jueves, 28 de noviembre de 2013

Altura de miras



                “¡Qué manía con buscar soluciones! No todo tiene solución”, dijo Arturo Pérez Reverte hace unos domingos en el programa Salvados, de Jordi Évole, al referirse a la marcha de España. Y dijo que la revolución es imposible, porque la impiden los mecanismos de anestesia institucionalizados, que este es un país maldito históricamente para la política, porque no hemos sabido escoger los paradigmas ideológicos adecuados, que confundimos el cabreo con la crítica y no hacemos debate intelectual, que quienes nos dirigen nos han manipulado tantas veces que hasta lo que nos une lo utilizamos como arma arrojadiza, que el español odia más que ama y vota más en contra que a favor, que no existen ilusiones en la sociedad ni mecanismos vertebradores de la misma, que el movimiento de los indignados del 15M fracasó porque el demagogo sustituyó enseguida al chico que protestaba y el más bruto al más clarividente, que los políticos son una casta con privilegios que se protege a sí misma, como antes lo eran el clero y la nobleza, que se insultan en el Parlamento pero se llevan de maravilla en el salón del hotel Palace, que las élites políticas y económicas están formadas por las mismas personas, y que todos valen para todo, que la gente no quiere educación y que los políticos son el síntoma de una enfermedad que reside en nosotros, y que quizá, si se aprovechase este momento de crisis para educar a los niños de otra forma, en la austeridad, en el valor de un euro y en el conocimiento de que a veces no se pueden llevar unas zapatillas de marca, aunque otros la lleven, ellos entenderían que este mundo es un lugar peligroso y habría una generación distinta de la muestra y mejor.
                 El domingo pasado anduvimos por los montes de Santa Eufemia y vimos desde arriba Los Pedroches y las comarcas que la rodean y ahora, que me enfrento a la página en blanco para escribir sobre el paseo que dimos, me he acordado de esa entrevista, quizá por la escasa altura de miras que tienen quienes nos dirigen y nos lideran, quienes piensan, quienes opinan (opinamos) públicamente y quienes influyen en la opinión de los otros y, en general, la escasa altura de miras que tenemos todos, y en ese todos meto a casi todos los seres humanos, pero especialmente a los ciudadanos de España y, más especialmente aún, a los habitantes de ese territorio que se ve desde las alturas a las que me refería, Los Pedroches.
                 Me duele decir esto, porque siempre es injusto generalizar, porque el tiempo viene malo este año y hay muchos agricultores y ganaderos al borde de la ruina, me duele porque hay mucha gente buscando trabajo, gente que se ha preparado a conciencia y que no encuentra una ocupación con la que ganarse el sustento, porque hay algunos pequeños emprendedores que han depositado sus ilusiones vitales en una empresa y que luchan cada minuto para salir adelante, porque hay estudiantes que estudian y trabajadores que trabajan, porque hay políticos de buena fe y sindicalistas que quieren defender a los trabajadores, y hay líderes que se sacrifican y pensadores que proceden con honradez, me duele porque yo soy de aquí, y de aquí es mi familia, y mis amigos, y mis vecinos, y a todos los señalo (y me señalo) cuando afirmo lo que afirmo, y lo que afirmo es que, vistos desde arriba, en Los Pedroches falla el material humano. No es la tierra, por pobre que sea y lejos que esté, la que nos hace pobres, ni es el clima, por extremado y seco que sea, lo que nos priva del bienestar, todo eso contribuye a nuestro escaso nivel de desarrollo, sí, pero no es la causa principal, porque la causa principal está en nuestras propias carencias.
                 No hay más que vernos desde fuera para darse cuenta de los errores que hemos cometido y cometemos, de lo aferrados que estamos a la nostalgia y de lo poco que miramos al futuro, lo que hemos hecho con nuestros pueblos (especialmente en Pozoblanco), el escaso valor que le damos a lo que compartimos, lo poco que trabajamos unidos y lo mucho que nos separa, el caso que le hacemos a los que vienen a vendernos la moto con palabras huecas, lo poco que aprendemos de los que van por delante de nosotros y el crédito que le seguimos dando a los que nos engañan.

 Por eso, creo que ya va siendo hora de que dejemos de echarle la culpa a los otros de nuestros problemas, de que dejemos de hablar del secular aislamiento de Los Pedroches y de que dejemos de pedir que nos respeten. Todo eso está muy bien si antes se ha hecho todo lo que se tenía que hacer, y no es el caso. Tanto se ha utilizado la palabra “juntos” y tantas veces se ha traicionado su contenido que ya no tiene valor en boca de los que la pronuncian, quienes nunca están dispuestos a perder la posición ni a renunciar a nada. No queremos que nos la digan, queremos que hagan, que se pongan de acuerdo ya, al menos para lo básico. En el día en que escribo esto, han cuajado un acuerdo de gobierno los dos partidos mayoritarios alemanes, que fueron antagonistas en las elecciones y tienen ideas tan contrapuestas como pueden ser las conservadoras y las socialdemócratas. ¿Qué impide que eso pueda ocurrir aquí? ¿Cómo es posible este guirigay en España, en Andalucía, en Los Pedroches, en Pozoblanco? ¿Hasta dónde llega la idea que del conflicto político tienen quienes nos representan?
 Pensar con altura de miras, acordar unidos no dónde vamos a ir dentro de un rato, sino dónde vamos a estar el día de mañana, trabajar con ahínco por el futuro de nuestros hijos, como cuando nuestros abuelos roturaban las tierras baldías o plantaban los olivos que ahora pueblan nuestras sierras, eso es lo que previamente debemos hacer si queremos hacernos respetar. Pero no creo que lo consigamos. Muy pocos parecen estar por la labor. La población o está envejecida o tiene las ideas envejecidas, a fuerza de asimilar prejuicios y alimentarse de una pedagogía equivocada que anima a la inacción. El daño es tan grande que no veo salida, ya no, al menos no por ahora. Quizá exista cuando vuelvan esos jóvenes que ahora salen a buscarse la vida por ahí, a otras regiones, o incluso a otros países. Puede que ellos traigan otras ideas de menos conflicto, de más unidad, que traigan aprendido que para hacerse respetar hay que respetarse antes a uno mismo, que el mundo es un lugar peligroso (como decía Pérez Reverte), en el que hay que luchar cada día por el sustento, independientemente de lo que hagan el Estado y el alcalde, y que casi todo lo que hay a nuestro alrededor depende de nosotros.
 Lo siento por los pacientes lectores de esta página que se acercan a ella para pasear conmigo, pero hoy el cuerpo me pedía otra cosa. Fuimos a la sierra de Santa Eufemia, en efecto, vimos desde arriba el territorio donde vivimos y oteamos el horizonte. Un buen ejercicio para el cuerpo y para la mente que debíamos entender como algo más que una simple metáfora de la vida propia y de la social, si queremos tener para todo más altura de miras.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

¡Viva la Pepa!

                La radio pública es esto, lo que hace Pepa Fernández los sábados y los domingos en las mañanas de RTVE con su programa No es un día cualquiera. Así es como debe ser, y de ella deberían aprender tantas y tantas cadenas de radio y televisión pública como hay en España. Para empezar, ella no quiere más oyentes que los que estén dispuestos a escuchar, y no tanto a ella como a sus invitados y a la galería impresionante de colaboradores que tiene, todos tan diestros en las disciplinas que manejan como hábiles en la forma de transmitirla. Porque mientras otros comunicadores utilizan el don que la Naturaleza les ha dado para intentar dejar en la audiencia sus propias ideas (que no por casualidad suelen coincidir con las de quien les paga), Pepa Fernández busca dejar en el escuchante el afán por situarse de un modo crítico ante el mundo que lo rodea y le proporciona algunos medios para entenderlo mejor. Y todo ello de un modo divertido y ameno, con una enorme frescura, un punto de ironía (tan difícil de manejar en la radio) y a base de Educación, de Cultura y de altas dosis de sentido común.
                El pasado fin de semana Pepa Fernández hizo su programa desde el salón de actos del recinto ferial de Pozoblanco, con motivo de las Jornadas de Otoño organizadas por la fundación Ricardo Delgado Vizcaíno e invitado por ella. Yo escucho ese programa casi todos los sábados, así que el amable lector de estas páginas entenderá que el sábado pasado (casualmente el mismo día que Sara Baras nos deleitó en El Silo con su espectáculo “La Pepa”) aprovechara esa circunstancia para ver cómo se hace en directo. Y lo que vi colmó con mucho las expectativas que me había creado.

                El programa es por dentro un espectáculo en sí, sencillo como una charla de mesa camilla y, sin embargo, hondo e intenso, aparentemente intuitivo pero preciso como un reloj, y emocionante, sobre todo emocionante. Emociona la amenidad con la que se tratan los temas más diversos y más complejos, el cariño que se le guarda a lo que se hace, la complicidad que desde la primera pregunta se tiene con los invitados y el afecto con que se relacionan los colaboradores y los miembros del equipo, lleno de detalles que puede vislumbrar el escuchante y puede observar continuamente el espectador.

                Al día siguiente, domingo, sobre las ocho y media, poco más o menos a la hora en que Pepa Fernández empezaba otro programa en directo desde el recinto ferial de Pozoblanco, arribábamos nosotros a la plaza de la Constitución de Belalcázar. Hacía un día extraño, a medio nublar, plomizo y con la temperatura por debajo de cero. La ruta que habíamos previsto está marcada en wikiloc y es circular, con salida y entrada en esa hermosa localidad de Los Pedroches, ubicada en el extremo occidental de esta comarca.
Para ver el mapa, pincha sobre la imagen
                El itinerario previsto nos llevó precisamente hacia el Oeste por la vereda de Castuera, donde comienza la llamada Ruta de las Merinas, que tiene al principio un cartel informativo de su antiguo esplendor, aunque al poco de salir del pueblo, tras cruzar el arroyo de la Jarilla por el puente de San Pedro, que años ha llevaba al balneario romano de La Selvatomamos a la derecha la vía pecuaria que se dirige a Cabeza del Buey, casi directamente al Norte, aunque el camino trazado en wikiloc nos desviaba antes por otro que sigue el arroyo arriba.

                Sobre los diversos nombres que recibe este arroyo conviene detenerse un poco. Al principio de su curso se llama Cohete, según los planos del Ministerio de Fomento, aunque a mí me suena mejor Gahete (el antiguo nombre de Belalcázar), luego se denomina Jarillas y, cuando se une con el arroyo Cagancho, que es el que pasa por el casco urbano de Belalcázar, recibe el nombre de Malagón. Pero lo cierto es que ninguno de estos nombres está claro, como he podido leer en el blog de Rafael López Monge, donde he descubierto que está perfectamente descrita la ruta que hemos hecho, y mejor marcada en el plano que en wikiloc.

                Mientras se va hacia el Norte, la vegetación es escasa, casi de tundra, y en el paisaje sobresalen los montes de Sierra Morena que hay más allá del Zújar, en la falda de uno de los cuales se descubre, hacia el Noroeste, la línea blanca y roja de casas de El Helechal. Pero cuando se cruza el mencionado arroyo Malagón y se gira hacia el Este, la vegetación cambia por completo, pues el caminante se descubre entre un bosque de pinos piñoneros jóvenes, seguramente producto de una repoblación reciente. Según he podido saber por la página de López Monge, el monte Malagón es una dehesa boyal, por lo que bien pueden conjeturarse como ciertas las observaciones que hicimos mientras avanzábamos, en el sentido de que una repoblación tan extensa y tan tupida sólo podía haberse realizado sobre el patrimonio de una entidad pública.

                Al otro lado del arroyo, poco antes de que el camino tuerza hacia el Sur, hay un cortijo con una torre mirador detrás de la cual se ve el castillo de los Sotomayor y Zúñiga, cuya presencia prácticamente no se pierde en todo el recorrido, especialmente la torre del homenaje, que a veces emerge en solitario de los barbechos y las sementeras como si lo hiciera del mar. De esta casa salían una cantidad impresionante de sonidos emitidos por pájaros, de muy alto volumen, muy diversos y muy extraños, sin que se viera pájaro alguno, lo que nos llevó a una gran confusión hasta que, de repente, dejaron de oírse por completo, para al cabo de unos segundos volver con igual profusión y tan súbitamente como se habían ido, de lo que concluimos que se trataba de un aparato instalado allí para asustar a los pájaros.

                En el monte Malagón, pasado el campo de tiro, tiene el Ayuntamiento de Belalcázar un complejo rural que al parecer está en funcionamiento, aunque nosotros no vimos movimiento alguno desde fuera. El caminante debe tener cuidado con la ruta a partir de aquí, porque es muy fácil seguir hacia el Este y toparse con la carretera A-422. El camino propuesto está trazado entre esta vía y el arroyo Malagón hasta prácticamente el castillo, al que se accede desde el Norte por una senda empinada y estrecha ceñida por dos paredes de piedra. Lo obligado es darle la vuelta al castillo para verlo de cerca en todo su ruinoso esplendor y bajar luego por otra senda hacia el pueblo.


                A la entrada de la población está el conjunto hidráulico de la Fuente del Pilar, que con el entorno forman uno de los rincones con más sabor y más bellos que hay en Los Pedroches. Allí, sentados en uno de los bancos dispuestos por el Ayuntamiento, con la vista del castillo, de las copas de los árboles que crecen junto al arroyo Caganchas y del albergue “Camino de Santiago”, sacamos la bota y las viandas y echamos unos tragos y un bocado. Poco después, tras admirar la iglesia y la plaza de la Constitución, tomábamos el coche para volver a casa. Cuando llegué a la mía, era más de la una y ya había terminado el programa de Pepa Fernández.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Destreza antinatural




Nuestros hijos son antes que nada ellos mismos, siempre diferentes de nosotros, por lo que nuestros gustos no tienen por qué coincidir con los suyos. Ocurre, sin embargo, que nos empeñamos en que hagan lo que a nosotros nos gusta y queremos que desarrollen las capacidades que nosotros hubiéramos querido tener, sin pensar que eso no tiene por qué hacerlos felices o, incluso, que puede condenarlos a la desgracia. A veces persistimos en el error y los obligamos hasta más allá de lo razonable sólo porque queremos realizar nuestros sueños a través de ellos, en lugar de ayudarles a que lleven a cabo los suyos.

Cuando el padre es despótico, la realización personal a través del hijo acaba siempre con el hijo convertido en un monstruo lleno de destrezas que se exhiben públicamente para mayor gloria de su progenitor (no estaría mal que lo tuvieran en cuenta quienes dirigen algunos programas de televisión). 

El Estado absoluto y despótico no pretende la felicidad de sus ciudadanos, sino la persistencia del régimen. Es un espíritu frustrado que somete a la tortura de horas y horas de ensayos a los más maleables y débiles de sus hijos para exhibirlos luego como sinónimo de éxito personal, como si pudieran redimirlo una niña campeona de gimnasia o unos niños pequeños tocando la guitarra con una destreza antinatural.