jueves, 20 de febrero de 2014

Todos los caminos conducen a Santiago



                La tumba del apostal Santiago se descubrió (o eso dice la leyenda) más o menos sobre el año 813, cuando reinaba en Asturias Alfonso II el Casto. Por aquel entonces, los reinos musulmanes llegaban hasta muy al norte de la península Ibérica, y no fue sino hasta el año 939, tras la batalla de Simancas, cuando se aseguró el control por los cristianos del valle del Duero. Dado que la caída del reino visigodo se produjo en el 711, es de suponer que durante esos primeros años aún había en territorio dominado por los árabes muchos habitantes de confesión cristiana, esto es, mozárabes, aunque no creo que tuvieran la oportunidad de salir y entrar de él a su voluntad y dudo que existiera en ese territorio gobernado por la fe musulmana un ambiente de fe cristiana lo bastante grande como para que los impulsará a viajar desde el lejano Sur creando rutas concretas a través de un área extensísima sojuzgada por creencias y sentimientos ajenos, cuando no manifiestamente hostil.

                Entre el 978 y el 1002, Almanzor realizó numerosísimas razias contra los reinos cristianos y en el 997 destruyó Santiago de Compostela (de la que sólo respetó el sepulcro del apóstol) y obligó a los cristianos a trasladar las campanas de la catedral hasta Córdoba, supuestamente a hombros. El apóstol Santiago aparecía ya en el imaginario de los reinos cristianos como el paladín contra los musulmanes. Santiago era “Santiago Matamoros”, y desde la legendaria batalla de Clavijo (fechada en el 844, aunque al parecer nunca se dio), los cristianos se lanzaban a pelear contra los musulmanes al grito de “Santiago y cierra España”. No parece, en fin, que el clima entre cristianos y musulmanes fuera muy favorable para permitir cruces masivos de fronteras, y más si el objetivo era, precisamente, venerar a uno de los mayores símbolos de los enfrentamientos, el apóstol Santiago.
 La orden de Santiago se creó en el siglo XII precisamente para proteger de los moros a los peregrinos del Camino de Santiago. Los almorávides habían llegado antes a la península ibérica, en 1086. Eran musulmanes ortodoxos y hostigaron a los judíos y, especialmente, a los mozárabes, a quienes presionaron para que se convirtieran al Islam. Los almohades llegaron poco después, en 1145. Seguían una rama del Islam distinta a la de los almorávides, a los que persiguieron con una fiereza parecida a la que tuvieron con los mozárabes. El que comprende los siglos XI y XIII fue el periodo clave para el Camino de Santiago y probablemente fue el de mayor violencia en la frontera entre los reinos que operaron en la Reconquista, frontera que dio en llamarse Las Extremaduras.
 Después de varios siglos de dominación musulmana, en fin, lo lógico es que la población de los cada vez más pequeños territorios dominados por los árabes fuera mucho más musulmana que cristiana, y que los escasos cristianos que quedaran tuvieran pocas ganas de viajar. Lo lógico, después de todo lo antedicho de forma muy apresurada, es que nunca hubiera una ruta jacobea que fuera desde los territorios musulmanes del sur de la península a Santiago de Compostela, lo que no quiere decir que no hubiera algunos mozárabes que fueran a Santiago.
En todo caso, los planos oficiales del Consejo Jacobeo sólo se refieren a los caminos que van de Este a Oeste por el norte de la península Ibérica y, en un sentido más amplio, cuando otros organismos relacionados directamente con el asunto hacen referencia a los “caminos históricos”, incluyen como uno de ellos a la Ruta de la Plata, que partía de Sevilla, pero a ninguno que se llame “Mozárabe” ni pueda ser su equivalente.

Como todos los caminos conducen a Santiago, hay tantas formas de ir como se quiera. En Internet he visto muchos de ellos, incluido el camino “Manchego” y varios caminos “Mozárabes”, como uno que iba de Córdoba a Toledo y debía de pasar por Los Pedroches. Y en Internet he visto, también, que en la vecina comarca del Guadiato hay una  plataforma ciudadana llamada “Camino Mozárabe por el Guadiato", cuyo afán es reivindicar que “la Ruta Almanzor, en su paso por el Guadiato, es la única y verdadera que seguían históricamente los peregrinos que se encaminaban a Santiago de Compostela”.
El domingo pasado, sin otro ánimo que disfrutar del día y del paisaje, recorrimos nosotros parte de uno de esos caminos llamados “mozárabes”, el que pasa por Los Pedroches y enlaza con la Vía de la Plata, que quizá sea el que tenga más predicamento entre los políticos, ya que ninguno de ellos parece tenerlo mucho entre los historiadores. Dejamos el coche en la vieja carretera que iba de la A-2231 a la estación del Zújar, que ahora es una veredita medio comida por las retamas, y nos pusimos a andar en dirección a la estación.


Por allí pasa el trazado del ferrocarril que va de Córdoba a Almorchón, al que me he referido en una entrada reciente, que al parecer no tiene uso, aunque está en perfecto estado de revista. De la estación, sin embargo, no hay rastro alguno, ni siquiera sus ruinas, y un edificio próximo relacionado con el ferrocarril que debió de albergar una vivienda para el personal se halla en estado ruinoso, con el suelo de madera hundido y las bóvedas a punto de reventar, aunque desde la puerta se divisa en el último cuerpo de la casa una silla de camping y un casco de litrona.  
El supuesto Camino Mozárabe gira hacia el Oeste pasando otra casa que hay junto a la vía y se topa con el río Zújar a menos de medio kilómetro más adelante. El verbo topar está puesto aquí bien a propósito, pues aunque poco antes del cauce hay una señal indicativa de que por allí va el Camino de Santiago lo cierto es que no hay puente ni nada parecido, y el río es un señor río, un río en condiciones, al menos por esta época, con no menos de sesenta metros de anchura y una profundidad que se ignora pero que asusta. Es decir, es un río invadeable en días como el que se nos dio a nosotros, y presumo que lo es buena parte de los demás días del año.

En consecuencia, no nos quedó otro remedio que dar media vuelta. Desde allí, para ir a la ermita de Nuestra Señora de Gracia de la Alcantarilla hay dos caminos posibles: el que discurre por la carretera de Monterrubio (la mencionada A-2231), que es directo, pues la ermita está junto a la carretera, y el que coge durante un tramo la vía del tren, hacia el Norte. Ya he dicho que el tren no pasa nunca o casi nunca, así que no debe ocurrir nada si se coge la vía. Ahora bien, debe tenerse en cuenta que el viaducto con que el ferrocarril salva el río Zújar no se halla en muy buen estado y que tiene algunas barandillas rotas, por lo que puede resultar peligroso, especialmente para los que padezcan de vértigo.


Pasado el viaducto, el camino gira hacia el Oeste poco antes de una caseta y busca el encuentro con el que abandonamos al no poder vadear el río, al que se une menos de un kilómetro más adelante. A partir de ahí, son numerosas las típicas señales indicativas del camino jacobeo, que se ven mientras se sube un altozano, sobre el que hay una cruz de piedra encalada. El camino corre en paralelo al río Zújar durante un buen trecho y, con la visión casi permanente de la ermita a lo lejos, atraviesa luego la llamada Dehesa de las Alcantarillas, para llegar al pie del montículo donde se halla la ermita, que según he leído por ahí se llama Cerro Conto, en el que al parecer hubo un castro ibero.

La ermita es preciosa y muy original, distinta de las otras que pueblan Los Pedroches, y vale por sí misma una visita. Y el paraje es verdaderamente espectacular, especialmente en una época como la presente, con el vecino río Zújar llevando agua a tente bonete. En mi opinión, no hace falta para visitarla el gancho de hallarse en el Camino de Santiago Mozárabe, que supuestamente toma allí la carretera de Monterrubio. Ni a ella ni a Los Pedroches en general. Pero gente más sabia que yo hay por ahí trazando caminos y, al fin y al cabo, todos ellos conducen a Santiago.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Peñaladrones



           

            El pasado domingo, 9 de febrero, desde las 15,00 y hasta las 9,00 horas del lunes, estuvimos en Los Pedroches en alerta naranja por lluvia y rachas de viento que podían alcanzar los 90 kilómetros por hora. Mucho antes, a las 8:00, el tiempo no era tan malo, pero era lo bastante como desanimar a cualquiera que le tenga poca afición a eso de andar por los campos. El paciente lector de esta página debe saber ya, sin que yo se lo confirme, que nuestra afición no se iba a detener por un vientecillo de nada, máxime cuando las páginas del tiempo daban una calma relativa hasta las 11:00.
 


            Aquel día, aprovechando esa calma relativa, vimos a otra gente como nosotros, a ciclistas, por ejemplo, y cerca de Peñaladrones a un numeroso grupo de excursionistas (incluida gente muy joven) que debían de estar haciendo una ruta entre Belmez y Espiel.
 Precisamentre cerca de Peñaladrones dejamos nosotros el coche, después de hacer un recorrido infernal por la antigua carretera de Pozoblanco a Belmez, que ahora parece un camino bombardeado y a la que nadie le ha echado cuentas desde hace decenas de años. Peñaladrones se ve desde lejos. Es una montaña alta, rocosa y tiene un nombre sonoro, que en cierta manera evoca al romanticismo, una época que se olvida de la realidad para primar a los sentimientos, en la que había ladrones con los es fácil empatizar, porque eran seres libres, llevaban una vida de aventuras y, supuestamente, robaban a los ricos para dárselo a los pobres.
             Peñaladrones tiene unas buitreras muy pobladas. Aquel día, decenas de buitres leonados planeaban sin esfuerzo sobre los peñascos que forman la cumbre alargada. Los buitres son aves carroñeras que antaño limpiaban los campos de cadáveres y que hoy viven de lo que pillan y de que les proporciona la Administración medioambiental en una red de muladares. Son enormes y cuando tienes la oportunidad de verlos de cerca dándose su festín necrófago, impresionan, porque se apelotonan y son como una masa de alas y cabezas que burbujeara sobre el cadáver.
             El antropomorfismo es una doctrina que asigna condiciones humanas a lo irracional, como por ejemplo a los animales. Es famoso el antropomorfismo de los documentales de televisión, en los que se pone nombre a los animales y, a través de un proceso de montaje, se tejen historias en las que se asignan cualidades humanas a los protagonistas, casi como en las películas de dibujos animados. El proceso inverso no sé cómo se llama, pero lo hay. El proceso inverso es una representación simbólica de lo animal. Por ejemplo, cuando se dice de un hombre de carácter determinante y enérgico que es un toro. Algunas representaciones animales en los seres humanos son tan claras que hasta vienen recogidas en el diccionario. Así, buitre, en la segunda acepción del diccionario de la RAE, es “una persona que se ceba con la desgracia de otro”.
             En realidad, esa segunda acepción no le hace justicia al buitre animal. Las personas buitres son seres despreciables en tanto que los buitres animales son seres admirables. Las personas buitres viven del trabajo ajeno y se alimentan con el dolor de otros mientras que los buitres animales desempeñan un papel necesario. Las personas buitres se esconden tras la mentira o tras la noche o tras un disfraz en tanto que los buitres animales vuelan a las claras sobre nuestras cabezas. Y algunas veces, como nos ocurrió el domingo pasado, hasta vuelan a las claras a nuestros pies. Y entonces la experiencia resulta sorprendente.
             Peñaladrones está bastante alta y desde ella se ven otras montañas rocosas y, a lo lejos, el pueblo de Belmez, del que resalta especialmente su castillo. A Belmez fuimos cuando volvimos al coche. Lo cruzamos y nos plantamos en el cerro Apolinar, junto a la presa de Sierra Boyera, donde comimos un bocado y echamos un trago de vino dando frente al pueblo, sin saber que seguramente a aquellas horas unos buitres humanos estaban preparando el asalto al pequeño negocio de un buen amigo nuestro, que de hecho consumaron por la noche, aprovechando que por estar lloviendo y hacer un viento fortísimo nadie saldría de su casa. Fue el día de Peñaladrones, ya digo.

jueves, 6 de febrero de 2014

Junto al pantano de Puente Nuevo



               A un ciclista que vimos pie a tierra entre las vías le preguntamos si había una ruta alternativa a la del propio ferrocarril.

                – Nos os preocupéis –nos dijo–: por aquí pasa un tren cada mes, como mucho.

                Y cuando llegamos a un punto en que el camino se topa directamente con el agua, le preguntamos a alguien que andaba por allí cuál era la forma de superar aquella cola del pantano.

                – Por el viaducto –nos aseguró.


                Sólo por curiosidad, pues se nos estaba haciendo tarde, subimos el talud y vimos que el viaducto era apenas más ancho que las traviesas, por lo que por la ruta que nos estaba proponiendo aquel hombre o pasaba el tren o pasábamos nosotros, una alternativa que nos hizo sonreír, pues pocas cosas hay más estúpidas que morir arrollado por un tren que circula una vez cada mes.


                 Luego, en mi casa, he echado mano de lo que se dice por internet sobre el tren que abastece de carbón a la central térmica de Puente Nuevo y no he llegado a ninguna conclusión. En algunos sitios se dice que el ferrocarril sigue abastecimiento de carbón a la mencionada central y se usa para meter y sacar carros de combate de la base militar de Cerro Muriano, en otros que los trenes pasan muy de vez en cuando y nunca los fines de semana y en otros que ya no sirve para nada, pues la central se suministra de carbón con camiones. Tampoco he sacado en conclusión gran cosa sobre el origen del carbón que supuestamente pasa por el ferrocarril, aunque la idea que más ha cuajado en mi cabeza es la de que proviene de Puertollano a través de Almorchón.
                 Lo único seguro es que las vías no llegan más allá de la central, o al menos que no llegan los trenes, y que hace muchos años que el tramo de ferrocarril Córdoba-Almorchón más cercano a Córdoba fue desmantelado. Por allí, las vías se encuentran en perfecto estado. Cuando digo por allí quiero decir por la estación de Espiel, que es donde Rafael y yo hemos arrancado nuestro paseo. La estación, que está al final de la CO-150, es ahora un albergue al que el pasado domingo no se le veía mucho movimiento, ubicado al pie de la Sierra del Castillo, donde hay escuela de escalada, la única de la zona Norte de Córdoba, y no lejos de la ermita de la Virgen de la Estrella, patrona de la población.
                 De la estación sale un camino en dirección sureste que corre durante un buen trecho dejando a la derecha las vías y, más allá, la lámina de agua del pantano de Puente Nuevo, aunque luego el camino se pasa a la derecha de las vías y va otro trecho pegando a la orilla por un talud artificial, justo ante de que no quede más remedio que caminar por la cuneta que hay junta a las vías o incluso por ellas, como a la vuelta vimos que hacía una pareja de jóvenes enamorados, además del ciclista citado anteriormente. Durante todo ese tramo no hay oposición para la vista, que se explaya con la contemplación de los montes, de las pocas casas que salpican el paisaje, de los bosques de pinos y de su inquieto reflejo sobre las aguas.              


                Unos cuantos cientos de metros más adelante, la vía se separa de la orilla del pantano y es posible dejar el ferrocarril a la izquierda y caminar por un camino estrecho que hay abierto sobre el terreno. Luego, el camino vuelve a la izquierda del ferrocarril y gana empaque, al convertirse en una servidumbre de paso que llega desde la ermita de la Virgen de la Estrella para dar salida a varias fincas de olivos.
  Cuando esa servidumbre toma la desviación de la ermita, hay que volver a cruzar la vía y caminar durante aproximadamente un kilómetro por un sendero que se abre en el bosque de pinos, al final del cual se verá de nuevo el pantano en todo su esplendor, incluidas las lejanas chimeneas de la central de Puente Nuevo, que no afean el paisaje. Un poco más allá, deberemos torcer de nuevo a la izquierda, evitar las numerosas sendas que nos llevan hacia la orilla y ahí se quedan y caminar por alguno de los varios caminos que se abrirán ante nosotros o por el terraplén de la vía antigua (la que existía antes de la construcción de la presa), que resulta obligatorio para cruzar por dos pequeñas colas que forman otros tantos arroyos que son afluentes del Guadiato. 
                 Dos kilómetros más adelante, hay un viaducto enorme (el que se ve desde la carretera de Córdoba a Espiel) y enseguida otro que, como mencioné al principio, sólo se salvan por la vía nueva. Al pie del viaducto había un pescador que nos confesó haber atrapado allí mismo lucios grandes en otras ocasiones. Aquella, al parecer, el agua estaba muy fría y los peces no picaban. Nosotros lo vimos operar inútilmente con su caña mientras nos comíamos un trozo de morcilla, otro de queso y una mandarina. Luego, tomamos el camino de regreso. Aquel día anduvimos en total cerca de veinte kilómetros.