con el orgullo que se cuenta una leyenda popular, aunque sólo sea una piedra. 
          El pasado domingo se cumplió la estancia de la imagen de la Virgen de Luna en Pozoblanco y la cofradía de este pueblo fue la encargada de llevarla hasta su santuario, en el quinto Navarredonda de La Jara, donde al día siguiente, el lunes, la recogió la hermandad de Villanueva de Córdoba para llevarla hasta aquella población. Eso supone que la imagen de la Virgen de Luna es compartida por Pozoblanco, donde está desde febrero hasta mayo, y Villanueva de Córdoba, donde está desde que la deja Pozoblanco hasta el segundo domingo de octubre, aunque estos meses pueden variar algo, pues la llevada y la traída de Pozoblanco dependen del calendario litúrgico. El resto del año la imagen de la Virgen permanece en su santuario de la Jara, que es término de Pozoblanco, casi en el punto medio (está un poco más cerca de Villanueva) entre Pozoblanco y Villanueva, y de hecho ambos caminos tienen aproximadamente en su mitad un descansadero junto a un pozo que en ambos casos se llama “Pozo de la Legua”.
          El hecho de que la imagen sea compartida ha dado lugar históricamente a una serie de desencuentros entre los dos pueblos, de los que da buena cuenta la página web de la hermandad de Villanueva de Córdoba, que tiene un apartado específico, de tintes reivindicativos, para “obligaciones y pleitos”. Actualmente, sin embargo, los desencuentros ya no son de los pueblos, sino de las hermandades, y a cuenta de asuntos tan poco evangélicos como la posesión y la administración de bienes terrenales, pues al fin y al cabo eso son los muebles y los inmuebles que gestionan (en común o no) ambas hermandades.
          Como el día de la romería de mayo hemos ido otras veces a la ermita por el camino llamado de la Virgen de Luna, hemos decidido hacerlo en esta ocasión por otro paralelo y un poco más largo que discurre más al Sur, el llamado camino de Pozoblanco a Montoro o cordel de la Campiña, que arranca del camino tradicional como a cien metros de la vieja circunvalación de Pozoblanco, por lo que a quienes lo toman les es posible ver al alcalde quitarle a la imagen el bastón de alcaldesa perpetua frente al Ayuntamiento, oír junto a la cruz de los Lagartos cómo se entona la salve y ver cómo se quedan las camareras con las llaves de los sagrarios de santa Catalina y san Miguel (parroquias donde reside en Pozoblanco y Villanueva, respectivamente) y, en fin, les es posible asistir a la afueras de la población a la despedida de buena parte del pueblo devoto de Pozoblanco. 
         El cordel de la Campiña, como el camino tradicional, tiene algo más de tres kilómetros áridos y feos, en los que se pasa junto a las enormes instalaciones de la COVAP y se sube la joroba que sirve para franquear la nueva circunvalación de la localidad. A los tres kilómetros se halla, a mano derecha, el camping municipal y, a mano izquierda, la sede del club hípico y el pequeño pantano del Santa María, a cuya vera se levanta la sede del club de Pesca. Aquí nos encontramos con las primeras masas de encinas, que ya no nos abandonarán en todo el trayecto. El campo que se abre ante nosotros tiene fama de feraz por lo tupido y generoso de la arboleda y lo extraordinariamente bueno de la tierra, y en los tiempos actuales está destinado en exclusiva a la ganadería, especialmente a la de bovino y de cerda.
        El estado del camino está marcado por las conexiones con la carretera del Cerro de las Obejuelas (CP-203) y por el número de los accesos a las fincas, lo que es tanto como decir por el uso que le dan los ganaderos. Como consecuencia de lo anterior, el firme es magnífico en algunos tramos en tanto que en otros no es apto para el tráfico de turismos. En todos ellos, sin embargo, resulta sumamente atractivo para los caminantes, máxime en una primavera como la que tenemos, de mucha agua y muy bien repartida, pues a la sobria belleza de las cercas de piedra y las encinas se unen la alegría de los arroyuelos, que aún corren, el esplendor de la hierba, todavía verde, y un verdadero estallido de flores. 
         Pasado el sitio de La Majadilla Alta, ha de abandonarse el cordel de la Campiña y girar a la izquierda, hacia el Norte. Desde ese cruce hasta la ermita hay un kilómetro y medio, en una parte del cual se divisa a la derecha, hacia el Oeste, una línea blanca sobre el plano verde oscuro que forma el bosque de encinas, es el pueblo de Villanueva de Córdoba.
        Cuando nosotros llegamos al santuario, la imagen de la Virgen estaba bajando la loma de la Coguchuela a hombros de dos filas de braceros, precedida por los miembros de la cofradía de Pozoblanco, con su capitán y su capellán al frente, y seguida por un numeroso grupo de romeros. Para no cansar con más explicaciones, doy por hecho que los amables lectores de Los Pedroches conocen la índole casi militar de la cofradía de Pozoblanco y que los no menos amables lectores de territorios más lejanos bucearán en las páginas de ambas hermandades (a las que he puesto sendos enlaces) si quieren saber más de ellas. Me limitaré, por tanto, a contar que delante del santuario se paró la comitiva y que los hermanos formaron una elipse para mirarse entre si y dar la cara a la imagen y que cada uno de ellos pegó un tiro de fogueo, a consecuencia de lo cual el aire se cargó de olor a pólvora y se pobló de papelillos. Luego, cuando volvió a ponerse en marcha la comitiva, los braceros sostuvieron las andas a pulso a lo largo de un buen trecho, hasta las mismas puertas de la valla que protege a la ermita.
         Cuando la imagen entró en el santuario, pudimos observar la verdadera dimensión de la romería. No había mucha gente y muy pocos de los presentes tenían previsto quedarse a comer. Los devotos de la Virgen o de la tradición de Pozoblanco tienen como días grandes el de la romería de febrero, cuando se llevan a la imagen a su pueblo, y el lunes posterior, que es fiesta local en Pozoblanco, en tanto que cuando la devuelven a la ermita se limitan a despedirla en los diversos actos religiosos que se celebran en el pueblo o a acompañarla hasta las afueras de este o hasta le ermita. El pasado febrero, por ejemplo, yo no pude entrar en el recinto con el coche, de tantos como había.
             Esta vez cambiamos los tragos a la bota de vino por una cerveza en uno de los chiringuitos de la explanada, donde descasamos un rato hablando con unos amigos. Al cabo, tomamos el camino de vuelta por donde habían venido la imagen y los romeros. El camino tradicional tiene tres cuestas arriba y tres cuestas abajo, según recuerdo de cuando lo hacía con la bicicleta, y ahora está asfaltado, con lo que ha perdido buena parte de su sabor. Es más, durante todo el recorrido nos encontramos con un montón de coches que iban a la ermita, lo que aparte de molestar nuestro caminar sobremanera no dejó de asombrarnos, pues existen otras dos vías de acceso a la ermita asfaltadas y mucho mejores desde la carretera de Pozoblanco a Villanueva de Córdoba (A-420). También nos encontramos con caballistas, con algún coche de caballos y con varios grupos de caminantes. En el sentido nuestro sólo vimos a una pareja de adolescentes. En febrero, en cambio, son muchos los romeros que acompañan a la imagen de la Virgen hasta Pozoblanco, donde es recibida por una multitud en el Arroyo Hondo.
             Hicimos el camino sin prisas. Nos paramos un momento en el “Pozo de la Legua”, cuyo perímetro había limpiado el Ayuntamiento de maleza, y pasamos sin detenernos junto a “La pisá del moro”, que no se habría visto si el Ayuntamiento no hubiera limpiado de matojos la cuneta. Cuando entramos en Pozoblanco eran más de las dos de la tarde. Estábamos cansados y sedientos. Dos buenos argumentos para reponer fuerzas tomando un refrigerio en la barra del primer bar que nos encontramos, que fue en El Cerro.
Descansadero del Pozo de la Legua del camino de Pozoblanco