martes, 31 de diciembre de 2013

Nueva visita a la Venta de la Inés



                Para entendernos (pues no es así exactamente), libertad y seguridad son unos valores de suma cero, de manera que a más libertad menos seguridad y viceversa. Para entendernos, también (pues no es este el momento de ahondar en ese discurso), la situación de máxima libertad es también la situación de máxima inseguridad, en la que rige la ley del más fuerte. Por eso, para los débiles, que son la inmensa mayoría, siempre es mejor cualquier ley que ninguna, si la ley se cumple, aunque venga de un tirano, pues al menos así el súbdito sabrá a qué atenerse.


                En la democracia, el dilema libertad-seguridad se difumina, pero no se pierde. La seguridad sirve en ella para garantizar el ejercicio de la libertad, pero también la limita. Los individuos, que en origen son iguales por su condición de ciudadanos, han cedido parte de su libertad al Estado para que éste los proteja y les asegure el ejercicio de las libertades fundamentales, que son iguales para todos. Las leyes que se aprueban para cumplir esa especie de convenio fundacional son en la democracia realizadas por todos los ciudadanos a través de sus representantes, por lo que por definición se supone que esas leyes son justas.


                Pero volviendo al principio, para que se produzca el beneficio de la Ley (con mayúsculas) es necesario que se cumpla, ya sea por el tirado o por el poder legítimo que se constituye en las democracias. Si las leyes no se cumplen, se vuelve al estado de naturaleza, en el que rige la ley del más fuerte.


                Viene a cuento esto porque el domingo pasado estuve con unos amigos en la venta de la Inés y oí de nuevo el amargo discurso de su dueño, Felipe Ferreiro. Como no puedo asegurar cuánto hay de cierto y cuánto de imaginario (si es que hay algo) en el citado discurso, no me referiré a él y me limitaré a glosar lo que he visto con mis propios ojos a lo largo de los muchos años que llevo caminando por estas tierras. Y lo que he visto es que la ley que protege a lo público se incumple, especialmente por los poderosos. Que se incumple con la aquiescencia de la autoridad. E incluso que en ocasiones se incumple con el amparo de la autoridad.


Para cortar un camino público o un cauce público basta con poner una malla. El que se encuentra con un camino público o un cauce público cortado ha cedido al Estado el ejercicio de las medidas de fuerza y no puede actuar de igual forma pero en sentido contrario. Lo mismo que no puede robar el que ha sido robado ni matar el que ha sufrido el asesinato de su hijo. Eso está bien. Siempre que el Estado actúe. Especialmente cuando el Estado es democrático.


Si el Estado (a través de sus diversas entidades) no actúa para hacer cumplir las leyes, el individuo ha cedido parte de su libertad y a cambio no obtiene ningún beneficio, pues los poderosos pueden hacer lo que les dé la gana. Y eso, que siempre es negativo, es especialmente aberrante cuando quienes tienen la obligación de hacer respetar las leyes son los representantes de los ciudadanos, que a veces más parecen simples comisionados de los más fuertes.

lunes, 23 de diciembre de 2013

La cabeza tranquila


Nosotros somos la parte del mundo que tenemos más cerca y la que más contribuye a construir el contexto en el que nos movemos. Es una obviedad, pero casi siempre la pasamos por alto, y casi nunca nos acordamos de ella cuando queremos mejorar las cosas. Por eso he acordado de este genial poema de Kipling para desearles a todos los amables lectores de esta página una feliz Navidad y un buen año 2014.
 
Juan fotografiando la playa de Omaha, en Normandía, desde el cementerio estadounidense





IF...
Rudyard Kipling
  


Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila
cuando todo a tu lado es cabeza perdida.
Si tienes en ti mismo una fe que te niegan,
y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan.
Si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera;
si engañado, no engañas;
si no buscas más odio que el odio que te tengan....


Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres;
si al hablar no exageras lo que sabes y quieres.
Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo;
si piensas y rechazas lo que piensas en vano.
Si tropiezas al triunfo, si llega tu derrota
y a los dos impostores los tratas de igual forma.
Si logras que se sepa la verdad que has hablado,
a pesar del sofisma del Orbe encanallado. 



Si vuelves al comienzo de la obra perdida,
aunque esta obra sea la de toda tu vida.
Si arriesgas en un golpe y lleno de alegría
tus ganancias de siempre a la suerte de un día,
y pierdes, y te lanzas de nuevo a la pelea,
sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era.
Si logras que tus nervios y el corazón te asistan
aun después de su fuga de tu cuerpo en fatiga
y se agarran contigo cuando no quede nada
porque tú los deseas y los quieres y mandas.
 
Si hablas con el pueblo y guardas tu virtud.
Si marchas junto a reyes con tu paso y tu luz.
Si nadie que te hiera llega a hacerte la herida.
Si todos te reclaman y ninguno te precisa.
Si llenas los minutos de cada nuevo día
con sesenta segundos de avanzar en tu vida...
Todo lo de esta Tierra será de tu dominio,
Y mucho más aún; serás HOMBRE, hijo mío.

 
Luis realizó esta foto en el campo de concentración de Mauthausen, en un viaje familiar. La piedra estaba allí, tal vez colocada ex profeso para una foto anterior