lunes, 27 de agosto de 2012

Por los alrededores de Charco la Rosa



                Después de lo tarde que nos amaneció el último domingo, habíamos retrasado la cita media hora, hasta las siete y media, y a las siete y media en punto llegó el último de nosotros. Para entonces, clareaba el día, pero aún no había amanecido. El sol nos salió por las montañas de Fuencaliente cuando íbamos camino de El Guijo, tras teñir de naranja intenso un alargado rodal del cielo.

                Dejamos el coche en una calle de El Guijo, al lado de donde se instala la feria, y nos dirigimos al Norte en paralelo a la circunvalación hasta un centenar de metros más allá del cruce de la carretera de Santa Eufemia, donde se abre un camino, en cuya embocadura nos detuvimos a interpretar los caracteres de un cartel informativo de senderos que la intemperie ha vuelto indescifrable. Este camino, al que los planos denominan “De Dos Torres al Molino de la Viña”, es, en realidad, una pista, cuyo firme se ha visto favorecido por el hecho de ser salida de camiones de una planta de clasificación de áridos que hay cerca del río Santa María, al que quizá deberíamos denominar arroyo incluso en su tramo más bajo. 

                 La mañana no era calurosa aún y el alma agradecía lo onírico del panorama, dominado por el ancho valle que fragua el río Guadalmez, al que en puridad también debería denominarse arroyo, y la cuerda de montes que deslinda a la comarca natural de Los Pedroches por el Norte, en la que se insertan los puntos blancos y rojos de Santa Eufemia y de San Benito. No es extraño, por tanto, que la conversación discurriera con hondura y fluidez, ni siquiera entorpecida por el ruido apagado de los tiros que de vez en cuando quebraron el plácido rumor del campo. 

Mapa del recorrido: 14,453 km.

                 José Luis, que conoce la zona, nos habló de lo que evocan las huellas que jalonan el paisaje. Nos dijo, por ejemplo, que un grupo de vecinos de Pozoblanco comisionaron a su abuelo Doroteo para gestionar la adquisición de buena parte de aquel extenso territorio a una marquesa, cuya identidad desconoce, y que su abuelo, tras entrevistarse con ella (según unas fuentes en Madrid y según otras en París), se trajo para Pozoblanco el compromiso de la compraventa, de la que él aprovechó el sitio conocido como Charco la Rosa.

                No tengo confirmación al respecto, pero dicha señora principal bien pudo ser doña Casilda Remigia de Salabert y Arteaga, que fue marquesa de Torrecilla entre 1925 y 1936, según dice la Wikipedia, pues el marquesado de Torrecilla era propietario de bastantes tierras por esa zona no muchos años antes, como lo demuestra el que en 1898 le cediera al Ayuntamiento de Santa Eufemia un terreno no muy lejos de allí para que construyera la ermita de la Virgen de las Cruces (de Santa Eufemia) después de que ese pueblo hubiera perdido los derechos sobre la Virgen de las Cruces primera (la de El Guijo).

                Delante del cortijo de Los Pradillos, que está en ruinas, la pista hace un giro de noventa grados hacia el Este para llevar, pocos metros más adelante, a la planta de clasificación de los áridos extraídos en las proximidades, que sorprende por lo voluminoso de sus acopios y lo bien dotada que está de material.

Cortijo de Los Pradillos

                 Cuando un poco más adelante un cruce nos da la posibilidad de elegir entre continuar por la pista, hacia el Este, o volver hacia el Sur por un camino de peores pasos, tomamos este último, y caminamos no lejos del arroyo Santa María y de la ermita de la Virgen de las Cruces (la de El Guijo), lo que nos permite pasar junto a un pozo que conserva algunos restos de su original mecanismo de extracción de aguas, del que José Luis nos da cumplidos detalles.

                El camino termina en la carretera de El Guijo a la Virgen de las Cruces, a menos de un kilómetro de la ermita.  Aunque esta carretera lleva también a San Benito y Torrecampo, sólo es frecuentada por los propietarios de las fincas colindantes, que en domingo la usan menos aún que a diario, lo que nos permite caminar por ella sin molestias (ni un coche nos encontramos a lo largo de su trazado) y sentarnos a la sombra de una encina aprovechando una de sus cunetas para comernos el queso y el salchichón que, según hemos convertido en costumbre, llevamos en nuestras mochilillas. 

José Luis agarrando el manubrio con el que se hace girar la noria

                El camino hasta el Guijo es cuesta arriba y el sol, que está más alto, luce sin oposición alguna, pero un ligero viento de cara nos refresca y hace más liviano nuestro avance, que, como suele ser habitual, hemos hecho más ligeros y más callados. Un poco antes de llegar a El Guijo tomamos un camino a la derecha que nos devuelve a la pista “De Dos Torres al Molino de la Viña”, por la que seguimos casi en silencio hasta dar con la población.

                En las afueras de esta, al amparo de un techado a dos aguas que cubre un abrevadero público, un numeroso grupo de cazadores, casi todos jóvenes, recuperan fuerzas entre una algazara que anima el manso discurrir de la mañana. Son los primeros seres humanos con que nos encontramos desde que salimos de El Guijo, si se exceptúa a un hombre que vimos pasar en coche.