lunes, 14 de diciembre de 2015

Sholombra (el placer de escribir)

         Empecé a escribir Sholombra con la idea de crear el libro que me habría gustado leer. Estuve trabajando en ella durante varios años sin ataduras ningunas ni más propósito que el de narrar una historia asombrosa con las palabras justas. Aunque mi fin nunca fue publicarla, cuando la terminé pensé que tal vez le gustara a otros y la mandé a un concurso de novela con otro título, en el que quedó finalista. Una representante de escritores de mucho renombre intentó luego colocarla en una editorial importante. Una contestó afirmativamente, pero dio en quiebra antes de que pudiéramos firmar el acuerdo. Después he tenido la posibilidad de publicarla con alguna editorial más pequeña, pero el borrador del contrato asociaba las impresiones a las presentaciones y yo no tengo cuerpo para andar de pueblo en pueblo soltando el mismo discurso sobre mí mismo. Tampoco creía conveniente que la editara una entidad pública, porque ni yo encajo entre sus fines sociales (dado que no soy un novel) ni la obra se ajusta a sus fines culturales (como ocurriría si fuera de Historia, por ejemplo).

            Mientras el original de Sholombra daba tumbos inútiles por ahí, yo seguía escribiendo. Escribí la segunda parte y la tercera. Y debo decir que durante ese tiempo fui feliz esperando que llegase la hora de sentarme ante el ordenador para continuar con mi relato. Y añado que, sentado ante el ordenador, era otro. La trilogía de Occidente, cuya primera parte es Sholombra, me llevó a crear un mundo que me absorbía por completo y que, en cierta manera, me desbordaba.

            No creo petulante afirmar que cuando al cabo de los años concluyó mi trabajo, me sentí agradablemente sorprendido: Sholombra y su continuación habían ido mucho más allá de lo que yo esperaba de mí mismo. Y ahora, que tengo el ánimo más reposado, creo que nunca escribiré como entonces ni de mi pensamiento saldrá nada semejante.

            Tal vez la trilogía de Occidente nunca tenga muchos lectores. Y puede que en ese océano de información que es internet esté condenada al olvido desde el principio. Puede, incluso, que yo esté equivocado y que no sea tan buena como creí cuando la terminé y como sigo creyendo ahora mismo. Aunque todo eso fuera cierto, y comprendo que tal vez lo sea, lo que nadie puede quitarme es el enorme placer de haberla escrito. Como digo, uno escribe para crear la novela que le hubiera gustado leer y con Sholombra y lo que vino después estuve muy cerca de conseguirlo. 

Si quieres acceder a Sholombra, pincha sobre la imagen