viernes, 21 de junio de 2013

Los Pedroches cervantinos



A menos que se tenga la absoluta seguridad de que el paseo va a ser breve y se van a utilizar caminos anchos y limpios, al campo se debe ir con botas, con pantalón largo y con camisa de manga larga, aunque sea en verano, por mucho que algunas películas nos muestren a los protagonistas andando por África en pantalón corto. El calzado y el vestuario es la única barrera que existe entre el exterior y nosotros, y en el exterior están los cardos, las ortigas y los zaragüelles, están los mosquitos y las garrapatas, las ramas de los arbustos y el sol, que lo mismo puede ser un amigo fiel que un enconado enemigo. Hace dos años yo creí tener esa seguridad un día de verano y acabé pasándolo mal porque hicimos un trecho de nuestra ruta por una vereda próxima al río Guadalmez, la misma por la que José Luis y yo fuimos el pasado domingo.
Plano fechado el 5 de marzo de 1888


Detalle del plano anterior

             De haber ido este año como fui entonces, me habría tenido que volver, pues buena parte de lo que antes era un camino es ahora una vereda y la vereda que había antes se ha perdido casi por completo, engullida por las hierbas y los matojos, que con la llegada del calor se han convertido en barreras pinchosas, además de en el hogar de toda clase de bichos. 
 

            Dejamos el coche en el puente viejo que la carretera de Torrecampo a Puertollano tiene sobre el río Guadalmez, justo en el límite autonómico, y nos pusimos a andar río abajo por la ribera izquierda, por un caminillo que corre paralelo a la corriente y muy cerca de ella. Como teníamos el recuerdo de que la otra vez seguimos por él a lo largo de varios kilómetros, no aceptamos la tentación de cruzar el bosque de galería por un portillo que tenían las zarzas, en el que se veían las huellas de algunos vehículos (tal vez quads) que se metían en la corriente y emergían al otro lado de la misma, y seguimos entre el espesísimo bosque de galería, a veces por el camino y a veces buscando el camino por los huecos que habían dejado en la floresta los jabalíes, hasta que nos vimos frente a una malla metálica que nos impedía el avance.

             Entonces, no sin ciertos problemas y con alguna magulladura, volvimos sobre nuestros pasos y cruzamos la corriente por el sitio antes mencionado, que no estaría a más de un kilómetro de nuestro lugar de partida. Ya sabíamos que al otro lado había, en efecto, un camino, si bien pronto descubrimos que en algunos tramos sólo era apto para la circulación de personas. Eso es lo que éramos nosotros, y como no había pasos intrincados que nos separaran ni floresta que nos impidiera caminar uno junto a otro, pudimos entablar una conversación amigable, algo que hasta entonces nos había sido vedado.
             El sitio invitaba a hablar de lo que últimamente se ha dicho en algunos círculos cervantinos, que ubican en él o cerca de él el soporte físico que Cervantes se buscó para las aventuras de don Quijote de La Mancha por Sierra Morena. Hace poco cayó en mis manos un libro de José Arias Mora, La ruta del segundo viaje de don Quijote desde tierras manchegas a Andalucía, que conecta las numerosas citas a lugares, a plazos y a distancias que aparecen en el Quijote con aquellos mismos parajes, por los que pasa el camino Real de la Mancha y la cañada Real Soriana o cordel de La Mesta. Según Arias Mora, el molino de los batanes es el molino de Turuñuelo (Turruelo o Turruñudo, pues de todas esas formas lo he visto en los mapas), cuyas ruinas se quedaron justo a la izquierda de nuestra marcha, en el término de Torrecampo, jurisdicción en la que se habrían ubicado tres de las más sonadas aventuras del Caballero de la Triste Figura, la del citado molino, la del yelmo de Mambrino y la de la liberación de los galeotes.

Trabajo topográfico sobre esta parte de las Siete Villas de Los Pedroches
Detalle del plano anterior

             Arias Mora explica punto por punto y con gran abundancia de planos los argumentos de su razonamiento, pero no justifica muy bien cómo echa las cuentas desde Puertollano en lugar de empezarlas en Puerto Lápice (“Lápice” hace referencia a un tipo de piedra y no a un lápiz, como parece asegurarse en el libro), el lugar que se cita en la legendaria novela. A otro estudio que había visto antes, en cambio, no le importa tanto el lugar donde comienza el recuento de los pasos de los protagonistas, que considera algo así como una licencia literaria de Cervantes, como el encaje entre la realidad física y la imaginaria, encaje que acaba realizándose perfectamente, aunque por otra ruta muy cercana a la que propone Arias Mora, la que discurre por el puerto de El Horcajo y el arroyo de la Ribera de Casillas, cuyas aguas vierten al Guadalmez un poco más arriba del molino de la Jurada, a unos cuantos kilómetros de donde nosotros hemos dejado el coche. Se trata de la tesis doctoral realizada en la Universidad Complutense de Madrid por Alfonso Navarro Blázquez, bajo la dirección del doctor Manuel Fernández Nieto, cuyo título es Ruta del Quijote en Sierra Morena, que puede descargarse en internet.



            Para Navarro Blázquez, el lugar en que don Quijote realiza su penitencia (Llegaron en estas pláticas al pie de una alta montaña, que, casi como peñón tajado, estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corría por la falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso...) está próximo al nacedero del arroyo de la Ribera de Casillas, cerca de El Horcajo, en tanto que para Arias Mora dicho lugar es el tajo por el que el arroyo de San Juan cruza de Norte a Sur la sierra de la Umbría de Alcudia, lugar al que en Torrecampo he oído llamar como el Charco del Mar Infierno, que conozco personalmente y recuerdo impresionado, y que es fácil localizar desde casi cualquier punto de Los Pedroches porque supone, en efecto, un tajo rocoso en mitad de la cuerda de las montañas.



            Arias Mora ha descubierto errores en los planos del Instituto Geográfico Nacional. Yo, al documentar geográficamente esta pequeña crónica, he descubierto otro en el visor Iberpix, del citado Instituto: que precisamente a la altura del molino de Turuñuelo se fija el término municipal de Torrecampo en el arroyo Guadamora y no en el río Guadalmez, con lo que se incluyen en el término de Almodóvar del Campo dos parcelas catastradas en realidad en el de Torrecampo, las 9 y 10 del polígono 7. Curiosamente, hace unos cuantos días ha tenido entrada en el Ayuntamiento de Torrecampo, procedente del mencionado Instituto, una copia del acta del deslinde realizado el 15 de septiembre de 1871 entre los términos de Las Siete Villas de Los Pedroches y el término de Almodóvar del Campo en el que se habla de la señalización con dos únicos mojones (aunque no pudieron instalarse, obviamente), uno en la frontera Este, junto al término común con Conquista, y otro en la frontera Oeste, junto el término común con El Guijo, ya que el resto de la frontera es el eje de las aguas corrientes del río Guadalmez.
             José Luis y yo nos hemos vuelto poco antes de llegar al arroyo de Santa Catalina, que corre en paralelo a la CR-4131, y hemos seguido por el margen derecho del río, el que discurre por Castilla-La Mancha, pero, dadas las dificultades que hemos tenido en el último kilómetro, no recomiendo esa ruta. Lo mejor es hacer la vuelta como hicimos la ida, cruzando el río.

Aunque para hacer el camino más cómodo yo propondría dejar el coche en la ermita de la Virgen de Veredas, cruzar el río por la cañada Real (si el río lo permite) y seguir curso abajo hasta la carretera de San Benito, o incluso hasta San Benito, y hacer la vuelta por el mismo camino. Ahora, no hay nadie y el territorio es un desierto, pero en otros tiempos bien pudo estar lleno de gente y ser el lugar por el que anduvo Cervantes y el que Cervantes imaginó para el bueno de don Quijote. 

* Los planos  recogidos en esta entrada son copias de los originales que se hallan en el Instituto Geográfico Nacional, remitidos al Ayuntamiento de Torrecampo.